La dama que traté como prostituta

Luis Rivero /ECS

 

La verdad no fue mi culpa, o bueno sí, pero no lo hice con la intención de ofenderla; lo que quiero decir es que lo hacía sin darme cuenta… durante cuatro años, cinco días a la semana. No sé cómo pude ignorar por tanto tiempo que la insultaba, es que parecía normal, bueno, la mayoría le daba ese trato y yo pensé que lo era.

Pero ¿Qué más podía pensar? Ella abría sus puertas, prestaba sus servicios. Acogía a las mentes desamparadas y les brindaba su cuerpo como hogar. Sus manos las hacía transporte, sus cabellos alimento, sus ojos sabiduría. Todos la usaban, se paseaban entre sus caderas y jugaban a ser reyes parados en su espalda. Ella les daba luz cuando la oscuridad los enceguecía, pues sus pecas encendía para que ninguno se quedara sin estrellas, para que todos vieran el cielo iluminado, aun cuando la luna se oponía.

Y luego, cuando ella ya no les servía, todos se alejaban como si nada, cada quien tomaba su camino y la olvidaban como olvida el niño a un juguete, como olvida un marinero a su amada, como se olvida lo que nunca se tuvo con la intención de recordar.

Cómo no pensar que era prostituta si en tantos años la vi con tantas personas y aún nadie me ha podido hablar de su historia. Cómo no pensar que era prostituta si ha tenido tantos amantes y nadie nunca actuó como si la amara. Cómo no pensar, si al final nadie la cuida y todos la abandonan. Como no pensar, si mientras ella llora suplicante, aquellos a quienes les pintó el camino del destino la miran con asco desde lejos; y yo con ellos, fiel en mi malagradecido actuar.

Hoy la vi. Sus piernas, aún abiertas, rechinaban con el viento como el acero en agonía. Sus manos petrificadas por el descuido se retorcían entre un charco de sangre negra. Sus ojos, opacos por la mediocridad y la complacencia, parpadeaban súbitamente. Su cuerpo deteriorado, su mente entregada al desuso, su alma… su alma vendida a la miseria suplicando ayuda.

La vi a ella, la pensé a ella, con tantos nombres sin significado, con tanta historia olvidada, con tantos personajes extraviados, con tantos jardines sin rosas, con tantos frutales sin frutos, con tantos huesos, con tan poca carne. La vi echada entre aquellas montañas heridas, en el mismo lugar donde un día nació tan ilusionada. La vi mirándome, con amor, como si supiese que comenzaba a idealizarla, a entenderla, a verla más allá de lo que muchos la vieron algún día; y ciertamente así era.

Me tomó cuatro años y unas cuantas lunas más darme cuenta que me equivocaba por completo, que vagaba yo confundido entre el cielo pensando que aquella dama era solo una nube andante, o que el andante era yo.

Me tomó cuatro años y unas cuantas lunas más verla, efímeramente verla. Por fin verla. Por siempre, espero…

 

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