Ciudad del Vaticano, 29 abr (EFE).- La Guardia Suiza presume de ser el ejército en activo más antiguo del mundo, al servicio de los papas desde hace cinco siglos, y, aún así, sigue atrayendo a jóvenes que buscan una «aventura militar» impregnada de historia. En una semana, una veintena proclamarán su juramento sagrado.
Dentro del cuartel, pegado a la puerta de Santa Ana, uno de los pocos accesos en los muros vaticanos, se respira los nervios previos a las grandes ocasiones.
Algunos de estos jóvenes soldados helvéticos, casi todos altos y de tez pálida, dan lustre a los cascos y petos metálicos, mientras otros en parejas ciñen sus armaduras, enceran botas u ordenan sus famosos uniformes en rojo, azul y amarillo.
Once, además de dos tamborileros, ensayan la marcha en el patio bajo la severa mirada de un caporal que corrige cada imperfección. «No os mováis como robots, escuchad la música», adoctrina.
EL SAQUEO DE ROMA
La mente de todos ellos está puesta en una fecha inminente: el 6 de mayo, cuando 23 hombres pasarán a formar parte del ejército más antiguo del mundo con una ceremonia solemne en el Patio San Dámaso.
En esa ocasión, los «novatos» pronunciarán un juramento que se ha repetido a lo largo de los siglos.
«Juro servir fielmente, lealmente y honradamente al Pontífice reinante y a sus legítimos sucesores y dedicarme a ellos con todas mis fuerzas, sacrificando si es necesario mi vida para defenderlos».
La Guardia está a las órdenes del papa desde 1506, cuando Julio II recurrió a estos soldados suizos, que ya custodiaban otras cortes europeas, para hacerse con un ejército personal.
Sin embargo el 6 de mayo es la fecha más importante del cuerpo. Aquel día de 1527 las tropas alemanas y españoles de Carlos V saquearon la Ciudad Eterna y asediaron a Clemente VII, que apoyaba a Francia en el delicado equilibrio de poder en Europa.
El pontífice fue protegido por 189 suizos, de los que solo sobrevivieron 42, y gracias a ellos pudo refugiarse en la fortaleza de Sant’Angelo recorriendo un pasillo secreto sobre un muro.
REQUISITOS Y MISIÓN DE UN GUARDIA MODERNO
Los estragos del «Saqueo de Roma» aún pueden apreciarse en los agujeros de bala del muro o en un grafiti que un lasquenete alemán dejó en la casa de un banquero: «¿Por qué no puedo reír? Hemos hecho correr al papa», puede leerse todavía.
Pero otra reminiscencia de aquel convulso tiempo es la permanencia de aquellos comprometidos soldados helvéticos en el Vaticano.
En la actualidad, tienen la misión de proteger al papa, acompañarlo en sus viajes, como el que en estos momentos realiza en Hungría, controlar las entradas al Estado pontificio y cuidar de los cardenales en periodo de sede vacante.
Se trata de un «trabajo» cuyo sueldo es pagado por la Santa Sede y al que numerosos muchachos suizos se apuntan como «una aventura».
En la actualidad el contingente cuenta con 124 soldados, aunque puede alcanzar 135. Los requisitos pasan por ser varón, suizo, católico practicante, soltero, una edad entre los 19 y los 30 años, al menos 174 cm de altura, buena salud y una «reputación impecable».
El servicio dura 26 meses, de los que dos son formación. Después, según las estadísticas, tres de cada cuatro se integran en la policía o el ejército suizo y el resto vuelve a sus trabajos o estudios.
Y, como curiosidad, cada año sale un cura, puede que inspirado por tantas noches de guardia en la Sede de Pedro.
«NO SOMOS MONJES»
Sin embargo, no están sujetos a las estrecheces de la santidad. «No somos un monasterio, tenemos una vida. Solo somos militares que están aquí para defender al Santo Padre», alega el nuevo responsable de la comunicación, Eliah Cinotti.
De hecho los soldados, tras sus turnos, pueden salir por Roma, viajar, hacer amistades o incluso enamorarse aunque, eso sí, el matrimonio solo se permite después de cinco años de servicio y hasta reciben un apartamento.
Uno de los que se pondrán la armadura este 6 de mayo es Danilo, tiene 22 años y antes de llegar a Roma trabajaba en la logística, «en un almacén», resume.
«Pensé ‘si no lo hago ahora no lo haré jamás’. Aquí estaba el hijo de un colega de mi padre y por él, y después de venir a ver el trabajo de los guardias, decidí emprender mi aventura», explica bajo un yelmo que no oculta su cara de niño.
Danilo reconoce que la vida castrense ya le atraía y reconoce el «buen clima» dentro del bastión de la Guardia Suiza, repleto de banderas de cantones. «Somos una familia», asegura.
Mientras piensa en su futuro, reafirma su voluntad de defender al papa como tantos otros en el pasado. Solo que ahora se encuentra a merced de las bromas de Francisco que, tras una larga noche de guardia, le preguntó irónicamente cómo había dormido.
Gonzalo Sánchez