Por: Francisco González Cruz
La Agenda 2030 es un plan de acción mundial acordado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 2015, que establece un audaz programa hacia la sostenibilidad económica, social y ambiental de los 193 Estados que la suscribieron y es la guía de referencia para el trabajo de la comunidad internacional hasta el año 2030.
Integra los 17 Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS), cada uno con sus metas y sus mecanismos de planificación, ejecución y evaluación, que deben adoptar los gobiernos, empresas y la sociedad civil hasta el año 2030, y cuyos propósitos son fortalecer la paz universal dentro de un concepto más amplio de la libertad; erradicar la pobreza en todas sus formas y dimensiones; asegurar el progreso social y económico sostenible en todo el mundo, además de garantizar los derechos humanos de todas las personas y alcanzar la equidad de género. Es importante decir que los ODS están interconectados, y que el logro de unos de ellos contribuye al logro de los otros. Igualmente sucede con sus fallas.
Para evaluar el grado del cumplimento de la Agenda se establecieron diversos mecanismos, tanto mundiales como nacionales y locales, por sectores económicos y por cada uno de los objetivos. Cada entidad especializada de la ONU se responsabilizó de uno o varios de ellos y muchas organizaciones de la sociedad civil dedican serios esfuerzos para su medición, de tal manera que se tiene una visión general y detallada del avance o el retroceso de su desempeño.
Esta Agenda y sus Objetivos fueron el resultado de un largo proceso con análisis, informes, congresos, foros, encuentros y consultas, de delicadas negociaciones políticas, que incluían temas espinosos como el cambio climático y los derechos humanos. Mucha gente e instituciones aportaron y hasta el papa Francisco se presentó en la Asamblea General y presentó la carta encíclica “Alabado seas” como un sustantivo aporte.
Hasta el año 2019 el mundo en general avanzaba en el cumplimiento de la Agenda, con los notables logros en Suecia, Dinamarca, Finlandia, Noruega, República Checa, Singapur, Corea del Sur, Canadá, Estados Unidos y algunos muchos otros. En América Latina los casos exitosos de fueron Uruguay, Costa Rica y Chile, con avances en Colombia, Perú y Paraguay. La excepción fueron algunos países de África y en nuestro continente Venezuela, Haití y Nicaragua. Todos presentaban, según los informes, enormes desafíos en cuanto a los ODS 12 Producción y Consumo Responsable, el 13 Acción por el clima, 14 Vida Submarina y 15 Vida de Ecosistemas Terrestres.
Todo cambió en enero del año 2020 cuando se expande violentamente el virus chino COVID-19. Apenas el 11 de marzo, con una lentitud costosa, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declara que el brote es una pandemia mundial cuando ya se contaban 4.291 muertos y 118. 000 casos en 114 países. Para el mes de febrero de 2022, se han registrado en el mundo alrededor de 450 millones de casos de coronavirus (SARS-CoV-2) y han muerto alrededor de 6 millones de personas.
Cómo impactó la pandemia a la Agenda lo reconoció el propio Secretario General de las Naciones Unidas en el prólogo de su Informe 2021: “La comunidad mundial se encuentra en un momento crítico para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Después de más de un año de iniciada la pandemia mundial, se perdieron millones de vidas, el costo humano y económico no tiene precedentes, y los esfuerzos de recuperación han sido hasta ahora desiguales, poco equitativos y no están lo suficientemente orientados a lograr un desarrollo sostenible. La crisis actual pone en riesgo décadas de avances en materia de desarrollo, retrasa más la urgente transición hacia economías más ecológicas e inclusivas y desvía aún más el progreso de los ODS.
Y el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres reclamaba: “Si el cambio de paradigma previsto por la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible se hubiera adoptado plenamente en los últimos seis años, el mundo habría estado mejor preparado para hacer frente a esta crisis, con sistemas de salud más sólidos, una mayor cobertura de la protección social, la resiliencia que se deriva de sociedades más igualitarias y un entorno natural más saludable”.
El Informe sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2021 señala que la tasa de pobreza extrema mundial aumentó por primera vez en más de 20 años, y entre 119 y 124 millones de personas volvieron a caer en la pobreza extrema en 2020, más de 100 millones de niños quedaron por debajo del nivel mínimo de competencia en lectura, lo que podría deshacer dos décadas de logros educativos, las mujeres enfrentaron un aumento de la violencia doméstica. A pesar de la desaceleración económica mundial, sigue el informe, es patética y la crisis del clima claramente ha avanzado y sus efectos se dejan sentir en todo el mundo.
Todos somos testigos que una vacunación que debió ser universal, con el uso libre de las patentes para producir esas vacunas, fue objeto de intereses políticos y de la más feroz codicia y que reportó grandes ganancias a los consorcios, que fueron financiados con recursos públicos, pero deja sin protección a millones de personas, sobre todo en los países más pobres.
Otra escuela de la pandemia es el crecimiento de la desigualdad en el mundo, cuando se constata en los diversos informes que la brecha entre pobres y ricos se disparó en estos años y el reducido y el selecto club de multimillonarios –el 0,001% de la población– vio cómo sus fortunas crecían un 14%, mientras casi 200 millones de puestos de trabajo fueron destruidos.
Las previsiones para el año 2022 no eran muy optimistas, pero se alimentaba alguna esperanza y la llegada de algunas señales de sensatez en el mundo. Así lo expresaba el Informe:
“El mundo da la bienvenida a 2022 poniendo a prueba nuestras esperanzas en el futuro. Por la creciente pobreza y la desigualdad cada vez mayor. Por la distribución desigual de las vacunas contra el COVID. Por la insuficiencia de los compromisos climáticos. Y por la continuación de los conflictos, la división y la desinformación.
No se trata meramente de pruebas políticas. Son pruebas morales y de la vida real. Y son pruebas que la humanidad puede superar, si nos comprometemos a hacer de 2022 un año de recuperación para todo el mundo. Recuperación de la pandemia, con un plan audaz para vacunar a todas las personas, en todas partes. Recuperación de nuestras economías, con los países más ricos apoyando al mundo en desarrollo con financiación e inversiones y aliviando su deuda. Recuperación de la desconfianza y la división, con un nuevo énfasis en la ciencia, los hechos y la razón. Recuperación de los conflictos, con un espíritu renovado de diálogo, compromiso y reconciliación. Y recuperación de nuestro planeta, con compromisos climáticos que estén a la altura de la magnitud y la urgencia de la crisis”.
Las noticias no son alentadoras para el cumplimiento de la Agenda 2030, la pandemia continúa y amenaza con nuevas variantes o desconocidas amenazas. Las catástrofes naturales por el calentamiento global, se multiplican.
El 24 de febrero fue fatal para el cumplimiento de los Objetivos del Desarrollo Sostenible. La invasión de Ucrania por parte de Rusia es la más clara evidencia del fracaso de estos esfuerzos por lograr un mundo mejor. Son muchos las personas trabajando durante años, muchas las instituciones comprometidas, muchos recursos invertidos para que la decisión unilateral de un mediocre bien armado los lance al fracaso.
Lo hemos escuchado y leído en las voces autorizadas de estadistas, científicos, líderes espirituales y gobernantes del mundo libre: esta guerra es una demostración del fracaso del proyecto humanista de la humanidad. Y a la Agenda 2030 y a sus Objetivos del Desarrollo Sostenible habrá que declararlas en terapia intensiva.
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