LA IGLESIA TRUJILLANA LIBERTARIA Y EMANCIPADORA UN PROCESO | Por: Alí Medina Machado

 

Por: Alí Medina Machado

 

TRES EPÍGRAFES NECESARIOS

I

¿Qué pasó en la entrevista? El mismo Leturia lo dice. En ella dio el Libertador al prelado las mayores manifestaciones de aprecio y le hizo mil ofrecimientos y pruebas de confianza. Lasso declaró a su vez que siempre se había preciado de haber nacido americano; que jamás había halagado a la corona con la exageración del derecho divino de los reyes, antes había creído que la raíz de la autoridad civil son los pueblos, “a cuya reunión dio la soberanía”; que si antes había sido realista es porque antes de Boyacá no estaba claro el consentimiento del pueblo colombiano a la autonomía, pero que de entonces era palpable cuanto había adelantado la República y mostrándose digna de la edad viril en que se hallaba la América; que a todos estos motivos se juntaban los atentados que estaban cometiendo las Cortes de Madrid contra la religión y la iglesia. Hay aquí un indicio de conversión política que se pondrá de manifiesto posteriormente. (Juan de Dios Andrade).

 

II

´´La iglesia es la continuación de Jesucristo en la tierra; es su reino, su cuerpo místico, según palabra de San Pablo. La historia de la iglesia relata el progreso del reino de Cristo, su maravillosa propagación y conservación, su inagotable vida y fecundidad´´. (José León Rojas Chaparro).

 

III

´´Eminentes sacerdotes por sus virtudes y sus letras, sin apartarse de los deberes de su estado, abrazaron la causa de la independencia, sacrificaron a la Patria sus bienes y sus vidas y la enaltecieron con la sabiduría de sus palabras en los primeros areópagos de la República´´. (Miguel Antonio Mejía).

 

 

UNA CELEBRACIÓN DIGNIFICANTE

 

Una celebración histórica no sólo regional sino nacional y, aun, internacional, debiera ser la Entrevista entre Simón Bolívar y el obispo Lasso de la Vega,  por los alcances supremos que tuvo este hecho en el proceso final de la Independencia americana; un suceso que puso de relieve tanto la dinamia humana de nuestros libertadores, como la importancia que para definir la existencia de la república colombiana había de asumir la Iglesia Católica, de vasta influencia y proyección social y política de entonces. Un suceso de esta dimensión  se dio en esta ciudad de Trujillo , en los primeros días de marzo de 1821, y su bicentenario, es lo que estamos conmemorando modestamente, pero con el ahincó de una fiebre que aún pervive en la conciencia de algunos venezolanos, y con la anuencia benefactora de nuestra ponderada Diócesis de Trujillo, honra y prez de nuestra propia historia, y vanguardia espiritual que quiera Dios se preserve así para los tiempos del porvenir, como presencia necesaria de lo hermoso y útil que es el Cuerpo Místico de Cristo a  la salud  y bienestar de la memoria y conciencia de los pueblos. Estamos en el Bicentenario de la Entrevista entre Bolívar y Lasso de la Vega.

Como se ve en el primer epígrafe, Bolívar y su cuerpo de oficiales y estado mayor, conocían la personalidad del padre Lasso, su condición y trayectoria tan marcadamente realista; su vasto obrar en defensa de los intereses de la corona española y sus acciones en contra del proceso de la Independencia americana. Era un consumado adversario, que dice Leturia, citado por Andrade, el Libertador lo recibió con las manos abiertas y las mejores demostraciones de respeto. Y dice, que la conducta del sacerdote fue algo igual, que se confesó sin ambages ni reticencia ninguna, sino con una gran franqueza; que dio una espontánea confesión de su comportamiento hasta ahora, y de lo que era su conciencia y su corazón en esos días. La conversión lo animaba y lo entusiasmaba en igual proporción. En aquel momento trujillano, como en otros instantes anteriores del tiempo, la tierra de la paz, la tierra mariana, la tierra pacífica, era nuevamente un lugar milagroso para la redención de los seres humanos en conflicto. Delante de Bolívar, de Urdaneta y de otros integrantes del superior séquito patriota, aquel importante hombre de la religión y de la política hacía una sincera confesión, una apertura de su luz interior, un brillo de la conciencia que iría aclarando un camino en los siguientes años. Porque eso fue Lasso de la Vega para la causa final del proceso de independencia americana: un camino hacia el reconocimiento, porque, según cuenta Urdaneta, que Bolívar estaba convencido del gran poder de Roma y de la necesidad de usar ese poder para impulsar el reconocimiento de países europeos a la naciente emancipación americana. Y la posterior y constante intermediación de Lasso de la Vega, fue vital a ese reconocimiento.

En el plan que el destino tenía escrito para la libertad de la Patria conculcada estaba Trujillo, por ser suelo y hombre en conjunción armónica desde los mismos tiempos ancestrales; el lugar de la antonomasia arraigada en una faz espiritual profunda como siempre ha sido. Y en su seno territorial una iglesia siempre militante y comprometida, como un plan también de salvación, como nos relata la historia su plenitud en todo el proceso regional de los casi quinientos años de existencia, que ha tenido a la institución eclesial como principio y fundamento, base primordial del hombre que es su razón de ser, desde el mismo Jesucristo – hombre, pues la Iglesia cual asienta la definición en uno de los epígrafes de inicio, es eso: la continuación de Jesucristo en la tierra. Y su historia entre nosotros cuenta su acción y su progreso, su maravillosa situación para la constitución histórica, su devenir, sus luchas, logros y fracasos, su “inagotable vida y fecundidad”, que encontramos los trujillanos y los no trujillanos, al revisar los innumerables anales que la tradición ha conservado del suceder regional. La historia nacionalista y provincial de la Iglesia trujillana está, como sabemos, plena de páginas memorables: una de ellas, oportuna y eterna, esta conmemorada hoy, la del encuentro, a la Puerta de la Sagrada Iglesia Matriz de aquellos dos prohombres, generosamente humanos, que hablarían cívicamente en los días posteriores sobre la noble causa de la libertad y la emancipación del pueblo americano, uno solo en una vastedad territorial, que, en ese entonces, se llamaba la Gran Colombia.

Ésta que ha sido siempre una tierra bienaventurada por su vida interior tranquila y sosegada, de palabra sabia y trabajadora, de grandes y pequeñas misiones humanas, en constante búsqueda de una plenitud de armonía entre los deberes y los derechos, dada a la filiación permanente entre el trabajo y el descanso, entre otras caracterizaciones que engloba la trujillanidad; ésta que ha sido tierra histórica como lugar del suceso, y pueblo – historia igual como comunidad humana hacedora de ese suceso, se ufana aunque sin falsas pretensiones de su lugar en la historia; de sus grandes aportes a la vida nacional, desde muy antiguo el tiempo, pues digamos que uno de sus historiadores, Amílcar Fonseca, hacía mención de su esplendor colonial, y la situaba en lugar prominente en el significado nacional, detrás de Caracas, ésta como la primera ciudad , y Trujillo en el segundo puesto, pues así fue y aparece señalado en la múltiplemente escrita historia patria.

Y en el regular proceso del devenir histórico, la Iglesia como institución de primera fila siempre, antes y ahora, dada su presencia y militancia activas. Y en el tercer epígrafe de este escrito, vemos lo que el eminente trujillano, civilizador y modernizador de Valera, Obispo de Guayana, trujillano esclarecido, Mons. Miguel Antonio Mejía, expresara como significancia patriótica del clero trujillano, adalid y sacrificio por la libertad nacional, y de entrega absoluta por ver a la patria libre y emancipada, ya que la patria, a decir de Andrés Bello, es una sola desde la naturaleza, al igual que la madre. El clero trujillano: inmenso faro, ha clarificado siempre la luz de la patria venezolana.

 

 

CIUDAD E IGLESIA MUTANTES

 

Aquella larga errancia de la ciudad fundada por los españoles en Escuque, en      1557, debió arrastrar también a la incipiente iglesia que la historia no recoge, aunque es de suponer que sus rastros tuvieron fisonomía en ese lapso, lo mismo que la ciudad que estuvo en Boconó, por lapso de los años entre 1560 y 1564. En esos cuatro años debió levantarse una iglesia material en el centro de la ciudad, pequeña y rudimentaria ambas, pero en ese suelo se estableció la fe y la creencia, la palabra y la enseñanza en el misterio de la plenitud que la Iglesia entraña. Sólo rasgos inmateriales quedan en la memoria del tiempo. Sólo un valor o testimonio intangible aquella gracia en los nombres de Escuque y Boconó, porque al historiar a la Iglesia en Trujillo, el punto de partida es ya la más vetusta construcción de la iglesia Matriz de Trujillo, en el centro mismo de la urbe, como sostienen nuestros historiadores, varios que la biografían, entre ellos, Marcos Rubén Carrillo, Ramón Urdaneta B., y nuestro recordado Obispo Vicente Hernández Peña.

De esa visión o suposición mental que podemos hacer de aquellos primeros monumentos eclesiales de Escuque y Boconó, como antecedentes históricos de nuestra iglesia Matriz de Trujillo. De esa trilogía primigenia, en un acto de fe y vocación a ese seno, miremos ahora en proyección a la Iglesia del Niño Jesús de Escuque, plena  de un significado histórico, lo mismo que a la sagrada Iglesia de San Alejo en Boconó, cuya simbología histórica reúne la naturaleza espiritual cristiana de esas comunidades que fue y son obras del espíritu santo y nación de fe como significado histórico de lo que allí tuvo existencia material. Sin duda, hubo iglesia o simple capilla, pues asienta su cronista Juan Carlos Barreto Balza:

 “Para 1558 se produce pues la fundación de la primera ciudad española en estas tierras de las cuicas con el nombre de Nueva Trujillo. García de Paredes adopta el nombre de su lugar nativo para bautizar su logro, y con este acto solemne de fundación, el primer trazo de lo que sería la naciente ciudad, el sitio para la iglesia, para el cabildo, para las primeras casas de los españoles y el repartimiento de las encomiendas”.

 

Y con respecto a Boconó, relata su primer cronista José María Baptista:

 “Existen las ruinas de una Capilla, levantada allí por nuestros primeros pobladores hispanos, posiblemente entre los años 1560 a 1563. A ellas se refiere, sin duda, el Obispo Mariano Martí cuando en febrero y marzo de 1777, hace su visita pastoral a los pueblos de Boconó y Tostós”.

 

Y luego habla, de la Iglesia parroquial de San Alejo de sus primeros tiempos: “Ya el doce de febrero del mismo año, el Obispo Martí había visitado la iglesia parroquial de San Alejo´.

De un contexto general y en una apretada síntesis cronológica, podemos determinar que la Iglesia en Venezuela, en un primer periodo que cubre la Colonia, se ubica entre 1500 y 1810. Dentro de este largo lapso de trescientos años, se incluye a Trujillo desde 1558, y más concretamente desde 1570, cuando la ciudad se establece definitivamente en el llamado Valle del Muca o de la Quebrada de los Cedros, donde la urbe portátil se asienta con el nombre de Nuestra Señora de la Paz. La Iglesia venezolana, según Alberto Micheo:

“Formaba un estamento importante, tenía su poder económico y directamente político correspondiente. Por eso tenía representación en el Consejo del Reino. (…) Había conciencia de distinción entre lo político y lo religioso; tenían conciencia específica de la función sagrada de la religión (…) De ahí que, como estamento, la Iglesia ejerza también una actuación política directa”.

 

 Y sostiene igualmente el investigador citado que:

 

“El establecimiento oficial de la Iglesia venezolana sigue los pasos del proceso del aseguramiento del territorio para la corona. En 1531 es erigido el primer Obispado en Venezuela y lo regenta Don Rodrigo de Bastidas como primer Obispo. Se establece en la ciudad de Coro como asiento del gobierno de la Provincia´´.

 

Con palabras densas, reales y hasta evocadoras, nuestros historiadores han generado cada uno lo que puede conjuntarse en una y grande historia, el proceso temporal secular de la Iglesia en nuestra entidad. Se infiere entre otras cosas, que luego de aquel periodo difícil y hasta doloroso del adoctrinamiento, evangelización y cristianización de los pueblos indígenas, la población regional se hizo y ha permanecido eminentemente católica. Somos un pueblo por esencia católico, es uno de nuestros rasgos espirituales más acendrados, y hasta de orgullo, pues la Iglesia nos ha servido y dado sus bienes y sus apostolados como júbilo para una vida interior con gracia y plenitud.

 

 

LA IGLESIA MATRIZ SE VA ENHIESTANDO

 

Sin duda, que la narrativa histórica, la preocupación mayor y la de mayores entregas y consecuencias documentales importantes, es la dedicada por nuestros investigadores a historiografiar la existencia del viejo templo parroquial de Trujillo, desde aquella endeble construcción rudimentaria de la década del setenta del siglo XVII, hasta la iglesia actual que se vino constituyendo como eje regional de la función eclesial, con dos misiones: la matriz parroquial, en un largo lapso casi cuatrisecular, y  la condición de catedral, por ser sede de la Diócesis, desde 1957, de lo que exhibe hoy su orgullo histórico representativo. De ella, en mayor o menor grado, se han ocupado muchos trujillanos y no trujillanos que nos conocen. Su historia deviene trascendente y trascendida al mismo tiempo. Ella es testigo de todo el acontecer trujillano en este estrecho valle en que vive asentada la ciudad capital.

Recordemos siempre que la historia de Trujillo y la historia de la Iglesia en Trujillo, marchan a la par. En muchos sentidos nuestra historia aparece impregnada de lo religioso – católico. No hay otra verdad.

¿Es posible hablar de las iglesias de Trujillo? Claro que sí. Pero muchas de ellas desaparecieron físicamente. Un caso concreto: el templo de San Francisco de esta ciudad. Vital y nucleico; irradiador de doctrina y de historia. Aliado de la libertad y de la emancipación: génesis de nuestra educación (…).  Dice Ramón Urdaneta:

 “Las iglesias de Trujillo, de amplia resonancia en la colonia, si no ocupan hoy el papel de antaño por haber desaparecido en gran parte a consecuencia de nuestras interminables guerras, si merecen ser destacadas en cuanto al valor histórico que representan en el juego de lo que afecta a nuestra nacionalidad. Es hasta asombroso ver que, nomás comenzó la vida de la ciudad en finales de 1570, levantándose la ciudad en estos contornos en donde nos encontramos, se decide la construcción de la iglesia trujillana (…). Esta historia vasta, de la cual estamos celebrando un momento concreto, se comenzó con la obra ingente de la construcción de la iglesia trujillana, en este lugar sagrado que se convirtió en madre, en cuyo seno han estado prohombres del poder, del estado, de la iglesia, y del pueblo, que es al fin y al cabo, uno de los razonamientos que adujo el Obispo Lasso de la Vega, para asumir esa conducta final providente en obsequio de la libertad americana´´.

 

En el interior de este templo yacen las huellas imperecederas de hombres que indicaron el camino de la historia nacional y regional; cuatrocientos años hay aquí de huellas luminosas. De la iglesia en secuencia en aquel largo proceso colonial que, incluye, una seguidilla de obispos caraqueños, pues sépase que según anota el historiador Gilberto Quevedo Segnini:

´´Esta población eminentemente católica, en un principio perteneció a la Diócesis de Caracas y Venezuela desde su origen en Coro (1531-1637), hasta que fue desmembrada de ésta  en 1777 para formar junto con la otra parte que se desprendía de ella y del territorio del Arzobispado de Santa Fe de Bogotá la nueva Diócesis  de Mérida  de Maracaibo, quedando sufragánea de aquella hasta 1808 que pasa a serlo del Arzobispado  de Caracas  hasta 1923, cuando también es elevada a Arzobispado”,

 

En el largo proceso colonial, hombres de la Iglesia, fundamentalmente Obispos de la Diócesis de Coro y de Caracas, estuvieron en visita pastoral por la Provincia y justamente, tuvieron como eje esta iglesia Matriz, centro de la provincia, y catedral de hecho por la estadía de aquellos incansables y trashumantes   Obispos, El primero de ellos, en el propio siglo XVI Fr. Pedro de Agreda (dominico), quien rigió la Diócesis, con sede en Coro. Y dice algo muy importante nuestro historiador Mario Briceño Perozo que sucedió con Agreda estando éste en Trujillo:

“En Trujillo le preocupó hondamente la escasez de Ministros que atendieran las iglesias y predicaran el evangelio, en cierta oportunidad, en vísperas de cuaresma, murió el cura de la ciudad y Agreda se vio en el caso de pedir que de Mérida le enviasen un sacerdote para que los feligreses trujillanos pudieran cumplir con el precepto cuaresmal”.

 

 Este episodio es muy relevante, porque abrió una oportunidad de oro para la ciudad, significó que se generara un interés tanto en la gestión municipal de las autoridades locales, como de la propia jerarquía eclesiástica, y logró que el Obispo, por intermediación de un enviado especial a España pidiera remediar la notable falta de sacerdotes, “haciendo venir religiosos de las órdenes de Santo Domingo y San Francisco que actuaban en la isla española. Y por si fuera poco”, –dice Briceño Perozo-, “Se dedicó a instruir a los hijos de la provincia que deseaban acogerse al estado eclesiástico, a fin de ordenarlos y llenar con ellos el vacío antes apuntado”.

 

Aquella disposición fue fecunda y le dio prestancia y nombre a Trujillo, y lo hizo referencia nacional.  Significó que el plantel se convirtió en un centro formador de sacerdotes, escuela de Latinidad, que quedó establecida en Trujillo, considerado como Colegio- Seminario. Hay aquí entonces un antecedente de nuestro Seminario Diocesano una fuente primigenia, una raíz que nombrar. Y continua Briceño Perozo:

 “Su iniciación se remonta al año de 1576, con la denominación de Escuela de Artes y Teología, la primera de su género en el país. Contó este plantel, con catedráticos ilustres, como Fr. Juan de Peñaloza y Fr. Diego de Velásquez´´.

 

Vemos aquella disposición como un plan de la Iglesia educadora, como siempre ha sido. Y educación significa libertad y emancipación por la adquisición de los conocimientos que fortalecen y valoran al ser humano. La libertad es una plenitud de vida, y la emancipación es una liberación de ataduras, una de ellas, muy preocupante, las ataduras de la ignorancia que puede llegar a ser un carecimiento supremo, un desconocimiento de la propia vida. Entonces, desde el principio de su existencia entre nosotros la Iglesia asumió ese rol educativo con la formación de sus propios agentes evangelizadores, y respondió con creces a ese reto. Y su continuidad fue la labor misionera y la labor educativa, propiciada desde los conventos que fueron establecidos, tres como sabemos.

La acción educativa de la Iglesia trujillana durante el proceso colonial, que fue prácticamente toda ella liderizada por esta institución espiritual, llena un grueso tomo de actuaciones, realizaciones y logros importantes. Es mucho el inventario hecho al respecto. A nivel nacional investigadores de la talla del sacerdote Jesuita José del Rey Fajardo, y en lo regional el investigador universitario Benigno Contreras Briceño, han destacado el asunto con obras escritas de capital importancia. Del Rey, más que todo, se concreta al orden Jesuita, y en su libro ´´La Pedagogía Jesuítica en la Venezuela hispánica´´, incluye asuntos relativos a Trujillo, y dice varias cosas interesantes que llaman la atención, como que en los primeros informes que la Orden tuvo en España sobre condiciones de lugares para establecer colegios en América, aparecen en primer lugar Pamplona en Colombia y Trujillo en Venezuela. Señala las dificultades iniciales de la compañía para establecerse por la oposición del Obispo Agreda. Así refiere:

 

“Lamentablemente se cerraría el siglo XVI con la muerte del proyecto. Sin embargo, para la historia de la educación en Venezuela es interesante reseñar estos sinceros propósitos de acción pedagógica en los albores mismos de la venezolanidad. Y también hay que dejar sentado que el polémico prelado había creado para 1576, un estudio de Latinidad en la ciudad de Trujillo”.

 

El segundo tema lo titula “El Frustrado colegio de Trujillo”. Quisiéramos proyectar una visión de aquella idea o proyecto; nos permitimos soñar conque hubiese sido realidad el establecimiento de un colegio de la orden Jesuita en Trujillo en los albores del siglo XVII. Pero, fue solamente eso, una idea, un sueño que se quedó sin realizar. Veamos lo que dice. Perdonen lo extenso, pero la cita es indispensable para comprender aquel misterio:

 

“La primera ciudad venezolana que  polariza la atención de la Compañía de Jesús en el siglo XVII es Trujillo. En 1615, la segunda Congregación Provincial, reunida en Bogotá, solicitaba del P. General de los Jesuitas establecer residencias en Pamplona (Colombia) y en Trujillo con vistas a un futuro colegio ya que ambas ciudades andinas solicitaban planteles educativos jesuíticos. No deja de llamar la atención este fenómeno expansivo, así como la estratégica ubicación de la ciudad trujillana como punto de arranque para la ulterior penetración en suelo venezolano.

Desde la perspectiva jesuítica creemos descubrir dos causas explicativas de sus ansias trujillanas. En primer lugar, la persona del padre Baltasar Sanz, quien además de ser trujillano se constituía en el primer Jesuita venezolano que ingresaba en la Compañía de Jesús en el Nuevo Reyno y también el primer criollo que se vinculaba por medio de los votos religiosos a la orden ignaciana en tierras neogranadinas, el 29 de junio de 1613. En segundo lugar, es indiscutible que el contacto físico y humano que pudieron llevar a cabo los PP. Bernabé Rojas y Vicente Imperial en su gira misional por La Grita, Mérida, Trujillo, El Tocuyo, Barquisimeto y Caracas, el año 1616 debió influenciar de forma decisiva la opinión de los superiores Jesuitas. Indiscutiblemente la ciudad de Trujillo poseía para aquel entonces una élite cultural notable como lo demuestran las figuras representadas por cultos sacerdotes como Pedro Graterol, Bartolomé Escoto, Tomás Daboín, Francisco Severino y otros más, los cursos de latinidad los había iniciado el Obispo Fray Pedro de Agreda hacia 1576 con un doble propósito: poner en práctica en su extensa diócesis los decretos del Concilio de Trento sobre los Seminarios; y en segundo lugar, ir fundamentando la creación de un clero autóctono que paulatinamente fuera asumiendo las amplias funciones espirituales encomendadas por las Leyes de Indias a los Párrocos.  Dentro de este contexto se dirigía el prelado venezolano al Monarca español el 10 de febrero de 1576: “Yo he instituido y fundado un estudio de gramática en un pueblo de estos que se llama Trujillo por ser más aparejado para ello que otro ninguno para que los hijos de españoles estudien y se apliquen a la virtud. Esta va muy adelante y cada día ira más”. Así se explica la actitud de la congregación Provincial de 1615 y su opción por Trujillo”.

 

¿Por qué no se estableció aquel colegio en Trujillo? Hubo durante años, nuevos intentos ante diversas instancias de la Compañía en lo nacional y en el extranjero, que no lograron la fructificación esperada, es decir, no se obtuvo una respuesta positiva. A Trujillo le fue negada aquella institución educativa que le hubiese servido de mucho y a la cual ofrecía las condiciones necesarias, aunque fue en Mérida donde definitivamente logró establecerse y desarrollarse.

Otra gran forma de actuación que tuvo la Iglesia venezolana en la colonia y, por ende, la iglesia trujillana, fue la realizada en los llamados pueblos de misión, que era una política que se ejercía en el trabajo misionero de sacerdotes encargados de atender la formación, evangelización y trabajos de los pueblos indígenas. Esos pueblos se ponían bajo la orientación y responsabilidad de los clérigos; su misión era evangelizarlos y también en gran medida a civilizarlos y enseñarles todo lo concerniente a la agricultura y a la cría. Refiere Briceño Perozo que “La escuela de la misión enseñaba al indio a leer y a escribir, a contar, a fabricar sus propias herramientas de trabajo, a tallar imágenes, etc.´´. Exceptuando algunos excesos y faltas de atención, e incluso consideraciones ideológicas que aquellas políticas suscitaron, en el proceso misional, se hallan rasgos positivos, como la liberación y emancipación del indígena, en este caso, porque se actuó en un plano espiritual de catequización, con enseñanzas morales y de valores dignificadores de las personas, la cristianización, y las enseñanzas de producción y la economía. En este sentido, sostiene Alberto Micheo: “La Iglesia respondió con creces a este reto. El trabajo misional fue heroico y exitoso”. Y con respecto a la economía, asienta, “Los misioneros establecieron también las bases de una economía próspera y un sistema de propiedad equilibrado entre propiedad privada y propiedad comunal realmente acertado´´.

 

UNA CIUDAD CONVENTUAL

 

Iglesias, capillas, ermitas, colegios, es decir, distintas instituciones de carácter religioso había en la ciudad. La Iglesia Matriz en el centro de la población, la cercana ermita de la Chiquinquirá, y también, aunque un poco distante, la iglesia de la población de San Jacinto. A eso sumamos los templos y capillas de San Francisco, la ermita de la Candelaria y la capilla de las Monjas Clarisas. Eran los tres templos de los conventos que hubo en Trujillo, habitados por clérigos el de San Francisco y la Candelaria, y por monjas el de las Reginas. El Convento de San Francisco de Padua de la Recolección, fundado por la Orden de San Francisco de Asís, que se hallaba situado en la parte alta de la ciudad; el Convento de los Monjes Jerónimos de la Orden de Santo Domingo de Guzmán (padres dominicos) en la parte baja de la urbe y el Convento Regina Angelorum de las Clarisas (monjas dominicas) en pleno centro de la ciudad.     Finalmente, el Hospital de Caridad, al lado de la ermita de Chiquinquirá, que estaba servido por elementos de la iglesia.

Como vemos la ciudad de Trujillo, religiosamente hablando fue muy importante durante la Colonia, supeditada radicalmente a los mandatos de las autoridades eclesiásticas, con una resonancia de muy alto nivel evangelizador y pedagógico. tan nombrados y significativos que se conocieron con distintos nombres, hasta confundirse. Por esto la notable investigadora María Luisa Villalba de Pinto, escribe lo siguiente:

´´¿Quién en efecto, sin advertencia previa, sería capaz de presumir siquiera que el Monasterio o refugio de San Antonio de Padua y el del Seráfico Padre de San Francisco con una misma cosa, exactamente que cuando alguien habla del Convento o de Casa de Recolección de Nuestra Señora de la Candelaria, se está refiriendo al de los Predicadores de la Orden de Santo Domingo? Parece, pues, conveniente precisar que, en realidad, hubo tres, dos de hombres y uno de mujeres, el de Regina Angelorum, llamado algunas veces de Las Monjas de Santa Catalina, y otras, de las Religiosas Dominicas; así lo atestiguan muchas personas que lo conocieron en épocas de plena actividad, entre los cuales nombro a Depons y Oviedo y Baños, citado en el curso de este escrito, y José Luis de Cisneros, en su Descripción exacta de la provincia de Venezuela, aunque antes he debido mencionar a Monseñor Martí, la más autorizada autoridad , si puede así decirse, en la materia, quien llega hasta señalarnos la ubicación de cada uno de ellos”:

 

 Y en la ciudad, además de otros obispos en visita pastoral, estuvieron radicados los famosos e históricos obispos Fray Pedro de Agreda y Fray Alonso de Briceño. Fray Pedro Agreda se preocupó por la educación de los trujillanos, a la sazón, fundó un colegio en Trujillo que estuvo ubicado al lado de la Iglesia. De él dice Briceño Perozo:

 

“Defensor como el más de los naturales. Fundó la Escuela Superior de Arte y Teología de la que egresaron sacerdotes de la talla de Francisco Severino de Carrión, español de los pobladores de las ciudades de Mérida y Maracaibo, ordenado en 1576 por el mismo Obispo Agreda, y Pedro Graterol, criollo, nativo de Boconó, ordenado en 1585”.

 

Otro obispo de Caracas que vivió en Trujillo durante siete años, entre 1561 y 1568,  fue Fr. Alonso de Briceño, chileno de altísima formación intelectual, ya que fue sacerdote franciscano, teólogo y filósofo, y entendió siempre de los asuntos de la Diócesis. A lo largo de todo ese tiempo el obispo Alonso Briceño estuvo alejado, hasta su muerte, en el Convento Regina Angelorum.

El último obispo, y el más señalado de todos, que estuvo poco tiempo en estas tierras, fue el Dr. Mariano Martí. Su estadía en Trujillo comenzó el 15 de febrero de 1777, por Carache, y concluyó el 12 de enero de 1778, en una larga visita pastoral que, según asienta el historiador Briceño Perozo: “… la visita de Martí es desde todo punto de vista, la más interesante, la más acuciosa, la más rica en censos, inventarios y noticias históricas que se haya realizado en Venezuela”.

 

 

LA IGLESIA TRUJILLANA EN SU PARTICIPACIÓN PATRIOTA

 

Se quejaba en Mérida el doctor Antonio Nicolas Briceño, en 1811, del sacrificio del clero merideño y trujillano, que pasaba penurias por atreverse a ponerse del lado de los que obraban por la Independencia. Nuestro Clero fue eminentemente patriota, como vamos a ver el largo listado de los que, en una u otra forma, concurrieron a aquella jornada cruel e inhumana por conseguir la emancipación. Proclamaba el fogoso abogado:

 

 “Contrayéndonos, pues, á las otras dos Provincias. Que se traen también  por exemplo á saber: las de Mérida y Trujillo me será permitido redargüir de falsos, temerarios y denigrantes los dictados con que se les trata; por hallarme constituido representante de aquella, y deber mi existencia natural á ésta´´. 

 

El itinerario seguido por muchos sacerdotes  que sacrificaron su vida y hasta la de su familia por abrazar la causa nacional, llena una página de historia eclesial ejemplar y ductora, ya que era como una gracia de Dios que les permitían esa participación aleccionadora, que los incitaba a figurar con nombre y apellido en aquella empresa tan arriesgada y peligrosa que fue la guerra de la Independencia, y romper juramentos y fidelidades, a veces sagrados y determinantes a su vida eclesiástica, a las dignidades y las jerarquías, anteponiendo para ello, su amor a la libertad y al bien común de su propia patria mancillada. La verdad de la fe, el horizonte de la fe, su misma naturaleza venezolana, era una razón de impulso para ese abrazo con la empresa libertadora. Y la palabra de una liturgia que rompió con cánones opresores y hasta denigrantes, abrió la conciencia de la libertad, por lo que la iglesia venezolana, la trujillana entre las primeras, dio su brazo por la Independencia y tiene el premio eterno de la historia.

En el proceso de la Independencia nacional, la Iglesia trujillana es honor y valor. En el centro de nuestra Bandera Nacional, aparece la Iglesia trujillana en la parte más visible de la estrella que nos representa como Provincia. Esa es una de sus glorias. Y bien pudiéramos emplear la palabra juiciosa de Don Mario Briceño Iragorry para entender el porqué actuó la Iglesia trujillana de manera tan decisiva en la parte más ardua y trágica de la guerra de la Independencia. Dijo el historiador:

 

“Para que los pueblos entre en la historia (la Iglesia en el pueblo de Dios), necesitan la marca de una palabra que los distinga, reclaman una conducta que los. personalice, esa conducta y ese apelativo no se forjan en la alegre aventura de la riqueza, ni se gana en una carrera precipitada de un progreso sin reflexión y sin espíritu. Ese apelativo y esa conducta arranca del ser íntimo, profundo, entrañable de las comunidades con autenticidad histórica y con vocación moral”.

 

 Lo dejo para una reflexión hermenéutica.

 

Ya antes de 1810 estaban comprometidos con la subversión los presbíteros Dres. José de Segovia y Antonio Rendón. El padre Segovia era Capellán y Prior del convento de las Reginas. Ambos curas conspiraban y hacían propaganda de las ideas y propósitos de la Emancipación. Al igual que ellos, en diversos lugares de la Provincia, sacerdotes trujillanos, sorteando los riesgos del régimen español y de la propia iglesia, en gran parte realista, se inyectaban de una gran convicción política y revolucionaria, que se acrecienta y desgana como sabemos, en la ronda preparatoria de la jornada que se cumpliría en octubre de ese mismo año. No es el caso detenernos en el suceso, aunque reiteramos el valor, la actitud y la participación de nuestra Iglesia en aquel primer acto heroico con que Trujillo contribuyó a la causa de la Independencia venezolana. El epicentro humano de aquel momento, fue un sacerdote, el bachiller Fray Ignacio Álvarez, escuqueño y trujillano, redactor del Acta de la Independencia de la Provincia de Trujillo.

Y en la secuencia temporal participativa, vemos comprometida a la Iglesia provincial, muy comprometida; y a costa de muchos, porque cuánto perdió la iglesia venezolana en aquel proceso, sobre todo por la división interna que hubo entre los que quisieron romper con el régimen español y los que permanecieron fieles a la corona. Los sacerdotes, vemos, figuraron de manera unipersonal en la contienda, por eso sus nombres específicos. Pero era la institución eclesial la que soportaba las consecuencias de aquella guerra civil. Clérigos sometidos a juicios y destierros, al abandono de sus familias, a la pérdida de sus bienes. Sobre esta conducta, anota Micheo: “Se produce una disminución notable del clero conforme avanza el afianzamiento de la independencia “. Y luego dice:

 

“Con respecto a los seminarios, el de Caracas fue cerrado en 1814 después que todos los seminaristas se fueron con José Félix Ribas a la batalla de La Victoria. El de Mérida fue destruido por el terremoto de 1812 y las tropas acampaban en sus locales provisionales. Guayana nunca tuvo seminario”. 

 

Y de aquel clero solidario y valiente sabemos que, sobresalen por sus actuaciones Fray Ignacio Álvarez, sacerdote escuqueño, por su papel como principal redactor del Acta de la Independencia de la Provincia de Trujillo. De él dijo emocionado el señor Jacobo Antonio Roth, lo siguiente; “El padre Álvarez ha hecho un trabajo encomiable y digno de su superior inteligencia”. El Pbro. José Ricardo Gamboa, Cura de Almas, de la población de Niquitao, representante ante la Junta que se constituyó para elaborar y aprobar la Primera Constitución Provincial, y factor de primer orden en la memorable batalla de Niquitao, en la que no participó en la primera línea, pero puso todo el ritual de la liturgia, en compañía del pueblo, en procesión de innovación por el triunfo de los patriotas. Lo premió la historia, como dijo Don Tulio Febres Cordero. Otro personaje fundamental es esta historia regional, quizás el más nombrado y renombrado, es el Padre Francisco Antonio Rosario, El Patriota y el Santo, como se conoce, quien, “Sirvió a la Patria sin aguardar gratitud ni recompensa”: Qué más que esa convicción para ser héroe. Y de Boconó también, sobresalió en aquella jornada clerical, el Pbro. Maestro Salvador Vicente de León, Capellán del Ejército Libertador y sacerdote de insignes virtudes.

Finalmente, de aquel grupo sacerdotal regional se han hecho listados en la historia y en la crónica histórica venezolana, como los que aparecen en el libro ´´Patriotismo del Clero de la Diócesis de Mérida´´, del Ilmo. Dr. Antonio Ramón Silva (X De un expediente de la Curia Eclesiástica en 1817). Incluye cinco sacerdotes trujillanos, así como  la que publicó el historiador trujillano Luis Martínez Salas en su obra ´´Resumen sincronológico para el estudio de la Historia´´, con el subtítulo: ´´Hijos de Trujillo que tomaron parte activa en la lucha de la emancipación, de una manera connotada´´, en que incluye a dieciséis presbíteros trujillanos.

 

UN COLOFÓN NECESARIO

 

Una celebración trascendental por necesaria: el Bicentenario de la Entrevista del Libertador Simón Bolívar y el Obispo Rafael Lasso de la Vega, nos concita en esta santa Iglesia Catedral de Trujillo para recordarla y traerla a nosotros como lección de historia, de civismo y de venezolanidad. La angustia de este tiempo nos acosa y nos llama a la reflexión; la estructura moral del país que no está en su mejor momento. ´´La Historia es Maestra´´ y nos quiere enseñar nuevamente. Aprovechemos entonces su lección de urbanidad y reconciliación: Somos capaces, por qué no. En el camino estamos. Hablar, analizar y reflexionar sobre el sentido de las grandes fiestas patrias puede constituir un gran aliado para esta ansiada revaloración venezolana.

En este momento, yo quiero invocar el nombre de un buen hombre trujillano, de un benefactor, de un ser humano de plenitudes y realizaciones y de profunda fibra moral: el Dr. Marcos Rubén Carrillo, de quien dijo Monseñor Constantino Maradei Donato, Obispo de Barcelona: “Es el hombre de la convivencia amigal y de la compresión fraterna”. Al Dr. Marcos Rubén quiero citarlo para que me ayude con su palabra a cerrar esta exposición. Él dijo de la Iglesia, en una oportunidad:

“En los pasajes más resaltantes de la Historia Colonial Americana, encontramos a los integrantes del clero en función ductora laborando por la cultura y el adelanto material y moral de los pueblos donde les tocó actuar; y en la Independencia, religiosos, civiles y militares, con gran espíritu de servicio, aunaron esfuerzos para conseguir un camino, para buscar un rumbo, hacia la meta de sueños e ideales. Ese rumbo, ese camino están señalados en la doctrina social de la Iglesia, y en el luminoso pensamiento del Libertador: gritos de alerta dados al mundo en medio de la espantosa indiferencia universal en que vivimos; clarines de prevención cuyas voces cubren el universo, crecen con el tiempo, se agitan y se confunden en la remota lejanía del ayer heroico”.

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:

 

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