Uno de los fenómenos más recurrentes en los tiempos actuales es el recrudecimiento de la intransigencia. Sentirse dueño de la verdad absoluta implica menospreciar, no tomar en cuenta al otro, que tendría en este caso, el mismo derecho a exigir para sí ser señor de la verdad. La tolerancia pasa, parece una perogrullada, por la aceptación de la pluralidad, de la diversidad de opiniones, como algo normal y positivo. Pero, no parece que esto sea lo que aflora en nuestro tiempo.
El fanatismo es una enfermedad social que día a día se quiere adueñar del mundo. Observemos los países que destruyen parte del patrimonio heredado, simplemente porque quienes mandan, o grupos irregulares que actúan sin ningún control de las autoridades, arrasan con obras de arte, edificaciones, templos o lugares de culto religioso; pero lo peor, es que acaban también con la vida humana de quienes no piensan como ellos u opinan de manera diferente. La historia está llena de los abusos que se han cometido contra las minorías que desentonan de la partitura oficial.
Pero no hay que ir muy lejos en el tiempo. Sin memoria, sin referencia a lo que hemos sido, querámoslo o no, se está en una permanente adolescencia que sin más argumento que su propia veleidad, hacen y deshacen de personas y bienes. La diversidad no puede llevar a suprimir al otro. Recientemente, en las navidades pasadas, quedamos atónitos ante la disposición de la Comisión Europea de retirar las palabras “navideña”, “nombre cristiano”, o a nombres típicos de una religión, simplemente para “no herir” susceptibilidades de quienes profesan otra filosofía o religión, a nombre de uan supuesta igualdad que no es otra cosa sino entronizar la desigualdad y la inequidad.
Al respecto el Cardenal Jean-Claude Hollerich SJ, Presidente de la COMECE, declaró: »La neutralidad no puede significar relegar la religión a la esfera privada. La Navidad no sólo forma parte de las tradiciones religiosas europeas, sino también de la realidad europea. Respetar la diversidad religiosa no puede llevar a la paradójica consecuencia de suprimir el elemento religioso del discurso público«. El Presidente de la COMECE también destacó que «si bien la Iglesia Católica en la UE apoya plenamente la igualdad y la lucha contra la discriminación, también está claro que estos dos objetivos no pueden conducir a distorsiones o a la autocensura. La valiosa premisa de la inclusión no debe provocar el efecto contrario de la exclusión«. No es así como se combaten las discriminaciones. No se puede homologar todo sin saber respetar las justas diferencias, que deben integrarse para construir una humanidad plena e integral.
Pero, en nuestro patio, las cosas van en esa dirección. En un país que se precia de ser tolerante como los Estados Unidos, se quita el nombre y se saca de su peana pública a Fray Junípero Serra, simplemente porque se tilda de colonizador, destructor de las etnias locales y por imponer la religión católica a sus nuevos súbditos. Más cerca, todavía, en nuestra querida Venezuela, se quiere entronizar nuevos héroes, salidos más de la ideología que del reconocimiento de su valor auténtico, entonces y ahora en sus descendientes, para inventar estatuas a caciques que la narrativa actual los eleva a la categoría del panteón de los dioses desconocidos. Así, Cristóbal Colón, se borra de la historia, y Francisco Fajardo, de no muy buena reputación no merece llevar el nombre de una autopista. Me pregunto, no estar de acuerdo con lo que esos señores hicieron se sana quitándolos de en medio, como si la historia se puede borrar por decreto.
Lo anterior es maña vieja en nuestra cultura política. Varios de nuestros mandatarios republicanos hicieron de las cárceles, su medida para liquidar a sus adversarios. Algo nefasto, ciertamente, ¿pero con destruir la Rotunda o la Cárcel Modelo, ha mejorado la condición de los antros de reclusión actuales? O es que La Tumba es un dechado de bien a imitar y multiplicar.
Requerimos de una sensatez que parece extraviada. El libro de los Proverbios nos recuerda que “al hombre le gusta alimentarse de mentiras, aunque a la larga le resulte como bocado de tierra” (20,17). Y el Eclesiastés nos regala esta perla: “no te sorprendas si en algún país ves que se oprime al pobre y que se hace violencia a la justicia y al derecho, porque a un alto oficial lo encubre otro más alto, y otros más altos oficiales encubren a estos dos. ¡y a easo se le llama progreso del país y estar el rey al servicio del campo!” (5,7-8).
8.- 4-2-22 (4577)