LA HORA DEL LUGAR | Por: Francisco González Cruz

 

Obligados por las circunstancias, la mayoría de la población del mundo se ve obligada a estar en un solo lugar, normalmente su sitio tradicional de residencia. Algunos escogieron sitios que consideraron más apropiados, otros la realidad los sorprendió fuera de su lugar habitual, otros están confinados en hospicios, prisiones y otros tipos de alojamientos, pero la mayoría está en su domicilio acostumbrado, sea una casa o apartamento, en la ciudad o en el campo, en zona rica o pobre, pero todos estamos reducidos en un espacio limitado, a un territorio pequeño que se hace cada vez más íntimo.

Ahora descubrimos los detalles de ese territorio más personal, sus bondades y sus carencias, sus atractivos y sus incomodidades. También la calidad de sus muebles y accesorios, sus colores y el valor paisajístico de su vista hacia las afueras, hacia el paisaje. La pandemia nos obliga a tomar conciencia del valor de nuestro lugar tradicional. Y de la calidad de las relaciones con las personas con las cuales compartimos, las mascotas que nos acompañan, las plantas que adornan, los libros que tenemos, los equipos de entretenimiento, en fin, de todo lo que nos rodea.

Así mismo comenzamos a extrañar la calle y el parque, la tertulia  en el café de la esquina, las tiendas, el templo, el mercado y en general los puntos de encuentro de la vida comunitaria cotidiana. También añoramos el sitio de trabajo y el camino que nos lleva hasta allí, y el medio de transporte, y a los compañeros de trabajo. Extrañamos todo los que son asuntos cotidianos al salir de casa en la vida normal.

El lugar en geografía es el espacio territorial íntimo y cercano donde se desenvuelven la mayor parte de las actividades del ser humano.  Generalmente es el sitio donde las fases del nacer y crecer se plasma con mayor libertad dentro del lienzo llamado vida, es donde la educación y la configuración de la morfología personal se cristalizan con mejor nitidez.  En el lugar se encuentran los familiares, las amistades cultivadas con un especial vínculo afectivo.  En fin, es una comunidad definida en términos territoriales y de relaciones humanas, con la cual la persona siente vínculos de pertenencia.  La primera característica: el lugar circunscribe todos los ámbitos vitales del ser humano. El lugar es el territorio, en términos ecológicos, de una persona. Es la zona donde se establece su comunidad y donde está su historia, sus referencias topográficas, sus definiciones culturales, sus afectos, donde se gana la vida y donde pasa la mayoría de su tiempo.

En estos tiempos de pandemia y cuarentena, el lugar se ha convertido en nuestro mundo inmediato y su calidad, digamos su personalidad, su identidad, pasa a ser fundamental para nuestra propia calidad de vida. Mucha gente es baquiana en sus lugares, otros apenas los están descubriendo. Y valoramos todo eso que hace más humano el territorio íntimo, y nos chocan esos sitios sin personalidad, no-lugares los llama Marc Augé, que no invitan a vivir y a convivir. Uno de los desafíos que la cuarentena pone en evidencia es lograr lugares más humanos, más familiares, más con-vivibles, de mayor capital social, sin que por ello no estén conectados al mundo global. En eso consiste el proceso de “lugarización”.

 

 

 

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