La idiosincrasia del boconés, el “Jardín de Venezuela” / Por: Jesús Barreto Leal

Sentido de Historia / Boconó 459 años

Hoy en día, Boconó mantiene, a pesar de las fuertes circunstancias, gran parte de su esencia y de sus valores. Cortesía: Baldemar Pérez Linares

 

Boconó, en el contexto trujillano, es un conglomerado urbano singular. No es producto de una fundación, con todas las formalidades protocolares, sino que su germen urbano, de acuerdo a las investigaciones realizadas por el Hermano Nectario María, nació de un “acto de rebeldía”, liderado por uno de los primeros pobladores hispánicos, Juan de Segovia y un grupo de vecinos quienes, un 30 de Mayo de 1563, desacataron la orden de las autoridades de un nuevo traslado de la ciudad de Trujillo, que desde 1560, estaba asentada en el fértil valle de Boconó. Esta decisión, dio continuidad tanto en la ocupación del espacio como en el uso de la tierra por parte de los colonos europeos, hasta llegar al año 1621, cuando, por decisión de instancias civiles y eclesiásticas, fue elevada a la categoría de pueblo indios y de doctrina, con la conformación del primer cabildo de indios, y con San Alejo como patrono que, hasta nuestros días, es benefactor espiritual de los pobladores, en su mayoría de profunda raíz católica.

¿Qué observaron y de qué se prendaron esos primeros habitantes españoles para enfrentarse a semejante desobediencia? Sin duda, la variedad de paisajes impregnados de todos los tonos de verde posible, un clima primaveral, un ambiente sano y saludable, cantidad de recursos hídricos, fértiles tierras y seguramente, aunque nunca reconocida en todo su valor por la circunstancia que la historia presenta al enfrentar a los hombres contra los hombres, la presencia de una cultura originaria, la etnia cuica, la cual, según varios investigadores, era de las más avanzadas tecnológica y culturalmente, poseedora de un legado que aún hoy alcanza su influencia en testimonios vivos de mestizaje étnico y cultural, cuyo producto la cultura campesina es de tal influencia que no sabemos hasta dónde, hablando de la capital del municipio, Boconó es una ciudad pequeña o es un pueblo grande, porque se confunden esas mentalidades entre lo urbano y lo rural.

El poblado fue evolucionando en su diaria cotidianidad, enmarcada en la dinámica geo-política, primero colonial y después con motivo de la independencia, proceso en el que fue escenario de acontecimientos cruciales como la adhesión a los acontecimientos independentistas (iniciados el 5 de julio de 1811) con la proclama suscrita por el prócer Miguel Uzcátegui Briceño, el 15 de diciembre de 1811, quien elevó a la categoría de villa a nuestra ciudad y estableció, el primer cabildo republicano; la presencia de Bolívar y del Ejército Libertador en junio de 1813 y la Batalla de Niquitao, el 2 de julio de 1813.

Con toda seguridad, su situación privilegiada, a medio camino entre los principales poblados, en medio de un rico valle, surcado por nuestro río majestuoso, hicieron de Boconó un lugar de “paz social y tolerancia”, ya que muchos perseguidos de diversos enfrentamientos políticos y muchos migrantes de dentro y fuera del país, encontraron y siguen encontrando acá, un lugar amable y tranquilo para trascender.

Hoy en día Boconó mantiene, a pesar de las fuertes circunstancias, gran parte de su esencia y de sus valores. Aún pueden verse, aunque con peligro inminente, acciones de solidaridad, respeto, concordia, ímpetu de trabajo, espíritu de servicio, amor por la naturaleza… pero tenemos que exigir y exigirnos como habitantes de esta buena tierra, que nuestra ciudad no sucumba por la desidia, el desinterés, la apatía, la irracionalidad, las migraciones… Debemos ser portavoces y generadores de buenas noticias, de organización útil y necesaria para lograr que la querida pero también maltratada ciudad, sirva de ejemplo en tantos aspectos que aún conservamos: rica biodiversidad y naturaleza, aspectos culturales de variada índole y abundancia, instituciones que a pesar de todo pudieran con el apoyo respectivo servir como ejemplo tesonero para nuestro desarrollo, capacidad creativa y emprendimiento, potencialidades turísticas ilimitadas, en fin, un lugar que en medio de la crisis de nuestro mundo vale la pena habitar y cuidar.

 

El poblado fue evolucionando en su diaria cotidianidad, enmarcada en la dinámica geo-política. Cortesía: Baldemar Pérez Linares
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