La difunta perfumada | Por: Pedro Bracamonte

 

La mañana despuntó con un extraño aroma, la noticia retumbaba en nuestras angostas calles. Era la Valera de 1945, una ciudad de solo quince mil habitantes y el titular del periódico El Nacional, rubricado por el reportero  Juan Acosta Cruz a quien apodaban “El Caballo Acosta”, era escandaloso: “El Ciempiés” descuartiza una mujer en Valera.

Los años cuarenta, rebosados de días revueltos y sobre todo en Caracas, donde en cada esquina se cuchicheaba una intriga. El presidente Medina Angarita había venido a estas tierras y frente a la Casa de Gobierno en Trujillo pronunció la célebre frase “A mi gobierno no lo asustan fantasmas”, tiempo después estaría preso y fuera del poder, despejando el camino para la instauración del “trienio adeco”. El ilustre Arnoldo Gabaldón, mantenía su férrea lucha contra la Malaria fumigando al país con DDT, mientras que en las altas esferas del poder se bailaba al ritmo de las grandes orquestas y la guerra mundial llegaba a su fin.

En aquellos días como otros, Julio Urdaneta Bozo, prófugo de un retén colombiano, regresaba a Venezuela con documentos falsos. Conocido en el mundo hamponil como “Ciempiés”, había acuchillado a dos personas en un lio de faldas en Santa Marta, motivo por el cual fue encarcelado, condena que no terminó de cumplir al evadirse y ocultarse en Maracay. Bajo el nombre de Juan Antonio Sánchez, vuelve a delinquir y es capturado y puesto tras las rejas nuevamente. Unos meses más tarde, vuelve a escabullirse y esta vez la ciudad escogida para esconderse es Valera, donde tenía un pariente de nombre Cheo Bozo, muy conocido en esta urbe por ser un músico popular.

En la tranquila Valera, Urdaneta Bozo, se encubre bajo la personalidad de un refinado comerciante de oro, oficio que le permite pasar inadvertido y hasta ser catalogado de honesto y trabajador en esta ciudad, donde desplegando su galantería se amanceba con una dama de nombre Ana de las Rosas, a quien cariñosamente llamaba “La Negra”, con la cual arrienda una casa en la antigua calle Dr. Mendoza (actual calle 14), número 55, rodeada de familias muy respetuosas. En esa Valera de los bucólicos puentes sobre el zanjón del tigre, el clandestino homicida concertó para la limpieza de su nueva morada, los servicios de Basilisia Salas, una moza de solo 11 años, oriunda del Cerro Caja de Agua, a quien terminó violando y asesinando tres días después, cuando “La Negra” andaba de compras.

El pasado parecía brotar como un diablo de su caja, relata la tradición oral de la época. “Ciempiés” intentó violar a la manceba, quien se resistió y terminó con una cuchillada en la espalda que le segó la vida. Al regresar de compras “La Negra”, se encontró con aquel cuadro dantesco y al ser amedrentada por el asesino, se convirtió en cómplice de aquel crimen que escandalizó a Valera. Cuidadosamente los dos siniestros personajes, limpiaron la escena y luego “Ciempiés”, despedazó el cadáver y lo colocó en una maleta de cuero negra, la cual perfumó con abundante pachuli y la aseguró con cabuya. Esa misma tarde, se marchó con la maleta hasta Motatán, donde abordó un autobús vía Mene Grande, donde en horas de la madrugada abordó un vapor que lo condujo a Maracaibo.

En todo este recorrido, los pasajeros se quejaban de la hedentina mezclada con pachuli que emanaba aquel hediondo equipaje. Una vez pisado suelo marabino y sin parpadeos, típico de un homicida serial, “Ciempiés” comentó a sus parientes maracuchos lo ocurrido y el problema en que se encontraba, estos le facilitaron un viejo vehículo Plymouth modelo 40, para que se deshiciera de semejante paquete. En compañía de su tío Víctor Bozo, transportaron la apestosa carga hasta la carretera de La Concepción y en medio de un basurero, descargaron los restos de la difunta que terminaron calcinando, sin percatarse de que los estaban observando unos trabajadores de una alfarería cercana quienes hicieron la respectiva denuncia. Unos días después, los zamuros llevaron a la policía al lugar en donde estaba el cuerpo carbonizado. Allí los detectives encontraron, entre las cenizas un zarcillo, idéntico al que más tarde descubrieron en la famosa maleta negra, en la casa de Carmen Urdaneta en la calle Independencia de Maracaibo. El perverso asesino “Ciempiés”, fue nuevamente capturado y juzgado junto a sus cómplices por el implacable juez Betulio Guijarro. Aseguraba el acucioso periodista con olfato de detective, Juan Acosta Cruz, que la única que no pudo ser ubicada fue su amante Ana de las Rosas, de quien más nunca se tuvo información y hasta se comentó que quizás pudiera estar muerta y enterrada en cualquier solar de esta ciudad.

Hasta nuestros días, la historia que rompió la tranquila vida de los valeranos de los años cuarenta, se ha contado en infinitas versiones, lo único que perdura en el tiempo es el fiero hecho y sus maléficos personajes que permanecen olvidados en el mundo de las leyendas urbanas de la Valera oculta.

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