Lo de la familia Oñoro es una triste historia que se repite -con algunas diferencias- entre los casi dos mil damnificadas que en los últimos días se hicieron en Táchira debido a las lluvias, especialmente en las zonas de Rubio y Zorca.
Hace justo una semana la lluvia arreció pasadas las 11 de la noche, la quebrada La Zorquera, detrás de la casa de la familia Oñoro, comenzó a rugir y sin pedir permiso entró como una ladrona enfurecida y se llevó “todo, todo”, relatan.
“Sólo nos quedó lo que cargamos puesto”, dice Manuel Oñoro, el jefe de la familia, a quien ni zapatos le quedaron. Andaba descalzo, cuando daba su testimonio y trabajaba tratando de reconstruir una casa casi en ruinas e inmersa en lodo.
Manuel hace más de 30 años emigró de Colombia, hizo una familia en Venezuela y no pensaba volver a su tierra. Pero hoy, que no tiene nada, si no un inmenso dolor tras tantos años de trabajo que se llevó el agua, la posibilidad de volverse a su natal tierra es una opción, a pesar que se sentía venezolano y sus hijos y nietos nacieron en Táchira.
Siete personas, entre ellos 3 niñas vivían en la casa de los Oñoro, en la calle 4 del sector Santa Elena, en Zorca, perteneciente a San Cristóbal, estado Táchira. Ahora se separaron, se quedan en diferentes viviendas de amigos y conocidos donde les dan un espacio para dormir.
La familia de Manuel Oñoro es muy apreciado en la comunidad, porque se lo ganaron. Franyeli Oñoro, es una joven de 18 años de edad, quien coopera en el comedor solidario que le servía y sirve alimentos a los más necesitados de la zona.
Además, Franyeli trabajó tras terminar su bachillerato y pudo comprar varias pertenencias que se llevó el agua, “cosas que compré con mi esfuerzo. Perdí todo”.
El agua se la llevaba
La noche de la inundación, hace justo una semana, Franyeli casi muere. Para salvar la tablet de su sobrina de 8 años, pero quedó atrapada en la casa. Su pierna se rompió, la reja de la casa se cerró y no pudieron abrirla.
El agua la arrastraba, pero su devoto padre Manuel logró ingresar a la vivienda y tomar a su hija por el cuello hasta sacarla de la encrucijada que le hacía el agua bravía, “si, mi papá me salvó la vida”.
Franyeli, criada con espíritu de trabajo y superación ya tenía un plan para su vida antes de que llegara la lluvia, sus buenas calificaciones le ganaron un cupo en la Universidad del Táchira, para psicología, y en enero -dijo- empezaría a estudiar, “pero ya con esto, pues no se puede”, relató con un dolor, que fácil se aprecia en su expresión y que se repica con impotencia en la cara de su padre, cuando la oía hablar de su sueño detenido.
Cuando le preguntan a la joven que mensaje de auxilio quiere enviar, dice que solicita ayuda de ropa, zapatos, alimentos, cosas para la casa y lo que puedan, “lo que sea que puedan dar se lo agradecemos”.
“Lo mismo”
Hace 10 años, dijo Manuel Oñoro, que vivieron “lo mismo”.
La quebrada creció y les llevó parte de sus enseres, “pero no así como ahora… Esa vez la única que vino por aquí fue Mónica de Méndez (era alcaldesa de San Cristóbal) y William Méndez, más nadie. Ella nos trajo cocina, nevera, colchonetas, alimentos y nos pudimos volver a levantar y seguir recuperando lo necesario. Pero ahora. Ahora estamos a la voluntad de Dios”.
A una semana de la inundación siguen sin servicio de agua, ni electricidad. No tienen enseres, ni cama, que es lo básico.
Manuel Oñoro, sigue tratando de de armar el rompe cabezas que es su casa, pero aún siguen con el cielo de techo. Saben que hoy, con la crisis humanitaria que vive Venezuela todo es más difícil que hace 10 años. La pobreza ya era casi generalizada en el país y enfrentar esta tragedia es titánico. Se aferran a Dios, es lo que dicen.