«Se encontraba en Jajó», según Antonio Lino, hijo de Martín Rivero, admirador del coronel y amigo de Cesáreo. Aquel día, en la plaza del pueblo, después de saludar a viejos amigos de infancia y algunos familiares, se dirigió a donde el Jefe Civil, pero ve un movimiento inusual de tropa del gobierno nacional y de policías.
Le preguntó a un conocido, la razón del operativo y le dijo el nombre de a quién iban a capturar y el sitio a donde se dirigía la tropa cazadora de hombres. Cuando regresó a la plaza, se quitó el sombrero, se rascó la cabeza con preocupación, repitiendo en silencio el nombre de la presa de caza.
– ¡Mi amigo el Coronel! -pensó-. Y volviendo a mirar el rostro de aquellos “chácharos» infernales y bien armados, buscó su briosa y pretenciosa mula, la montó, era buen jinete, ella comenzó a lucir sus hermosos pasos, entonces su alterado dueño le dijo: – Apúrele ligero, que vamos pa’ Palmira a avisar al Coronel. Mientras Cesáreo se retiraba al son del bello pasitrote del animal, los “chácharos», no le quitaron la vista a su precipitada marcha.
Eso fue un día de 1915, de entre el Zanjón de los Muertos, en la cima de La Mocotí salió Parra en su mula, atravesó el pedregoso, sinuoso y empinado camino a la Lagunita del Portachuelo, animal que andaba, si se puede decir, por instinto y recuerdo, tenía sus años.
De allí, surgió el jinete en una desesperada y ciega galopa. Entró en la casa de San Martín, buscó al “Jurungo”, padre del Coronel, conversó con él y salió rápido continuando su apretada marcha.
José Américo Burelli García estaba refugiado en la casa de su hermano Pedro Mario, en Palmira, «pues las fuerzas del gobierno lo perseguían de día y de noche» (Rivero, Notas). El joven militar, se había convertido en uno de los enemigos más buscados por el largo y terrorífico gobierno de Juan Vicente Gómez, tras su levantamiento militar en la Sierra de la Culata y el sitio de Timotes, junto con otros oficiales, en lo que la memoria oral de nuestra comarca llamó, “la guerra de los 15 días”.
Al llegar a Palmira, mula y jinete traspasaron la entrada de la finca y frenó en seco, en el patio. Se bajó de su fiel bestia que soltaba baba blanca en su pelambre, y llamó al Coronel, quien lentamente al conocer la voz, salió a verle el rostro toteado por el sol y el viento, a recibirlo, aquella tarde de calor y frío. Era la figura con 39 años de edad, curtida, viril y alterada del buen amigo Cesário Parra.
Cuando le informa que viene una columna de «chácharos» para capturarlo, entró rápidamente a la casa y ordenó llamar a Pedro Mario, su hermano, poniéndolo al tanto para la huida y evadir el cerco policial militar. Con un gesto firme, le agradeció a Cesáreo aquel sacrificio de alertarlo frente a la cacería montada por su enemigo, el tirano.
En la lacónica referencia de Rivero, apuntó que, «Los hermanos Burelli tuvieron que salir huyendo por las montañas de San José de Palmira y Monte Carmelo» (ídem); al no encontrarlos, la decepción la pagó un joven de La Puerta, José Antonio Pabón, a quien se llevaron detenido y amarrado, quien trabajaba con Pedro Mario.
Antonio Lino, agregó en relación a este hecho que, «Dos días después llegó la tropa a la casa de doña Adela, al mando del general Olegario Salas… alto y arrogante se adelantó y le dijo: – Señora, tiene que salir de aquí, necesitamos la casa para la tropa del gobierno» (ídem). Doña Adela, era la esposa de Pedro Mario Burelli. Habían comenzado los saqueos a los bienes y fincas de los Burelli García. Evidentemente, Cesáreo le frustró la cacería a la comisión del Gobierno, pero no, el ladronazgo.
Parra, que lo vieron los militares en Jajó, sabía las consecuencias de su acción, montó nuevamente su mula, en rápida marcha se dirigió a su casa en Los Manzanos. Así, logró salvar de la captura a ese caudillo pujante, en aquellos primeros episodios de la resistencia contra la dictadura de Juan Vicente Gómez.
¿Quién era el hombre de la galopa?
Era José Cesáreo (Cesário le decían) Parra Castellanos, nativo de Jajó, estado Trujillo, en 1876. Su padre José Francisco Parra y su madre María Isabel Castellanos. Sus hermanos, Hipólito, Genaro, Juana, Felipa, Petronila y Paula Parra Castellanos (datos suministrados personalmente por Antonio Lino Rivero. 2022); parte de la extensa familia Parra, de Jajó.
Desde la batalla campal de 1892, convertido Jajó -patio propiedad del general Juan Bautista Araujo el “León de la Cordillera”-, en un campo de guerra, por los «ponchos y lagartijos», dejando centenares de muertos, según Fabricio Gabaldón, quedó abandonado (Gabaldón, 120). La mayoría de los jóvenes huyeron. Cesáreo adolescente, con apenas 16 años de edad, tomó otro rumbo: hacia La Puerta, donde se comenzaba a reconstruir un pueblo, sobre el destierro de los indígenas.
Trabajó las tierras de la Media Loma, por muchos años. Contrajo matrimonio en La Puerta, el 13 de noviembre de 1897, con Mercedes Paredes, hija de Francisco Paredes y de Casimira Hoyos. La novel pareja se residenció en dicho sitio, procrearon cuatro hijas: Luisana, Blasa, Teodora y Sixta, y cuatro hijos: Daniel, Humberto, Jesús y Ricardo; este último, murió en el 2012, a la edad de 110 años, en La Puerta.
En el ocaso de su vida, no abandonó la costumbre de conversar y cantar. Cuando Régulo Burelli Rivas, que estudiaba en el Seminario de Mérida, regresaba en vacaciones a La Puerta, el viejo Cesáreo, con más de 60 años encima, lo iba a visitar. Ada Abreu Burelli lo citó en una remembranza, así: «el patriarcal Cesáreo Parra -ese viejo señor de la hermosa barba blanca y conversación pausada y sabia- traía desde Chucumbete, para agasajar al tío Régulo» (Abreu: pág. 83.). A mediados del siglo XX, su bien ponderada familia y sus amigos, vieron apagar la legendaria vida de Don Cesáreo Parra, el de la frenética y nacionalista galopada de 1915.