Rafah (Gaza), 29 dic (EFE).- «Nos hemos convertido en huesos», lamenta Fatma al Madani, una de las muchas madres en Gaza que no sabe como dar de comer a sus hijos, que lloran toda la noche con el estómago vacío.
La suya es una de las muchas familias de desplazados por la guerra en la Franja palestina, que sobreviven como pueden ante una hambruna calificada por Naciones Unidas como una «catástrofe» humanitaria.
«El niño grita toda la noche por tener hambre» relata a EFE esta mujer, desplazada con su familia a Rafah, lo más al sur del enclave costero.
Ni pan que comer
Una tienda de campaña en la que se hacinan diez personas se ha convertido en su precario hogar, en el que «no hay ni pan para comer».
«Todos tiene hambre, todos. Tengo una enfermedad renal y necesito alimentación especial, pero no encuentro nada», denuncia esta madre, pues además de comida faltan medicinas, higiene o agua.
Y lo poco que se encuentra para llevarse a la boca «está todo caro, no se puede comprar nada», pues los precios se han disparado ante la escasez.
«No encontramos ni para hacer un trozo de pan en esta situación, en medio de la arena y las tiendas de campaña», añade, pues la ayuda humanitaria apenas llega.
«Si ves algo, es caro, lo miras, pero no lo puedes comprar», sentencia esta mujer.
Tag Ahmed, otro de los cientos de miles de desplazados, se estima cerca de 1,9 millones, el 85 por ciento de los gazatíes, han tenido que dejar su hogar, es categórico: «Vivimos en la pobreza, en la miseria».
Hasta el punto de tener que racionar el poco pan que consiguen, «para que no se termine, es agotador», asegura a EFE.
Unas cuarenta personas, cuatro familias, comparten como pueden una tienda de campaña, los hombres durmiendo fuera, pese al frío.
Lo poco que consiguen lo cocinan en un puchero sobre una improvisada cocina, unos ladrillos entre los que queman leña.
Sufrimiento físico y mental
Unas pocas verduras y algunos huevos, junto a los que no para de llorar un bebé, se pueden ver en una de las tiendas de campaña de un campo de desplazados, mientras afuera unos niños juegan en la arena, no todos con zapatos.
En otra unas mujeres preparan algo con lo que engañar al estómago, a base de harina y agua.
Rudab Abunazi, otra desplazada, sufre lo mismo: unas treinta personas apelotonadas en un pequeño espacio.
«Estamos sufriendo mucho», algo que además de física “afecta psicológicamente”, declara a EFE.
Enferma de eccema, su estado «ha empeorado por las condiciones que vivimos aquí», donde «es todo difícil, muy difícil».
«Las condiciones de vida ya son insoportables, los precios llegaron al doble», manifiesta: «Cada uno tiene una historia, un sufrimiento».
La mitad de la población en la Franja de Gaza se está muriendo de hambre y nueve de cada diez personas no están comiendo lo suficiente, según advirtió recientemente el subdirector ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos de la ONU (PMA), Carl Skau.
Varias zonas de Gaza han alcanzado el nivel más alto, el de «catástrofe», en el baremo de Naciones Unidas sobre inseguridad alimentaria, por la hambruna en el norte y sur de la Franja palestina, una situación extrema que no ocurría desde crisis humanitarias como las de Somalia o Etiopía.
Además de que organizaciones no gubernamentales como Human Rights Watch o Oxfam Intermón han denunciado que el hambre se ha convertido en un arma de guerra en Gaza.
Morir de hambre o por las bombas en Gaza, donde los muertos por la ofensiva militar de Israel superan los 21.300 y los heridos son más de 55.600, según el Ministerio de Sanidad de enclave costero.
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