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La corrupción de los salvadores

por Luís Fuenmayor Toro
04/12/2019
Reading Time: 3 mins read
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De los dineros del Estado venezolano se ha enriquecido casi toda la llamada clase política venezolana. Ha hecho lo mismo que  casi todos los grandes empresarios venezolanos, quienes se desarrollaron a partir de los magnos negocios con el Estado. No es extraño que así haya ocurrido, pues en Venezuela la riqueza, luego del advenimiento del petróleo, ha sido casi exclusivamente estatal. Si analizamos desde 1958, en los dos momentos de gran acumulación ocurridos se han fortalecido los capitales existentes y se dio paso a nuevos grupos burgueses: los identificados con Carlos Andrés Pérez y recientemente los generados alrededor de Hugo Chávez Frías y sus herederos. Nada nuevo sobre la tierra.

En el caso de la corrupción, que involucra la dilapidación y sustracción de recursos públicos por parte de los funcionarios, con participación privada, los mecanismos instrumentados en este largo período fueron alrededor del control (¿descontrol?) de cambios y de los contratos de importación con el gobierno. Nada diferencia a las administraciones adeco copeyanas y chavecistas en esta materia. Ambas actuaron en el mismo sentido, tanto en la instrumentación de un modelo económico basado nada más en la producción de combustible fósil sin mayor valor agregado, como en el reparto de las riquezas generadas por la vía de la adjudicación de divisas y de los contratos. Otras explicaciones son simple cháchara.

Era entonces muy fácil saber lo que iba a ocurrir con los partidos opositores de la Asamblea y su dirigencia, una vez autoproclamado Guaidó como doble presidente, de la Asamblea y de la República, con el respaldo total del gobierno estadounidense. Su acceso a los activos venezolanos en el exterior, Citgo entre ellos, y al financiamiento gringo de todas sus actividades políticas, sin control de nadie y con el beneplácito de una parte de la población venezolana, necesariamente tenía que conducir a la entronización de la corrupción como actividad fundamental de esta “clase” política. Así lo dije desde el mismo momento que se habló de “ayuda humanitaria” y de asumir el control de Citgo. “Zamuros cuidando carne”, pensé.

Por todo eso, no me extrañó la francachela del diputado Superlano en Cúcuta, ni que le hubieran robado 250 mil dólares destinados a la ayuda humanitaria, hechos reseñados públicamente por la prensa y confirmados por Calderón Berti en su informe. Tampoco me sorprendí de que unos rateros designados por Guaidó hubieran hecho negocitos, con el dinero destinado a mantener a los militares venezolanos sedicentes en Cúcuta. Un periodista conocido, serio hasta donde sé, llegó a increparme y casi a defender estas atrocidades exigiéndome pruebas, cuando lo que hice fue denunciar hechos que requerían una investigación y deducir que ésta sería la conducta de toda esa mafia de politiqueros corruptos. Ahora tiene las pruebas.

Otro tanto pasó luego con los bonos que fueron legalizados por la propia AN que los había declarado ilegales. Y luego vino Citgo y la designación ilegal de su directiva y su manejo discrecional por la banda de Guaidó. Pero no contentos con esto, con el mayor cinismo posible designaron como Procurador Especial para defender Citgo al abogado utilizado por la empresa que nos la quiere arrebatar. Prevaricación se llama eso y es penado en todos los países del mundo. Pero aquí, callan todos los líderes opositores y muchos de sus seguidores, abogados algunos que en el pasado enfrentaban este tipo de depravaciones. Y allí está el señor Hernández, protegido y actuando en los futuros grandes negocios de la reconducción de la deuda y los empréstitos, que ya saborean.

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Nada me extrañó entonces la destitución de Calderón Berti luego de su informe, persona a quien no conozco ni tengo cerca política ni ideológicamente, pero cuyas declaraciones son más que claras para quienes quieran ver. No es el Fiscal General de Maduro quien lo dice; es un hombre de ellos mismos y a confesión de parte, relevo de pruebas. No me equivoqué entonces al vaticinar todo este desastre. Ni al decir, como hoy repito, que si son éstos quienes van a salvar al país, Dios salve a Venezuela.

 

Tags: Luis Fuenmayor ToroOpiniónTrujillo
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