Cuando el tiempo pasa
y las arrugas emergen
se sublevan muy singulares
dominando nuestro rictus,
burlando nuestra piel.
Y como surcos en el desierto
ásperos y marchitos
nos cubren el plañido rostro
con el pálido marfil
del tiempo que no da tregua.
Y en el trompo de la vida
envueltos en austeras sombras
en el mundo de los vivos,
entre mármoles y racimos,
el espíritu renace
buscándose a sí mismo
y en el espejo se observa
descubriendo la travesía
de la madurez del corazón.
Espíritu de diamante del más fino vino
con su espuma delirante,
cándido y desbordado
en el suave remanso soñado
con cada pensamiento blanco.
No hay edad que te marchite
ni haga de ti una borrasca
pues tus líneas son eternas
aunque tu rostro se apague
y en su fragilidad se debilite.
La belleza de tu ser
agujerea el infinito.
Blanca Reixach
Valera, Venezuela