La mayoría de los venezolanos tenemos claro que la gran tarea que tenemos es la unidad para establecer un gobierno que abra las puertas del bienestar. Que no existe propósito mayor y que nada hará que nos desviemos de esa ruta.
El camino del bienestar no es otro que lograr un sistema de libertad, confianza y respeto, que favorezca el despliegue del potencial que cada uno tiene para aportar, con nuestro trabajo, a la superación de la crisis en que está sumida Venezuela por culpa del socialismo del siglo XXI y su carga de corrupción.
Para ello ya demostramos que no embestimos trapos rojos, ni buscamos vacas flacas que nos desvíen de ese superior propósito. Ni las trampas de régimen, ni las ponzoñas de los alacranes, ni las escaramuzas de algunos “líderes” y partidos políticos por objetivos subalternos, harán que este pueblo claro y decidido se desvíe.
Se demostró claramente el 22 de octubre con la epopeya de las primarias y el 3 de diciembre con el grotesco referéndum. En esas elecciones en las cuales escogimos a nuestra candidata a la presidencia de la república, casi todo el mundo salió espontáneamente, colaboró con entusiasmo y con una alegría que hacía mucho tiempo no se veía, desbordó la capacidad de las mesas de votación, todas instaladas en sitios que la gente dispuso generosamente. El mundo vio como los venezolanos queremos abrir unas nuevas realidades en paz, legalmente y por la vía democráticas del voto libre y consciente.
El propósito se ratificó en el referéndum del Esequibo, que todos los venezolanos reconocemos como nuestro y sabemos que este gobierno por intereses subordinados descuidó en su reivindicación por las vías institucionales, pero consciente de que era una cortina de humo no se acercó a las urnas electorales, a pesar del enorme despliegue publicitario y las amenazas a los trabajadores. Allí en ese proceso electoral también quedó en evidencia la debilidad estratégica de muchos “opositores” y la capacidad infinita de mentir que tiene el CNE.
Sólo esos dos hechos demuestran la meridiana claridad de los venezolanos que debería ser advertida por la dirigencia nacional, no sólo la política, también la empresarial, académica, la sociedad civil y de otros sectores, dando el ejemplo acaba de dar la Conferencia Episcopal Venezolana en su exhortación Pastoral del 12 de enero, que comienza con esta luminosa cita:
“Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron” Ap 21,1
Y expresa entre otros importantes asuntos: “Urge, por tanto, la elaboración y presentación de un calendario electoral que nos conduzca a unas elecciones limpias y transparentes. Este debe ser un tiempo para buscar, entre todos los factores de la sociedad venezolana, un compromiso en el diseño de una visión compartida de país, teniendo como centro, la dignidad e importancia de la persona humana, de todos y cada uno de sus habitantes”.
La mayoría de los venezolanos queremos ese nuevo cielo y esa nueva tierra, que nos permita sin tanta incertidumbre y desasosiego realizarnos como personas y como sociedad. El pueblo ha venido desarrollando una gran capacidad de discernimiento que apunta a actuar con tino, sin dejarse llevar por el ansia de poder, por la codicia ni dejándose engañar por políticos sin proyecto de transformación.
Está creciendo una gran fortaleza espiritual fraguada en las carencias y sufrimientos de esta realidad que no queremos, pero que genera una valentía que se expresa en enfrentar sin mucho ruido al régimen, ejerciendo los valores de la civilidad con coraje y prudencia, lejos de los agresivos insultos de los mandones y de la demagogia de políticos sin escrúpulos.
En eso estamos claros y no podemos aceptar desviaciones por otras razones que no sea las de crear ese clima de entendimiento y lucidez hacia un solo objetivo: sustituir este régimen ruinoso por un gobierno decente.
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