Durante las primeras décadas del siglo XX, La Puerta, estuvo inmersa en una difícil situación, ya que sus principales personalidades políticas, encabezadas por el coronel Américo Burelli García, eran objeto de persecución por la fuerza militar y policial de la dictadura de Juan Vicente Gómez, azotada por la penuria, el analfabetismo y las enfermedades, sin embargo, se sentía el aliento de pobladores, con inquietudes formadoras de alto valor educativo y cultural, de ideas nacionalistas y de justicia. Uno de esos nombres de grata recordación es el del educador trujillano, Don Lucio Augusto Viloria (1859-1938).
Quizás del ambiente hogareño valerano, obtuvo esa sentida pasión por la educación, por el estudio de la historia y por las tradiciones y cultura andina. Para dicho tiempo, llevó adelante iniciativas para el desarrollo de la naciente comunidad de La Puerta, fundó en 1906, la primera escuela estadal del pueblo, y fue su primer maestro; en este plantel demostró todo su afán por la educación de los niños y jóvenes de la pequeña comunidad rural en proceso de repoblamiento y construcción, cualidad y vocación magisterial que aun hoy, comentan nuestros más antiguos vecinos. Era Presidente del Estado Trujillo, el general Pedro J. Araujo Briceño. Igualmente Viloria, fue pionero en la construcción de las primeras 40 casas, en el proceso urbanístico de 1.900; organizó junto al legendario coronel Américo Burelli García, las tradicionales festividades de enero de 1909, dedicadas al patrono
San Pablo Apóstol y a la Virgen de la Paz, igual las tributarias a San Isidro, patrono de los agricultores.
El maestro Lucio, se desempeñó en otros cargos, también sembrando y formando ciudadanía. Entre aquella atmosfera de caudillos, hacendados y gamonales, no faltaron sus palabras sabias y reflexivas para buscar una salida a los problemas de la comunidad. Fue Juez de Paz y Jefe Civil de La Puerta; físicamente, fue un hombre de mediana estatura y contextura delgada, cara ovalada en la que destacaba su bien acicalado bigote, con recortado y canoso cabello; trajeado la mayoría de las veces de flux, con camisa clara y corbata.
En el año de la Carta, recién se había instalado la luz eléctrica, en su comarca. Esto mejoraba las condiciones para la lectura que era la principal pasión de don Lucio, asi como para la escritura, que la hacía <<con una bella letra trazada con plumilla mojada en tinta negra>> (Abreu Burelli, 103). Era presidente del estado Trujillo, el señor Silverio González, designado por el general Juan Vicente Gómez, cuya dictadura concluiría al año siguiente, por su fallecimiento. El texto de la misiva (algo rota y con 89 años de escrita), que aquí compartimos, gracias a la profesora Belkix Villegas, quien nos permitió verla, leer el gémino y fotografiarlo, es el siguiente:
<<La Puerta junio 15 de 1934.
Señor Br. Hipólito Cisneros.
Trujillo.
Mi muy respetado señor y amigo. Con sentimiento de alta consideración y aprecio formulo la presente con el fin de saludarlo deseándole toda clase de felicidad, y a la vez para darle mi expresión de bienvenida por tenerle en esta mi tierra muy amada de Trujillo, deseándole coseche óptimos frutos en el delicado puesto que representa en este Estado.
Ahora también debido a la confianza que me inspiró desde el día que tuve el alto honor de conocerle en mi casa, me apresuro a comunicarle lo siguiente: que como quiera que yo he desempeñado en varias épocas planteles de enseñanza en este estado, bajo la inspectoría de los señores bachilleres Américo Briceño y Alejandro Fuenmayor dejando de actuar en el período del Br: Eladio A de Lugo con este último por rivalidades de la suerte sin tener que temer haya sido por mal comportamiento ni falta de interés en la enseñanza de mis alumnos y ahora que a Dios gracias está usted al frente de la inspectoría de esta circunscripción abrigo la esperanza de conseguir con ud una escuela de varones en este municipio, o dónde lo crea usted conveniente, ofreciéndole además mi exacto cumplimiento en todos mis deberes. Demás es decirle i expresarle mi más profundo reconocimiento de gratitud, pues soy un padre de familia y mi situación bastante crítica. Queda en espera de sus gratas noticias y créame su amigo que sabré agradecerle todo aquello que usted haga en nuestro favor su aff mo amigo>>; este es el texto, de puño y letra de don Lucio, copiado con la mayor fidelidad; que nos revela un momento y su ambiente (1934), de cierta “tranquilidad social”, previa al año en que terminará la dictadura, y se inició una confusa época de transición a un sistema de respeto a los derechos civiles, que algunos historiadores, apreciaban como benigno y favorable al pueblo de Venezuela.
Se desconoce, si esas líneas, tuvieron respuesta escrita, quizás por la avanzada edad del maestro, o porque él no convenía al régimen, o no lo requerían o si hubo el silencio para una larga e infinita espera ¡algo terrible!
A sus 75 años de edad, don Lucio, quería seguir sirviendo a su comunidad, se consideraba útil a pesar de ello; la carta descubre su entusiasmo, vocación y sinceridad, pues no disimula, las razones por las que salió del magisterio “por rivalidades de la suerte”, aunque no especifica qué fue lo desagradable que le ocurrió, ni las desavenencias en cuanto al tema educativo, sistema y valores, que derivó en su salida del magisterio, asuntos que pudieran imputarse al oscurantismo dictatorial y a los mandatarios regionales de turno. Su actividad ante todo, es educativa.
El maestro Hipólito Cisneros (1892-1972), a quien va dirigida la carta de Viloria, por medio de la cual solicita un cargo de preceptor en una escuela de varones en este municipio (La Puerta), o dónde lo creyera conveniente, era natural de Valencia, fue discípulo del educador Don Julio Castro, fundador de los estudios normales en el estado Carabobo. Cisneros enrumbó su vida por el sendero del magisterio, hasta tomar carácter de verdadera pasión a la enseñanza, motivado por su insigne maestro. Fue Inspector Técnico de Instrucción en varios Estados, entre esos, Trujillo, precisamente en el año 1934, Cisneros tenía 42 años y el remitente, 75 años de edad, una diferencia de 33 años. Culto, sociable, Don Lucio sí sabía lo que significaban aquellas pocas y precisas líneas dirigidas al Bachiller Cisneros, se desconoce cuál fue la reacción de éste.
El otro maestro: Don Américo Briceño Valero (1877-1955), con quien trabajó don Lucio, era un intelectual de destacada actuación regional. Ocupó varios cargos públicos en materia educativa, fue director de la Escuela de Varones de Trujillo; entre 1916 a 1922, Inspector Técnico Nacional de las Escuelas y Colegios de los estados Trujillo, Zulia, Falcón y Distrito Federal; fue director del Liceo Andrés Bello, de Caracas. En 1936, se jubiló por razones de enfermedad; escribió varios textos en materia docente, historia y en literatura de ficción, fue el autor de la Geografía del Estado Trujillo. Su biógrafo Pedro De Santiago, escribió: <<En todas sus actividades, supo poner de relieve su idoneidad, constancia y honradez; en el no tuvo cabida la intriga, la envidia o la mala fe>> (De Santiago, 77). Un eminente educador e intelectual trujillano.
El también mencionado por Viloria, maestro Alejandro Fuenmayor (1887-1947), fue un poeta marabino de amplia difusión en los círculos literarios de esa época, de la estatura de los renombrados Mario Briceño Iragorry y José Domingo Tejera. Fue Director de Instrucción y Ministro de educación, de lo que declaró que su programa de gestión, procuraba <<el desarrollo de una escuela activa y venezolana, activa por el sistema y nacional por el espíritu>>, impulsaba la Escuela Nueva, en la concepción de John Dewey, que tanto comentó el maestro Prieto Figueroa. Cuando fue inaugurado el Instituto Pedagógico Nacional (IPN), el 30 de septiembre de 1936, el primer centro de formación de profesores de Venezuela, el maestro Fuenmayor fue designado Director – Fundador del mismo.
En relación al Bachiller Eladio Álvarez de Lugo (1887- 1959), a quien el maestro Lucio Viloria señala como causante de haber dejado el magisterio “por rivalidades de la suerte”, cursó estudios en el Colegio Santo Tomás de Aquino, de Valera, que regentó el padre Miguel Antonio Mejía, después Obispo de Guayana. Fue un escritor y poeta valerano de alta trascendencia, de él emitió Mario Briceño Iragorry, el siguiente concepto critico <<Álvarez de Lugo es indiscutiblemente un gran poeta, por la inspiración que revela en sus versos y por la cultura de su espíritu>>, (Maldonado, 76). De obra intelectual numerosa, dispersa en revistas y periódicos de Venezuela. Era un hombre modesto en su vida y modales, apasionado en su ideales políticos; Álvarez de Lugo, alrededor del año 1925, inspeccionó todas las escuelas de Trujillo, siendo Inspector Técnico de Instrucción Pública, de la entidad.
En síntesis, de esa relevancia nacional y estatura intelectual, eran los hombres con los que le tocó entenderse y trabajar a Don Lucio Augusto Viloria, el recordado educador de La Puerta.
A la espera de la contestación y en el ocaso de su vida, intentó armarse de calma dentro de sus quehaceres del campo, su vecindario y la iglesia, mientras la preocupación y el desvelo se le fueron acumulando en los tres años siguientes. Es bastante probable que Don Lucio entrara en un periodo de ansiedad, tristeza y decepción, lo que pudimos leer en su Partida de Defunción del 28 de enero de 1938, <<según las noticias adquiridas aparece que el fallecido estuvo enfermo más o menos tres años, bajo asistencia médica i que su muerte fue ocasionada por enfermedad mal definida>> (Libro Defunciones año 1938. Registro Civil de La Puerta). Se refiere a una enfermedad, dolencia o sufrimiento impreciso, sin especificación alguna, que le duró 3 años y los médicos a pesar que lo atendieron e hicieron el seguimiento a la enfermedad y sus síntomas, no pudieron llegar a un diagnostico especifico y detallado. Es posible, que haya caído en estado depresivo, enfermedad que en esa época se confundía con la melancolía o producto de actos de brujería, y que solo vino a ser considerada como enfermedad a partir de los años 60, con el surgimiento de la psiquiatría y la farmacología moderna.
Si bien esta epístola, constituye parte documental de la vida del Maestro Lucio Augusto Viloria, también puede ser considerada como expresión de historia y literatura rural andina, porque concentra verdad histórica, tiempo, personajes, que nos ilumina, cuando escribe lo de su salida del magisterio (quién podía imaginarlo), y no se queja, por muy duro que fuera, no hay drama, sino que solicita una posición para seguir sirviendo. El estilo de la carta, en consecuencia, se convierte en el mecanismo de conexión entre su cercano y adverso pasado, y su deseo de volver a servir como Maestro. Murió el 28 de enero de 1938, cuatro días más tarde, que sacaron en procesión, a sus patronos de religión, San Pablo y la Virgen de la Paz, de los que fue notable devoto en su querida comunidad.