Por Francisco Graterol Vargas
El 23 de enero de 1958, en horas de la madrugada, el General Marcos Pérez Jiménez y un grupo de allegados, entre ellos su familia, abandonaba Venezuela a través de la “ Vaca Sagrada” como se conocía el avión presidencial rumbo a República Dominicana. El pueblo alzado con un grupo de militares descontentos sacó de Misia Jacinta al nativo de Michelena, quien implantó un gobierno de facto desde 1952.
Ese mismo día, también muy de mañana, la familia Graterol Vargas con José de la Rosa Graterol y Enma Daría de Graterol, papá y mamá y mis hermanas María, Ana Celia y Dominga, habíamos salido de un pueblito campesino llamado “La Mata” en el Distrito Lander del Estado Miranda con destino a Los Andes, específicamente a la ciudad de Valera. Recuerdo que la gente salía al paso gritando eufóricos por la caída del tarugo. Nosotros ignorantes de lo que acontecía creíamos que nos estaban despidiendo. “¡Adios, adiós! “. Atrás mi papá dejó casi regalado, fiao, la mejor bodega del lugar, un par de camiones con los cuales llevaban los productos que se daban en esa zona al mercado de Quinta Crespo en Caracas. Don José llamaba a mi padre la gente. Era un hombre próspero. En el negocio había una cancha de bolas criollas donde yo ponía un poco de botellas de cerveza y con el mingo procedía a derribarlas. “Muchacho del carajo” me gritaba el autor de mis días con un rejo en la mano. La carrera llegaba hasta donde mi madre, la cual no dejaba que el viejo José me castigara por aquella travesura.
El viaje desde el estado Miranda hasta Valera se debió a la insistencia de mi abuela Juana Vincero de Graterol, quien vivía en la calle 4 al pie del cerro “La Pollera”. Era una anciana muy bella, con más de 80 años, no tenía ni una arruga en la cara. Deseaba reunir a sus dos hijos, a mi tío Asunción, quien estaba con ella, con su esposa Margarita y sus hijas Aída y Gloria y a José de La Rosa, quien muy jovencito, frisaba los 13 años, cuando partió desde Cubita a “conquistar el mundo”.
Llegó al puerto de La Guaira y desde ahí hasta el fin de su vida siempre trabajó por cuenta propia. Escribiría un libro y faltarían hojas para contarle la historia del hijo de Antonio y Juana y ese no es el objetivo de estas líneas. Lo cierto del caso es que el 23 de enero de 1958, mientras “el Gordito del Táchira” era derrocado, la familia Graterol Vargas atravesaba medio país para aposentarse en esta tierra andina a la que tanto quiero. Ya lo dije en mi libro “Periodismo del Güeno” soy más trujillano que el burro de Pampanito y que la acema carachera. Por eso 1958 fue un año muy especial.
Nos aposentamos donde mi tío Asunción en la Avenida 4, después vivimos en La Hoyada, regresando al barrio San Isidro, hasta nuestro hogar actualmente en La Arboleda, donde también viven Ana y Dominga. Aquí en Valera nació el cuarto de los hermanos Rafael Antonio Graterol Vargas, politólogo. “Yo soy el único trujillano de pura cepa “dice orgulloso el muchachote.
Mucha agua ha corrido debajo de los puentes desde ese 23 de enero de 1958 y aquí estamos escribiendo estas líneas en Diario de Los Andes rumbo a un nuevo aniversario.
Cosas veredes amigo Sancho…