Aquellas aguas, son serenas, tranquilas, cristalizadas y frías en cualquier época del año, declive natural de la Sierra Nevada. Es un páramo surtido de helados manantiales, que armonizan con el exuberante paisaje, el sonido de las aves, como armónico concierto, dirigido por los rayos dorados del dios Sol, al posarse sobre la empinada cumbre.
Los seres protectores de los siete espejos de aguas, que conforman el Santuario Maen Shombuk (Siete Lagunas), acostumbran estar en las piedras y en el borde de las lagunas, que muestran la cuenca cristalina y fría, aromatizada por la fresca vegetación del musgo, el guake (frailejón) y el catirito Díctamo real; están sentados en permanente vigilia de esos ojos de agua; algunos dicen que son espíritus burlones, otros que son criaturas hijas del mismísimo demonio de la alegría y de la burla.
La historia que vamos a compartir a continuación, la narró hace varios meses el amigo Alfonso Araujo, quien fue prefecto de La Puerta, en los años 70, hoy residenciado en Carolina del Norte (USA).
Relató que estuvo en un velorio que se realizaba en casa de un familiar, ubicada en la calle 4 con avenida Bolívar, diagonal a la casa de los Palomares, y estaba él en compañía de su pariente Ramón Araujo, a quien le dicen afectivamente “Ramoneta”, para distinguirlo de los innumerables Ramones Araujo que existen en la comarca.
Le preguntó cómo estaba el páramo, y le dijo que aspiraba ir en cualquier momento a visitar las Siete Lagunas. Luego del rosario, y de la primera rociada de sanjonero, le contó a Alfonso y a otros que estaban en el rezo, que las lagunas son muy jodedoras y asustan a los visitantes y a los que no son también. Como ellas saben que son muy bonitas, se las dan de fachosas, y no les gusta que las molesten, porque si no, ellas reaccionan por medio de personas o animales que se le aparecen a los visitantes.
Contó este espigado y blanco parameño, que tiene unos 80 años de edad, que en una ocasión, le ocurrió algo sobrenatural en la Laguna La Calzona, la paradisíaca, la que tiene más historias de encantos y aparecidos.
Una madrugada de un año no tan reciente, la tranquila Chía, única ocupante de aquel santuario, se le ocurrió al entusiasta y trabajador “Ramoneta”, levantarse e ir a buscar los animales que tenía pastando cerca de las lagunas. Era algo normal, a lo que están acostumbrados, quienes como él, todavía viven en la zona. Localizó a los animales y los enrumbaba para llevarlos a su casa, cuando estaba pasando por La Calzona, estaba sola y vio que habían arrancado unos cristales grandes de hielo y estaban regados en un lado. Él, sí notó que había un hermoso y reluciente arco iris a esa hora, se detuvo y de pronto, salieron desde el mismo centro de la laguna, tres hombres desnudos, llevaban bandejas, una con bastantes frutas, fresas, uvas, naranjas, cambures, duraznos, kurubas, moras piñas, tomate de árbol; otro llevaba, pedazos de carne asada, yuca y ocumo; y el último, llevaba unos muñecos luminosos como hechos de oro y piedras brillantes, como en solemne y armónica ofrenda a los dioses. Maravillado y perplejo, se quedó viendo todo aquello.
La oralidad parameña, reafirma la creencia indígena que el arco iris es una especie de ser mágico, de expresión bífida, unas veces puede actuar en dirección de la bondad, y otras, como entidad dañina. Son, según la vieja conseja vernácula, los primeros pobladores que no quisieron abandonar a sus dioses y salieron huyendo de la violencia religiosa y la explotación a que los sometieron los invasores españoles, y se hundieron en las profundidades de las lagunas. Para otras personas, son espíritus caídos del cielo, y tienen la característica o inclinación como duendes burlones que son, que gustan de las personas rubias, pelirrojas, blancas, güeras y catiras.
El amigo Alfonso expresó que “Ramoneta”, para poder continuar su relato, se echó otro palo de sanjonero, porque le daba escalofrío contar aquello tan feo que le sucedió. Continuó contando, que él asombrado de todo eso y curioso por ver aquellos hechos mágicos, de pronto cayó una gruesa niebla y la vista se le nubló, se oscureció y no pudo seguir viendo aquello tan maravilloso, sintió mucho silencio y se quedó dormido. Estuvo mucho rato desplomado y dormido en el sitio. Lo despertó un burrito. “Ramoneta” se movió, le costó levantarse, cuando volteó y despabiló los ojos, se dio cuenta que estaba rodeado de pura bosta de vaca. El burrito se fue corriendo. Era otro día. Así se lo escuché al amigo Alfonso Araujo.
Para evitar caer en las redes de estos entes burlones, también les dicen “Cabruncos”, porque han visto que llevan guadaña, son espíritus que viven en las profundidades de las lagunas, y se alteran cuando oyen bulla o griterío, o se les lanza piedras al centro de sus aguas. Dicen que cuando se molestan sueltan una espesa neblina, que envuelve y confunde a la gente y van a aparecer a otros lugares; otros le dicen “Momoyes”, la recomendación que les dan los pocos pobladores cercanos a las lagunas, a los blancos y nórdicos visitantes de ellas, es que suban surtidos de su cajeta de chimó, de una oración, una estampa o la imagen de un santo y una medalla, si es bendita mejor.