La doctrina insultante

Beltrán Haddad

John Bolton, asesor de Seguridad Nacional de EEUU, ha dicho: “hoy en día, proclamamos con orgullo para que todos lo oigan: la Doctrina Monroe está viva y bien”.
Esa declaración sonó rastreando aquel mensaje del presidente James Monroe a su Congreso en 1823, cuando les advierte a las potencias europeas, sobre todo a la Santa Alianza, que cualquier intento de intervenir en las colonias americanas libres del imperio español, sería considerado un acto no amistoso hacia Estados Unidos.
Así nació la doctrina más insultante a la soberanía de los pueblos de América Latina que luego, pasado un tiempo, se completó en su propósito de neocolonialismo salvaje, impertérrito, a partir del “destino manifiesto” o derecho del imperialismo norteamericano a expandirse en toda América y el resto del mundo por las buenas o por las malas, lo que comenzó con la destrucción de sus propios pueblos indígenas.
Ya para 1904, el presidente Theodore Roosevelt declaraba ese tutelaje al decir que EEUU era la potencia de policía internacional de América. La Doctrina Monroe sólo ha servido para negarnos como Estados soberanos o, en todo caso, para establecer con la ley del más fuerte, o en connivencia con gobiernos y gobernantes al estilo Bolsonaro, Macri, Duque, Molina o Piñera, Estados nacionales de soberanías limitadas, disminuidas o dependientes.
Es una doctrina insultante porque ofende la dignidad de estos pueblos y el legado de sus libertadores; insulta con el chantaje o la presión amenazante que ejerce el Gobierno de EEUU sobre gobiernos sumisos, para obligarlos a actuar de una manera que favorezca los intereses geopolíticos del imperio.
Es una doctrina que ofende la soberanía e independencia de cualquier país de la región cuando le impide contratar con empresas o celebrar tratados o convenciones con otros Estados sancionados por la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro.
En fin, es una doctrina para justificar esa nefasta política exterior de considerar a la América Latina como su “patio trasero” y asumir una conducta “uti dominis”, o sea, vinculándose a los países latinoamericanos sintiéndose dueño de ellos. Aún así, Venezuela continúa insumisa.

 

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