La Cimbali de mis recuerdos / Por: Alexi Berríos Berríos

Sentido de Historia

 

Al instante llega la imagen de La Cimbali, ubicada en un vetusto edificio de la avenida diez denominado El Mirador y administrada por Doménico Carángelo y Angelina Amoroso. Una pareja de italianos dispuestos a obsequiarle a la juventud valerana el sitio ideal para reunirse a compartir gratos momentos.

La Cimbali figuró como el punto céntrico de una época marcada por la moda gringa y las irreverentes melenas puestas de manifiesto con arrebato, aprovechando, de paso, una trama musical que hinchaba los espíritus con amor y sueños. Las almas vagaban de aquí para allá buscando de continuo amenas tertulias, semejantes a las que comenzaban a desarrollarse en las escaleras del edificio, cautivadas por un romanticismo diario justificado de sobra.

Habitualmente, asomaban sus rostros Mébolo, Arturo, Manolo, Giovanni Zambrano, el Chamo Nardo… cuando el pequeño salón iba tomando vida y los helados de fresa, chocolate, banana split… estaban siendo degustados por parejitas en medio de una convergencia cultural. De la cafetera Cimbali salían los sabrosos capuchinos, expresos… con miras a satisfacer los pedidos y a animar las conversaciones de una juventud ubicada bajo la imagen de John Lennon.

La Cimbali era un sitio henchido de fantasía y enlazado a los decires del momento por efectos de la creatividad mundanal, sin aminorar la vista que tenía, desde el primer piso, hacia la calle al estilo del Gran Café de Sabana Grande. Por eso, la recreación fluía con tranquilidad, observándose el entrar y salir de paisanos a la zapatería Lucas. Las humoradas corrían, mientras el pueblo disfrutaba, sumido en la urbanidad, el recorrido por las apacibles y limpias calles valeranas.

Digno de apuntar es la calidad de la comida que ofertaba la lunchería a esos adolescentes que iban enristrando estrellas, atendidos siempre de la mejor manera entre susurros signados por la precaución estudiantil y las conversaciones amorosas. Al hilo de la vida se sumó La Cimbali en tiempos libérrimos de conquistas y aventuras. ¡Caramba!, estoy hablando de la década del setenta del siglo pasado, sumergida en los aposentos de la memoria y abrazada por Sherezade dispuesta a saborear las delicias de La Cimbali por los caminos de la microhistoria. Hay aquí una galería de personajes y tal vez sea yo uno de los que todavía escucha el dulce ritmo proveniente de la rockola. El tiempo despliega muchos episodios acordes con el amor y la paz, diciéndole adiós a los ladrillos amarillos de un pasado con sombreros ladeados y vestimenta de casimir. ¡Uff!

Subimos al cielo a través de las escaleras de Led Zeppelin para conseguir otros lemas afines con una sociedad más humana y fraternal, semejante a esa muchachada asistente a La Cimbali. A la vez, comprendimos la guerra de los dioses, tomando el tren de medianoche hacia un futuro sin inmundicias en atención al vocerío hippie estadounidense. Era la contracultura puesta de relieve en refugios como La Cimbali: ¿La recuerdan?
Todos cavilan, y por seguro que muchos sumarán cosas al hilo argumental sobre ese lugar, cuya sombra desteñida me estremece siempre que transito a paso lento frente a su mirada inolvidable y a su voz trastabillante en el tiempo.

 

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