Hago mías las reflexiones de Yveta Strenicova, monja eslovaca, doctora en teología bíblica, quien diserta sobre el sentido y valor de la vestimenta y le añade un comentario sobre algunos textos bíblicos que giran en torno a lo que portamos sobre el cuerpo. Vestirse es una necesidad diaria. Es corriente preguntarse, quizá más las mujeres que los hombres, ¿Qué me pongo mañana?. Lo hacemos pensando si hace frío o calor, o según los compromisos o reuniones que nos esperan, en los que siempre es importante “la pinta” que llevamos encima.
La ropa sirve para arreglar el cuerpo del ser humano y al tiempo preservar su integridad y dignidad. La forma de vestir habla de la identidad, tanto individual como colectiva. Esto explica las miles de formas de identificarnos como miembros de cualquier grupo o asociación. Lo que unas décadas atrás era visto como bueno, por ejemplo, quitarse el hábito o el distintivo para ser igual a la gente, pareciera que hoy ha cambiado. Es casi imprescindible tener algo que “me identifique” para que sepan a qué grupo pertenezco. Ir uniformado al trabajo es más cómodo y barato, a la vez que exige menos en muchos aspectos. En cambio, si se va a una fiesta o a una graduación, o a un evento en el que quiero impactar, hay que ser “original” y no vestirse igual que los demás.
La vestimenta puede también ocultar el engaño o el peligro. El hábito no hace al monje dice el refrán, y resulta muy cierto porque las apariencias engañan. Como vemos, la ropa es y será, un elemento con amplio espectro interpretativo. En la Biblia hay varios episodios en los que la ropa juega un papel importante. Más allá del uso práctico de la vida cotidiana, la ropa adquiere una dimensión simbólica y metafórica.
Las primeras páginas del Génesis narran la desobediencia de Adán y Eva a la prescripción del Creador. Antes de la infracción de la pareja estaban desnudos y no sentían vergüenza. Después del pecado la sienten y se cubren con hojas de higuera. La historia termina con que Dios los vistió con túnicas de piel (Gn. 2-3). La lección es evocadora: las criaturas por sí solas no pueden reconstruir su condición original. El miedo provocado al verse desnudos marcó su relación con el Señor. El vestido dado por el Creador a sus criaturas es un símbolo de que Dios toma en serio al ser humano y su libertad.
Las vestimentas son símbolo del amor de Dios hacia su pueblo Israel. En los profetas encontramos varios textos. Me detengo en el papel de las vestimentas en las grandes figuras femeninas del Antiguo Testamento: Tamar, Rut, Esther y Judith. La historia de estas mujeres desde una perspectiva ética cristiana, parecen problemáticas. Pero podemos verlas desde otro ángulo: mujeres valientes quienes para redimir su situación o la de su pueblo se cambiaron de ropa exponiéndose al riesgo. Judith, mujer viuda vestía por años ropas de luto. Ella, ante el asedio de los enemigos de su pueblo cambió de estilo de vida. Dejó el sayal y se vistió de fiesta resplandeciendo su belleza. Bajó al campo enemigo mostrando sus mejores atributos, confundiendo y engañando al General Holofernes. Lo embriaga y le cortó la cabeza. Así ganó la victoria para su pueblo.
En la Biblia el cuerpo humano es sí mismo es considerado el vestido que Dios hizo al hombre. Con el salmista repetimos: “tú creaste mis entrañas… tú conocías hasta el fondo de mi alma y nada de mi ser se te ocultaba…”(salmo 139, 13-15). Que el vestido que llevamos no oculte sino que muestre con transparencia el verdadero rostro humano, imagen y semejanza de Dios y no del diablo, porque las vestimentas hablan.