La ciudad de las Siete Colinas / Por Jesús Matheus Linares

Sentido de Historia

 

 

Nunca podemos desconocer nuestra historia local, más cuando tenemos una ciudad que ha crecido gracias a la participación de todos sus habitantes, que en forma anónima con su trabajo cotidiano, la han hecho una urbe importante, dinámica y progresista. Con sus aciertos y desaciertos, pero somos una ciudad, que ya ha cumplido sus dos siglos de existencia.

En esta retrospectiva de la Valera “progresista y dinámica”, de los tiempos buenos, donde se trabajaba con esmero, sin ningún ánimo partidista, ni ideológico, ni usurero, donde la palabra era más honorable que un documento, la justicia era implacable con aquellos que violaban la paz de la gran comarca de Mercedes Díaz de Terán, y los yerbateros sanaban mejor que cualquier ambulatorio o CDI; teníamos médicos que emulaban a mano Goyo visitando a los pacientes a sus casas.

Las diversiones estaban en los personajes que deambulaban por las calles y en la retreta de la plaza de Bolívar después de la misa en San Juan Bautista. “El Abuelo”, “Pan de Leche”, “Pan y Cuca”, “Los pica piedras”, que con sus ocurrencias llenaban nuestro diario quehacer valerano. “Ramona”, “Reo” y su léxico muy singular, de terror, con sus palabrotas, “Zancudo”, “Colmillo e´ Tigre”, el perrocalientero de la avenida 9 con la calle 10, el ciego de los formularios de 5 y 6 y el sitio por preferencia recreacional el Colegio Salesianos y sus canchas de fútbol, su centenar de clubes, donde por un pan y guarapo de panela con espaguetis se calaban la misa de 9 am para obtener el permiso de jugar siendo observado por el director del colegio que atento con micrófono en mano sancionaba a aquellos que infringían en palabras soeces para enviarlos al confesionario y arrepentirse, de lo contrario, no volverían a jugar en las canchas.

Aquellos que aplicaron justicia: el policía más famoso “Alma grande” que correteaba a los malhechores, el más terrorífico prefecto de Valera, Douglas Valbuena y el más odiado por los estudiantes, el mayor Nelson Bravo. Y los personajes que conocimos a través de los cuentos de la abuela, Natividad, de mamá Omaira y de tantos cronistas sin título que se ufanaban de hablar de la Valera que era feliz y no lo sabía; La Negra Pancha, la prestamista más popular de Valera, era una especie de agencia bancaria a domicilio, caminaba la ciudad de arriba abajo, y siempre el respeto se imponía.

Zenaida y sus pasteles en la avenida 4, Evencio Linares, Don Américo Figueredo, Los Billares Vival en la avenida 6 al lado del Club Proletarios, Luis Montilla, quien organizaba los templetes en la calle 13 entre avenidas 6 y Bolívar, en tiempo de feria, coronando a las eternas reinas del sector “El Llano”, como Marielena Sánchez e Irma Espinoza, la Escuelita de la Maestra Josefa Berríos, donde se ubicaban los camiones de plátanos, al lado del viejo mercado municipal, al lado de la Clínica María Edelmira Araujo, Ramiro y Eleazar Vásquez, Santiago Balza, el florista de los difuntos con sus ramos y coronas, elaboradas por su amadísima señora Guillermina, con flores plásticas y de hojalata, la talabartería del señor Beltrán, Virginia y Beatriz Padilla, Cesarina Briceño y su venta de pollos en el mercado, Patachon, y lugares de recogimiento social como el “Punto Criollo”, una especie de Estudio 54 de la época, lugares emblemáticos en el Down Town valerano como “El Cubanito”, al lado de Foto Zambrano, donde aprendimos del “bigote que retrata, el recordado Rodolfo Zambrano», el fascinante mundo de la comunicación. “La Cimballi” con su rockola y las canciones de Jim Morrinson, Joe Cocker y Santana, “La Morocota”.

También estaba el hotel Imperial de Plinio Seresin, donde pernoctaban los famosos de la farándula nacional e internacional, como Trino Mora, Nancy Ramos, Henry Stephen, Ivo, Oswaldo Morales, quienes vinieron al estadio de Valera a los encuentros que protagonizaban los equipos de artistas “Farándula” y “Guaicaipuro”.

El malogrado motociclista valerano Aldo Nannini, con su CZ, y las tertulias con Paride Vezzani, el comisario de ciclismo de la UCI, amante del calapié, de las conversaciones sobre Belmonte o Fausto Copi o Eddie Merck, el recordado entrenador Roberto Nardini y sus bicicletas, “la Violeta” el mejor restaurante frente a la panadería La Vencedora, el negocio de los Blanco, don Atilio Araujo, Atilio González el de la Joyería Mulco, don Augusto Tonghetti y su puente, extraordinaria obra de ingeniería que unió la meseta de Carvajal con Valera; doña Maximina Contramaestre, Gerónimo Linares, el barbero, Baldovino Médicci, con su corte “yankee”; Gustavo Brillembourg, propietario de Importadora Valera, donde vimos por primera vez un televisor Motorola y las rockolas que tenían animación. El recordado Charcouse con su librería, donde abundaban los cuadernos Caribe, los lápices Mongol y los creyones Primascolor. La tienda de Alberto Herrera y la sastrería de Rafa Rojas. La arepera El Recreo, con Mercedes Artigas, entre los que nos recrearon los ratos buenos, de crecimiento, de formación, de amor por esa Valera de siempre. Una urbe para nunca olvidar y llevarla siempre en el corazón, así es mi Valera.

 

jmateusli@gmail.com

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