Por Cardenal Baltazar Porras Cardozo
Los evangelios no son un libro del pasado, ni una biografía sin alma de un personaje importante. La tentación de domesticar a Jesús convirtiéndolo en un justificativo de nuestros deseos y aspiraciones es permanente. “Nos atemoriza, dice el autor, la pretensión inconsciente de meter a Jesús en una composición nuestra, siendo así que nos rebasa infinitamente. Escribimos porque su historia viva debe testimoniarse”.
“Como los evangelistas, tenemos un interés máximo en evocar la figura real de Jesús; no queremos contentarnos con versiones que nos complazcan, porque nuestra no está en imágenes proyectivas de nuestras expectativas sino en la proyección, necesariamente limitada, del Jesús real, del hijo de María”.
En siete capítulos, nos pasea el autor en unir y venir de la palabra del evangelio a la vida cotidiana de nuestro tiempo. Aprender a discernir, a escudriñar lo que hizo Jesús como matriz del discernimiento; su modo de vida está en el sustrato de su misión y ello se logra siguiendo los pasos de Jesús desde la llamada del Bautista hasta la cruz y la resurrección. Un segundo apartado nos desvela el sentido de la misión, el envío de los discípulos como participación real de la misión de Jesús. “Una misión al estilo apostólico es siempre algo peligroso: las personas nunca quedan iguales. Es necesario que el misionero vaya impregnado del deseo humilde, pero irrenunciable, de la salvación de aquellos a quienes es enviado”.
La revelación a los pobres, estudiando frases claves del evangelio, nos lleva a no olvidar nunca el hecho de que “Jesús fue un artesano de aldea que nunca cursó estudios oficiales; sin embargo, Jesús fue la persona más humana que ha habido y habrá, y por eso es fuente primordial de humanidad”. En un cuarto capítulo, muy sugestivo, habla de la fe y la falta de fe en los discípulos y en quienes se encontraron con él a lo largo de su vida. Desde la narrativa evangélica, la fe en Jesús se da en personas necesitadas, bien personalmente, bien en una persona querida cuya situación no pueden resolver ellas mismas. El poder y la impotencia de Jesús, en una relación dialéctica, sitúa el poder no en la imposición sino en la fuerza de dar la vida y de entregar el espíritu. Así se desmitifica el concepto de poder ligado a la dominación del otro y no al servicio y la entrega.
Los dos últimos capítulos se refieren a la resurrección de Jesús, y al paradigma absoluto de humanidad de Jesús de Nazaret. El primer significado del señorío de Jesús, como del de Dios, gira en torno a su capacidad de servirnos cargando con nosotros. Jesús es contado con los pecadores, se confunde con el pueblo pecador que va donde Juan a disponerse para el juicio de Dios. Estamos ante un libro para rumiar aquí y allá, alguno de los aspectos de la vida de Jesús que nos invita a la reflexión y a la conversión. Vale la pena leerlo y compartirlo en comunidad para alimentarnos de aquél que nos invita a ser discípulos y misioneros en un mundo que necesita horizontes de esperanza.