Los gestos sencillos del Papa Francisco nos sorprenden y nos animan. Su origen latinoamericano de hondas raíces hispanas y sus ancestros italianos lo hacen tener una sensibilidad grande ante el “admirable signo” del pesebre. Su carta apostólica es una meditación sencilla y sentida desde Greccio, pequeño enclave de la provincia de Reati, en el Lazio, donde un buen día, San Francisco de Asís tuvo el sueño de construir un pesebre. El Papa nos regala sus cuitas, el encanto de una fe que se nutre de lo cotidiano y se eleva a lo más alto para indicarnos el camino.
Como venezolano, me siento, nos sentimos en sintonía total porque el pesebre es “esa hermosa tradición de nuestras familias que preparan el belén, como también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas. Es realmente un ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para crear pequeñas obras maestras llenas de belleza”.
En el pesebre se encierra la fe, los diversos misterios de la vida de Jesús que nos hace sentirlo cercano a nuestra vida cotidiana. Todos tenemos el recuerdo desde la infancia de la construcción del pesebre familiar. Junto a nuestras madres y abuelas, nos invitaban a buscar palos, a pintar los papeles con colorines, según nos indicaban. Y nuestra imaginación volaba más allá para poner alguno de nuestros juguetes preferidos, más cerca de la gruta, o algún pequeño muñeco que representaba algo querido. “Su enseñanza ha penetrado en los corazones de los cristianos y permanece hasta nuestros días como un modo genuino de representar con sencillez la belleza de nuestra fe”. Suscita tanto asombro y nos conmueve “porque manifiesta la ternura de Dios. ´´El, el creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez”.
Me impresiona la profusión de pesebres en muchos lugares de nuestra patria. En los Andes no hay rincón público o privado, plaza o lugar solitario en medio del camino donde la comunidad hace vida. “Es una invitación a sentir, a tocar, la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación”. En los hogares, hay más de uno, el familiar, el de la cocina, el de cada habitación. Y, con las paraduras del Niño, se renueva el misterio del nacimiento, de la vida, del Niño Dios y del hermanito que agranda la familia. Además, y qué bella tradición, en muchos sitios se pone el pesebre al comienzo del adviento y se quita el 2 de febrero, el día de la Presentación del Niño Dios en el templo, el día de la Candelaria.
Cada rincón del pesebre es objeto de contemplación. “El cielo estrellado en la oscuridad y el silencio de la noche…pensemos en cuántas veces la noche envuelve nuestras vidas. Pues bien, incluso en esos instantes, Dios no nos deja solos, sino que se hace presente para responder a las preguntas decisivas sobre nuestra existencia…para responder a esas preguntas Dios se hizo hombre”. “Los pobres y los sencillos en el Nacimiento recuerdan que Dios se hace hombre para aquellos que más sienten la necesidad de su amor y piden su cercanía. Por eso, tenemos derecho a cantar “si la Virgen fuera andina y San José de los llanos, el Niño Jesús sería un niño venezolano”.
“El belén forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe. Dejemos que del asombro nazca una oración humilde: nuestro “gracias” a Dios que ha querido compartir todo con nosotros para no dejarnos nunca solos”. El pino o el abeto, fue y es también, signo de la vida que nace, porque en medio del frío invierno permanece verde. Era y es la tradición del norte de Europa. Pero es más barato, más nuestro y más creativo para animar nuestra realidad herida, el pesebre. Gracias, Papa Francisco por recordarnos tan bellamente, el significado profundo y válido de la fe que profesamos, en medio del odio que nos quieren sembrar. “Venga Dios con nosotros, el Dios del cielo”.