Por. Antonio Pérez Esclarín
La revolución no sólo ha destruido el aparato productivo, sino lo que es todavía peor, ha expulsado de Venezuela la riqueza más importante el talento humano de millones de profesionales. Además, el hambre, la desnutrición y la falta de educación están imposibilitando el desarrollo normal de millones de niños y niñas y están asesinando los talentos y potencialidades de generaciones enteras. Hace unos días leí que Venezuela es el país que ha exportado mayor cantidad de talento humano y son escalofriantes los diagnósticos sobre la situación de millones de niños y niñas que crecen sin seguridad y acosados por el hambre, el maltrato y la pésima o nula educación.
Recordemos que educar es el arte de acercarse al alumno con respeto y con amor, para ayudarle a desarrollar todos sus talentos y potencialidades para que se despliegue en él una vida verdaderamente humana. De ahí la nobleza de la educación, pues es, o puede llegar a ser, la tarea humanizadora por excelencia, el medio privilegiado para que cada persona desarrolle sus dones y alcance una vida en plenitud, con los demás y para los demás, no contra los demás. Sin educación o con una pobre educación no será posible el desarrollo humano, económico, social e integral de las personas.
¡Cuántos genios en potencia quedarán frustrados y cuántas potencialidades seguirán dormidas por no contar con una buena educación que les ayude a descubrirlas y potenciarlas! En uno de sus inolvidables escritos, el escritor portugués José Saramago nos ofrece una increíble descripción de su abuelo: “Viene cansado y viejo. Arrastra setenta años de vida difícil, de dificultades, de ignorancia. Y con todo, es un hombre sabio, callado y metido en sí, que sólo abre la boca para decir las palabras importantes, las que importan …Un hombre igual a muchos de esta tierra, de este mundo, un hombre sin oportunidades, tal vez un Einstein perdido bajo una espesa capa de imposibles, un filósofo (¿quién sabe?), un gran escritor analfabeto. Algo sería, algo que nunca pudo ser”.
A su vez, Saint-Exupery, el autor de El Principito, recuerda un viaje en un tren repleto de gente pobre y sencilla. Un niño dormía tranquilo entre sus padres. El escritor francés se quedó mirando la carita del niño y recordó la figura del gran compositor Wolfang Amadeus Mozart. Y pensó que tal vez ese niño tuviera en sí potencialidades como para llegar a ser un gran músico, pero temió que ni la vida ni su educación le iban a ofrecer las oportunidades necesarias, con lo cual sus talentos quedarían ahogados. Después de una larga reflexión, cuando el escritor separa los ojos del niño, en su fuero interno lo considera un “Mozart asesinado”. ¡Cuántas personas no podrán realizar sus potencialidades por falta de educación! ¡Cuántos artistas, científicos, héroes, santos…, estará bloqueando y asesinando la mala educación!
Si queremos evitar esas fugas o asesinatos de talentos, y estamos convencidos de que la educación es el medio esencial de producir la riqueza más importante, el capital humano, es decir, personas plenas y ciudadanos productivos, solidarios y responsables, debemos unir esfuerzos y voluntades para salvar la educación y garantizar a todos los niños, niñas y jóvenes una educación de calidad. Para ello, deberíamos declarar la educación como zona de desastre y abocarnos todos a salvarla y a mejorarla, combatiendo la ignorancia, el clientelismo, la retórica, la mediocridad, y el maltrato a los educadores.
@pesclarin
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