Discurso a los Soldados en San Antonio del Táchira, el 7 de mayo de 1813
Introducción
Se hizo costumbre que, al hablar del Libertador Simón Bolívar, se hable del soldado. Del osado militar en los campos de batalla. Por lo que, las razones políticas que lo indujeron a desenvainar su espada, son relegadas a un segundo plano.
Comúnmente se hace referencia a las influencias del pensamiento moderno occidental en el fraguado de su ideal político. Se dice que en las fuentes del Derecho Público Romano Republicano, la Revolución Inglesa de 1688, la Revolución Francesa, la Revolución Norteamericana, la Constitución de Cádiz. Las ideas de Maquiavelo y la Ilustración Italiana de Gaetano Filangieri, de Benjamín Constant, Locke, Montesquieu y Rousseau, acaparan su paideia. En menor medida se habla de la influencia ejercida sobre él por Francisco de Miranda; y, casi nada se dice del rol cumplido por Don Simón Rodríguez, su Maestro y Tutor. Y, como si ello fuese un estigma, ninguna referencia se hace a su condición de vecino de Caracas que estuvo en contacto permanente en San Mateo y Barlovento con la peonada de los feudos familiares, en su formación política.
El Juramento en el Monte Sacro
Cuando el 15 de agosto de 1805, a la edad de 22 años, acompañado de Don Simón Rodríguez, extasiado sobre la cima de tan significativa colina para los romanos, se dijo: este es el suelo donde vieron sus primeras luces hombres tan egregios para la historia de la humanidad… A lo que agregaba: “Éste pueblo ha dado para todo, menos para la causa de la humanidad… Éste pueblo ha dado para todo, pero para la emancipación del espíritu, para la extirpación de las preocupaciones, para el enaltecimiento del hombre y para la perfectibilidad definitiva de su razón, bien poco, por no decir nada…
Y es que, mientras más miraba la ciudad, más se convencía de la necesidad de avanzar en la lucha por la libertad de los pueblos de América. La miraba y veía a Caracas. Pero, a diferencia de los hidalgos hijos de Roma, se afirmó que el mayor problema a resolver era el de la libertad de los pueblos y la emancipación del ser humano.
De allí, dirigiéndose a Don Simón Rodríguez, su Maestro, su juramento:
¡Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo ni responso a mi alma, hasta que no haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!
Discurso en la Junta Patriótica de Caracas
Seis años después, el 4 de julio de 1811, Simón Bolívar pronunció en la Junta Patriótica de Caracas, la cual se creó como una institución para fomentar “la agricultura y la economía”; pero que, por su actuación hubo de convertirse en el principal centro de discusión y difusión de las ideas independentistas, un encendido discurso que lo reveló como un político de nuevo tipo, en la Venezuela de aquellos años.
Dijo Bolívar en su intervención:
No es que hay dos Congresos. ¿Cómo fomentaran el cisma los que conocen más las necesidades de la unión? Lo que queremos es que esa unión sea efectiva y para animarnos a la gloriosa empresa de nuestra libertad; unirse para reposar, para dormir en los brazos de la apatía, ayer fue una mengua, hoy es una traición. Se discute en el Congreso nacional lo que debía estar decidido. ¿Y qué dicen? Que debemos comenzar por una confederación, como si todos no estuviéramos confederados contra la tiranía extranjera. Que debemos atender a los resultados de la política de España. ¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos o que los conserve, si estamos resueltos a ser libres?… ¡Que los grandes proyectos deben prepararse en calma! Trescientos años de calma no bastan? La junta patriótica respeta, como debe, al Congreso de la nación, pero el Congreso debe oír a la junta patriótica, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad sur-americana: Vacilar es perdernos.
Ante la indefinición de algunos miembros de la referida corporación privada, Bolívar reclamaba la unión de los venezolanos para alcanzar la libertad. Reclamaba, asimismo, que se distrajera el tiempo en discusiones banales acerca de la situación vivida en España, en lo interno, y en sus relaciones con otros reinos. Ya que para él, en esos momentos, lo neurálgico de la lucha por la independencia no era el tipo de gobierno a edificar, sino la ruptura del vínculo colonial con España. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad sur-americana: Vacilar es perdernos.
El Manifiesto de Cartagena
El 15 de diciembre de 1812, Bolívar da a conocer su: Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño, proclama conocida como el Manifiesto de Cartagena. En ella, hace un análisis pormenorizado de las causas que determinaron la pérdida de la Primera República en su amada Patria; a la vez que, invita a los neogranadinos a evitar que ellos corrieran la misma suerte de Venezuela.
Manifiesto que consideramos como el primer documento en el cual Bolívar expone, de manera precisa y profunda, sus pareceres acerca de lo que habría de ser el proceso independentista de América.
En él critica la adopción que hizo la naciente República de Venezuela de un sistema político, caracterizado por la excesiva tolerancia, el cual era “débil e ineficaz”, constituyó una clara demostración de la adopción de un “humanismo mal entendido”. De manera que, “tuvimos filósofos por jefes; filantropía por legislación, dialéctica por táctica, y sofistas por soldados. Y, luego afirma que: “De aquí nació la impunidad de los delitos de Estado cometidos descaradamente por los descontentos, y particularmente por nuestros natos e implacables enemigos, los españoles europeos,… Al abrigo de esta piadosa doctrina, a cada conspiración sucedía un perdón, y a cada perdón sucedía otra conspiración que se volvía a perdonar, porque los gobiernos liberales deben distinguirse por la clemencia.
Por lo que, la posibilidad de consolidar la naciente República, estaba determinada por la conformación de un gobierno sólido, fuerte, centralista; entender que la independencia, más que una separación era una ruptura, era la emancipación de un pueblo para construir su propio destino.
Por lo que, “entre las causas que han producido la caída de Venezuela, debe colocarse en primer lugar la naturaleza de su Constitución; que repito, era tan contraria a sus intereses, como favorable a los de sus contrarios. En segundo, el espíritu de misantropía que se apoderó de nuestros gobernantes. Tercero, la oposición al establecimiento de un cuerpo militar que salvase la República y repeliese los choques que le daban los españoles. Cuarto, el terremoto acompañado del fanatismo que logró sacar de este fenómeno los más importantes resultados; y últimamente, las facciones internas que en realidad fueron el mortal veneno que hicieron descender la patria al sepulcro”.
Razones estas que nos llevan a afirmar que en El Manifiesto de Cartagena, es donde, por vez primera, se plasma una concepción de la independencia que la coloca como un proceso de transformación radical. Proceso en el que la dimensión política permite definir la estrategia militar trazada para alcanzarla.
Bolívar, en El Manifiesto de Cartagena, concibió la Independencia como un proceso, a partir del cual debería comenzar a fraguarse un proyecto de nación. Por lo que, al analizar los sucesos precedentes del 19 de abril de 1810 y del 5 de julio de 1811, se convenció de la necesidad de realizar una profunda reflexión dialéctica sobre las alternativas que se habían planteado con antelación, lo cual lo lleva a concebir la lucha por la independencia como un proceso emancipador, de construcción de la identidad americana y de la Patria Grande: Nuestra América.
La Guerra a Muerte: gloriosa “locura” de El Quijote Americano
Mucho se ha escrito sobre la “Guerra a Muerte”. Ha habido quienes la condenan y quienes la justifican, opiniones que, en algunos casos, han estado precedidas de juicios de valor moral y, bien es sabido que, éste tipo de juicio poco ayuda al análisis de los procesos históricos; por lo que, el Decreto de Guerra a Muerte, promulgado por el Libertador Simón Bolívar el 15 de junio de 1813, no podrá ser entendido si su análisis se hace a partir de este tipo de juicio o consideración.
Es por ello que, la “Guerra a Muerte” debe ser analizada a partir de una visión ética de lo que fue nuestra conformación de pueblo. Analizar la manera cómo se fraguó la formación social colonial venezolana, cómo se estructuraron y funcionaron las instituciones coloniales, el rol de la hacienda de plantación en el modelo de crecimiento hacia afuera basado en la agroexportación, el relacionamiento internacional, son elementos determinantes de lo que el CENDES llamó “proceso dialéctico de conformación y crisis, de la formación social venezolana colonial implantada”.
Recuérdese que el Libertador señala en el Manifiesto de Cartagena, como una de las causas de la perdida de la primera República, “la tolerancia, excesiva e insensata, para con el enemigo”; sobre todo porque éste actuaba de manera inhumana; recuérdese que, desde el mismo momento en que Monteverde reasume el poder realista, incumple los acuerdos a que se había llegado con la capitulación de Miranda.
Se encarcela y confisca los bienes y propiedades a los republicanos, la venganza se convierte en una conducta política cotidiana. Antonio Zuazola, oficial realista, hubo de constituirse en el emblema de la inhumanización de la confrontación político-militar, Bolívar lo considero “un hombre realmente abominable, exhortaba a sus tropas a no dejar con vida a nadie que tuviera más de siete años y era capaz, incluso, de destrozar los fetos dentro de los vientres de su madres”, como lo refiere el historiador británico John Linch, en su obra, Simón Bolívar.
Ahora bien, el Decreto de Guerra a Muerte tiene que ser ubicado en ese contexto, debe ser considerado como una decisión política en función de la estrategia militar trazada para alcanzar la victoria militar que nos condujera a la independencia, a la libertad.
Resultaba indispensable para ello convencer a los venezolanos, que formaban parte del ejército de Monteverde, que la defensa de la Patria estaba por encima de cualquier otro interés. Se trataba de fomentar la conciencia nacional, el sentido de pertenencia, la pertinencia y necesidad de la construcción de la Patria, la venezolanidad como principio superior; para lograrlo, había que evitar el enfrentamiento entre venezolanos, en función de ello, el Decreto de Guerra a Muerte era suficientemente claro al respecto: “… Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables”. Bolívar se proponía, con dicho decreto, colocar la guerra de independencia como un conflicto internacional, entre dos naciones, España y Venezuela.
Digamos que, El Decreto de Guerra a Muerte, como estrategia político-militar, fue determinante para la conformación del Ejército Libertador a nivel nacional. En ese sentido, el ejército libertador, adquirió plena conciencia de que su objetivo fundamental era lograr la independencia para la construcción de la Patria Venezolana; por lo que, en función de ello, se abrieron varios frentes de combate a nivel nacional.
La Campaña Admirable adquirió otra dimensión. A la estrategia militar se le dota, entonces, de un alto contenido político; y a la filosofía política de la independencia, se le incorpora el elemento militar como un momento práctico a través del cual se haga posible alcanzar dicho objetivo.
Obtener victorias en los campos de batalla frente al ejército realista, era muy importante; pero, obtener victorias como la unificación de los sectores republicanos, era algo de gran significación, los intereses económicos fueron la causa fundamental de su desunión. El mantuano, dueño de la hacienda de plantación cacaotera, tabacalera, algodonera, del ingenio azucarero, no cedía en su desmedida apetencia de enriquecimiento; la población mestiza, cada vez se empobrecía más; los esclavos, cada vez tenían menos derechos; por lo que, la discusión entre gobierno centralista o federalista estaba determinada, más por razones económicas, que de carácter político en estricto sentido. Lo que motivaba al dueño de la hacienda de plantación era que, con el establecimiento de un sistema de gobierno confederado él podía mantener su poder económico y hacerse del poder político.
Kaldone Nweihed, en su obra, Bolívar y el tercer Mundo, nos dice que: “La vida y obra de Simón Bolívar combinan ambos aspectos: en ella está el Prometeo que en Roma jurara hacer caer un imperio y que no se detuvo hasta lograrlo, y en ella está el viajero a Palmira que, contemplando las ruinas desde Bogotá –ya no Angostura-, confiesa cansado que `ardua y grande es la obra de construir un pueblo, que sale de la opresión por medio de la anarquía y de la guerra civil, sin estar preparado previamente para recibir la saludable reforma a que aspiraba´…”.
Lo admirable de la Campaña Admirable es que nos presenta dos Bolívar. El Bolívar desterrado, visionario, cargado de grandes ilusiones, profundamente amoroso de la libertad de su patria; y el Bolívar reconquistador, más reflexivo, más denso en su pensamiento, más terrenal en su acción. En apenas diez meses, desde aquel 12 de agosto de 1812, día de su destierro, hasta el 7 de mayo de 1813, día de su retorno a suelo venezolano, Simón Bolívar se “doctoró” de político y militar. El Manifiesto de Cartagena de Indias, las victorias militares en la cuenca del Alto Magdalena y en la Batalla de Cúcuta, la Proclama leída a los soldados de la Unión en San Antonio del Táchira, la Batalla de Agua de Obispos, la Batalla de Niquitao, la Batalla de los Horcones, la Batalla de Taguanes, el Decreto de Guerra a Muerte, son -entre otros hechos- fiel testimonio de esta afirmación. Y eso es admirable. Hizo de El Quijote americano un caballero andante que, a diferencia del de Extremadura de La Mancha, su “hermosa locura” tenía un norte muy preciso: la Libertad del pueblo americano. Y no existe principio más preciado que el de la Libertad. Admirable porque como es sabido, toda guerra tiene como objetivo la toma del poder. Y nada hace más miserable al ser humano que el poder cuando éste constituye un fin en sí mismo, cuando éste se anhela para provecho personal.
Concluyo esta exposición con lo expresado por Don Mario Briceño Iragorry, en su obra El Caballo de Ledesma, nos dice:
“Debemos ver a Bolívar no como difunto, sino como el héroe que renace para el triunfo permanente y cuya apoteosis ahoga la misma voz de la muerte. Debemos tenerle cerca para escuchar sus admoniciones y enseñanzas y así medir nuestro deber de hoy en el campo de la dignidad humana”. Y, luego afirma: “Necesitamos su ejemplo permanente y no su fama. La fama de Bolívar muerto no es nada ante el ejemplo creador de Bolívar vivo. De Bolívar caminando. De Bolívar trabajando por la dignidad de América. Por ello ni la espada ni el pensamiento de Bolívar es cosa muerta. Bolívar ni siquiera duerme cuando se trata de la vigencia de su obra. Más la vigilia de Bolívar reclama, no nuestro deleite de suficiencia ante su gloria, sino la continuidad de nuestro esfuerzo por la Patria. Sirvamos a Bolívar vivo. Al Bolívar eterno, al Bolívar que supo insuflar en nuestra América el espíritu de la libertad y de la dignidad social. Así no sufrirá el dolor de hallar cercados los caminos que el abrió. …”.