Por: Alexi Berríos Berríos*
Digno es de resaltar la figura de un sacerdote que permanecerá en el inventario de la historia trujillana y de la historia nacional por sus aportes como ciudadano. De sobra es sabido que el padre Francisco Antonio Rosario, además de ofrecer beneficios a la población de Mendoza Fría, contribuyó con la causa independentista y con el Libertador Simón Bolívar durante su paso por este paraje en plena Campaña Admirable. Para ubicarlo mejor, podemos definirlo como el notable amigo de Simón Bolívar, aderezando su personalidad con alabanzas provenientes del verbo militarista, pero también de la palabra ciudadana por haber fortalecido el sentido eclesiástico en el pueblo de San Antonio de Abad del Valle del Momboy, lugar hermoso alimentado por el aire de las montañas y los cantos de las aguas del río, confundidas con la niebla silenciosa para pronunciar por siempre el nombre de Francisco Antonio Rosario en el centro de la hacienda de Carmania. Allí dejó constancia de su riqueza material, la pernocta de Simón Bolívar antes de decretarse la guerra a muerte y su contribución con la causa emancipadora, como bien lo afirman los documentos. Esto, naturalmente, en la jerga histórica, pone en evidencia la virtud patriótica del mencionado presbítero trujillano. Pero, aunque lo dicho sea de importancia, no define en totalidad el valor ciudadano del padre Rosario, al menos en lo que respecta a su perfil teológico y humano. Baste analizar la revisión interior que se hizo el padre Rosario como resultado de una aparición demoníaca en el llamado «Zanjón del Diablo». Poco importa si fue real, mitológica o una verdad a medias, lo atrayente del suceso es que el clérigo, después de haber tenido una vida licenciosa y opulenta, cambió su manera de vivir al estilo de San Agustín, confesándose con Dios. Se levantó como Ave Fénix, intentando limpiar su alma de pecados y procurando ser otro al fondo de la asfixia mundana.
El mito o la revelación del demonio, provocó en el padre Rosario una luz de esperanza apoyada en lo divino, abandonando el poder económico y la fama social. Se reconoció bajo la mirada de Dios como un hombre igual a los otros seres humanos, al punto de despojarse de sus pertenencias materiales y repartirlas entre los pobres para luego penar y errar como un mendigo por las calles de Mendoza Fría en la búsqueda de un pedazo de pan. Esto, a nuestro modo de ver, es un ejemplo auténtico de examen de conciencia en el que privó la sinceridad humana. El padre Rosario dejó a un lado todo e ingresó a una vida de liberación solitaria prefiriendo las virtudes teologales, a saber: fe, esperanza y caridad. Al flagelarse con la intención de llevar a feliz término su existencia, el padre Rosario sentía cerca la conversión o el paraíso perdido de donde el hombre cayó a resultas del pecado cometido por Adán y Eva. Constituye, por así decirlo, una especie de desnudez interior frente a una sociedad perturbada que lo circundaba. Por eso, su acción teológica lo hace interesante para todos nosotros, y, todavía más, para los jóvenes en esta hora desafortunada que vivimos, retirados de la pureza espiritual y del pensar en buena lógica para lograr felicidad social.
La enseñanza del padre Francisco Antonio Rosario da pie, en primera instancia, para reflexionar acerca de lo que somos, recordando constantemente una frase del imperecedero filósofo griego Sócrates: «Una vida sin examen no merece ser vivida». En segundo lugar, su acción teológica permite encontrarnos con el arte de ser dueño de la búsqueda y la duda para lograr trascender en el tiempo.
*Historiador