La bruja de La Ciénaga / Por Alfredo Matheus

Sentido de Historia

 

 

Hace 57 años quien esto escribe fue testigo de un “corre-corre” en la populosa urbanización La Ciénaga de esta ciudad. Se corrió la bola que una bruja merodeaba los techos de las casas. A eso de las 8 de la noche los vecinos entraron en acción y se armaron de escobas, palos, bates de béisbol y cuantos objetos sirvieran para cazar a la “bruja del barrio”. Algunos creyentes en las andanzas de “brujalandia” utilizaron tijeras en forma de cruz, palma bendita y mostaza para que le diera un desmayo y capturarla con “las manos en la masa”… Al final, la fulana bruja como que le acompañaba esa noche el diablo y fue imposible que aquella poblada de gente pudiera dar con su paradero.

En los pueblos trujillanos donde no había llegado la luz eléctrica, las brujas hacían fiesta en horas en que el gallo estaba descansando de tanta rochela con las gallinas… Se habla de estas “señoras brujas” que entraban a las casas con una rabia no se sabe a qué, se instalaban en la cocina, y comenzaban a lanzar al suelo platos y vasos de vidrio mientras se escuchaba una carcajada maliciosa: jijiji- jijiji- jijiji-, lo que le paraba los pelos de punta a las familias que esa noche recibían la visita de estos personajes endemoniados…

Un día después llegaba el sacerdote del pueblo con monaguillos y sacristán, y hacían una limpieza de la casa con agua bendita y sonoros rezos, y aunque usted no lo crea, la bruja se mudaba de lugar; allí no volvía a echar vainas. El cura aprovechaba para echarle su buen regaño a los presentes: “Ya saben, tienen que ir a misa los domingos, si no quieren que las brujas vuelvan al vecindario”.

 

Brujos trujillanos

 

La brujería en esta tierra de gracia tuvo su época de oro: Si a un potentado hacendado le robaban el ganado, iba a visitar al brujo, este con extraños conocimientos adivinaba quiénes eran los ladrones y dónde estaban los animales, el hombre del campo se dirigía a las autoridades, se preparaban las comisiones policiales, y “dicho y hecho”, llegaban al lugar donde se encontraban “enfriando” el ganado para luego venderlo al mejor comprador… Eso sí, brujo que se hacía respetar cobraba sus buenos biyuyos con su frase favorita: «A mí no me pagan por lo que sé, a mí me pagan por lo que hago”.

Las señoras encopetadas cuando se enteraban que el marido tenía una amante más joven que ella y con un cuerpo escultural, entraban en “terror” pensando que el hombre el día menos esperado les iba a dejar “el pelero” y se marcharía a casa de la mujerona que echaba fuego a la hora de calmar las explosiones de lujuria del marido “pega cacho”… La dama, como tenía dinero, ubicaban al brujo de mayor fama y le echaba el cuento de las andanzas del “hombre de la casa”, el conocedor del “más allá” le preparaba una rara toma a la mujer para que se la diera al marido en la sopa, a los pocos días, el “vagabundón del esposo” estaba de lo más casero y volviendo a enamorar a la “vejucona de la esposa”.

 

Pacto con el diablo…

 

Se dice por “esas calles” que los brujos tienen un pacto con el mismo diablo. Por muchos años se habló en Valera de un conocido comerciante que levantó una gran fortuna en el Occidente de Venezuela, nadie ha podido superar a este hombre de negocios en relación a los millones y millones que dejó. Se escucharon muchos rumores que tenía un “pacto con Lucifer”, que viajaba a rendirle honores a María Lionza. Cierto o no, los que lo conocieron dan fe que fue un hombre trabajador, mientras otros estaban durmiendo, el acaudalado empresario estaba al “pie del cañón” trabajando y creando riqueza.

 

El vómito negro llega a Valera…

 

En marzo de 1853, Hilario Terán, era el encargado de traer cartas y telegramas de la ciudad de Maracaibo hasta Valera. Gozaba de gran popularidad por la forma amena y jocosa de tratar a los parroquianos. Un día cualquiera, Hilario, le da una rara enfermedad y murió… A los pocos días llega a Valera procedente de la gran Caracas, el doctor Correa, quien muere un mes después que el cartero Hilario, la comarca valerana entra en pánico, la fiebre amarilla o vómito negro había llegado para quedarse por un buen rato.

Los rezos y el santo rosario al Corazón de Jesús se hacen en masa, al aire libre, pidiendo al Todopoderoso se llevara bien lejos el vómito negro que no perdonaba a quienes eran contagiados. Las víctimas se multiplican, el reciente coronavirus quedó en pañales comparado a la fiebre amarilla… El padre Viloria organiza la más grande procesión que haya conocido Valera en toda su historia. Centenares de personas vestidas de negro se dirigen a Sabana Larga para traer en hombros la imagen que podía salvar a nuestra urbe de ser eliminada de la faz de la tierra.

El día de la procesión, un soberano “palo de agua” que pocas veces caían en el poblado empapa a los feligreses que participaban en el “convite religioso”. Hay la creencia que la lluvia venía a limpiar la ciudad, que se llevaría el vómito negro. Un día después todo es frustración, rabia y miedo; el cura Viloria y muchos valeranos mueren contagiados de la temible epidemia.

El 24 de junio de 1853, Valera es una ciudad fantasma, ratas y zamuros toman la ciudad, van de casa en casa acabando con lo que encuentran, los animales domésticos mueren de sed, el monte y las culebras arropan a la comarca, nadie prende los faroles en horas de la noche, en los pocos negocios los alimentos se pierden, hasta los ladronzuelos de la época ponen “pies en polvorosa”.

Centenares de valeranos abandonan presurosos a la comarca que les da cobijo, la Casa Grande queda en la más completa soledad, todo un pueblo se muda a las comunidades vecinas, absolutamente nadie queda en la ciudad, hasta los perros se marchan detrás de sus amos, con aquello de: “es mejor que digan aquí corrió y no aquí murió”…Continuará.

 

Obra consultada: Visión de Trujillo. Antonio Pérez Carmona

 

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