“La sencillez es la máxima sofisticación”
Leonardo Da Vinci
Hoy se habla y escribe mucho sobre la ciudad inteligente, smart city, ciudad digital, emprendedora, innovadora, digital, competitiva, sostenible, tecnópolis y demás palabras de moda, y al final lo que uno quiere es una vida tranquila, sin tanto afán, sin ruido, segura, donde todo esté lo más cerca posible como para llegar caminando. Eso exige una ciudadanía decente, un gobierno local eficaz y unas empresas responsables.
Si esto es así, pues las cosas no parecen ser tan complicadas y uno puede estar viviendo en un lugar parecido, o que puede lograrlo con un poco se esfuerzo y sentido común. El escritor japonés Haruki Murakami escribió en su libro 1Q84: “Quizás las cosas más sencillas sean las que más cuesta ver. A veces, uno tarda en ver lo que tiene delante de las narices”.
Se podría decir que una ciudad exitosa, o mejor, un lugar exitoso, es el que le da calidad de vida a sus habitantes. Y eso se traduce básicamente en confianza. Y en respeto. La persona se siente bien allí, se siente segura y respetada. Hay convivencia. Ser así no debería ser tan complicado, pero es complejo, que no parecen ser exactamente lo mismo. Por ejemplo, criar un hijo es complejo, pero si lo amas no debería ser complicado. Complicado es armar un rompecabezas, pero no es necesariamente complejo.
Hay escritores de textos sencillos y profundos, como el poeta Walt Whitman, Fernando Pesoa, Antonio Machado, Andrés Eloy Blanco o Rafael Cadenas, el novelista Mario Vargas Llosa o los ensayos de Octavio Paz, pero para mí, entrarle a Rainer María Rilke, a Michel Foucault o a Humberto Maturana es más difícil. Así son las ciudades, unas son de fácil lectura y otras son complicadas. Barquisimeto me luce como la ciudad más sencilla de Venezuela, y Maracaibo la más complicada. Si no fuera por la referencia omnipresente de El Ávila, Caracas sería difícil.
Todas las ciudades fundadas en América bajo la normativa de la corona española son ciudades sencillas y eficaces, como lo pone de manifiesto el Dr. Allan R. Brewer-Carías ese ese portento de libro que “La Ciudad Ordenada” (Caracas, Criteria, 2006): “La «ciudad ordenada» americana, por tanto, fue la gran creación y legado cultural urbano español en el Nuevo Continente, materializada en el hecho invariable de que cada ciudad tuvo una forma reticular, que siempre tuvo su origen en el trazado de una plaza mayor o central levantada a cordel y regla, desde donde paulatinamente fue creciendo mediante calles dispuestas en línea recta, formándose la trama urbana en manzanas o cuadras generalmente iguales y, en todo caso, con forma ortogonal, tal y como todavía hoy se aprecia en todos los centros o cascos históricos de las urbes latinoamericanas”. Madrid y la mayoría de las ciudades españolas, o europeas en general, son sencillas; en cambio la mayoría de las ciudades de los Estados Unidos son complicadas y la dependencia del automóvil particular es casi total, con excepción de algunos cascos centrales.
El diseño seguido por el Arquitecto Carlos Raúl Villanueva para el Centro Simón Bolívar de Caracas debería servir de ejemplo para nuestras ciudades calurosas, soleadas y lluviosas, con aceras anchas y cubiertas con los aleros de los edificios cuyos pisos altos residenciales sobresalen, y los pisos bajos retirados que sirven para comercios y oficinas. Una ciudad caminable y viva.
Hoy en día la ciudad sencilla debe incorporar más y mejores espacios públicos de calidad, suministrar energía solar y de otras fuentes naturales, funcionar con un modelo de economía humana no especulativa y no contaminante, sistemas integrales de manejo de los residuos sólidos, con centros comunitarios donde la gente viva, trabaje y se recree. La conexión a internet y el uso de las tecnologías de vanguardia son tan fundamentales como el suministro de agua y electricidad.
Todo esto se puede lograr reconociendo lo que ya la ciudad tiene a su favor, e incorporando lo nuevo. Para ello es fundamental la existencia de ciudadanos activos y organizados, políticos preparados y comprometidos, empresarios conscientes e innovadores y gobernantes honestos y responsables. También que el talento de sus habitantes le sirva a la ciudad mediante sus instituciones educativas y culturales, sus redes de participación cívica y todas formas de creatividad. Todo eso que se llama el “capital social” y convivencialidad.
«La sencillez y naturalidad son el supremo y último fin de la cultura» dijo Friedrich Nietzsche.
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