El periodismo ha evolucionado en la forma de concebirse a sí mismo. Y tal vez esa evolución explica la caída tan seria de las audiencias en este momento.
Siempre es un gusto volver a ver la película “Todos los hombres del presidente” (All de President´s Men, 1976), que como muchos de vosotros sabéis, está basada en el libro del mismo título publicado por Bob Woodward (Robert Redford) y Carl Bernstein (Dustin Hoffman), publicado en 1974. En él se cuenta la historia de la investigación periodística que sacó a la luz el tristemente famoso “escándalo del Watergate”, que obligó a dimitir a Richard Nixon como presiente de los Estados Unidos en agosto de 1974.
Y da alegría volverla a ver por varios motivos, pero entre ellos, por la seriedad con la que estos dos periodistas del Washington Post se pusieron a investigar lo que para cualquier otro observador hubiera pasado desapercibido, como fue el robo la 6ª planta del edificio Watergate, en Washington DC, sede del Comité Nacional Demócrata.
Una seriedad avalada por un gran esfuerzo investigador, que queda de manifiesto ya en las primeras escenas. Y es que un periodista que no contrasta la información, que no acude al lugar de los hechos, que no conoce a los protagonistas de la noticia, que no es capaz de preguntar entre las personas que rodean al círculo de poder, nunca estará en condiciones de publicar nada de calidad. ¡Cuántos hay en las redacciones que lo único que hacen es editar teletipos de agencia!
Estos dos gigantes del periodismo brillan ahora con especial intensidad, ante la inmundicia que corroe a la profesión y a sus profesionales. Del imparcial observador de los sucesos y relator independiente, hemos pasado al periodista-activista comprometido que se entiende a sí mismo como adalid del bien común.
La crisis del periodismo no es sólo la crisis de los medios tradicionales con respecto a Internet. Es la crisis de la independencia, de la falta de rigor y de la aparición del activismo político en redacciones, platós y estudios de radio, está a la orden del día.
El servilismo al poder político y económico-financiero, el credo de algunos de esos autodenominados “periodistas”. Con este panorama lo extraño es que la gente se quede con nosotros y nos elija para informarse.
Que Dios se apiade de aquella sociedad que quiera seguir siendo democrática sin periodistas de raza, de los de verdad, de los que se echan en falta: de los que ya sólo se puede ver en las películas.