Por: Clemente Scotto Domínguez
Coincidiendo en los días de junio, la conmemoración del nacimiento de Cristóbal Mendoza, primer presidente de la Venezuela declarada independiente y de la batalla de Carabobo, fechas que motivan en nuestro país, la celebración el 23 del día del Abogado y el 24 día del Ejército, se suscitó un incidente de confrontación con ocasión del control militar de la pandemia sanitaria del coronavirus, en Barquisimeto, en el puente sobre el río Turbio para entrar hacia El Manzano, para más señas; donde dos damas venezolanas jóvenes fueron protagónicas; una formada en la facultad de derecho del aula universitaria, la otra en la academia de las ciencias militares; un incidente que nos pone sobre el tapete la manzana de las contradicciones que en la historia patria nos ha planteado la relación cívico-militar.
En nuestra historia por la independencia frente a la metrópoli, destaca aquel movimiento de los precursores Gual y España en 1797, de intenso contenido doctrinario en sus proclamas pero de carencia hasta la ingenuidad en su capacidad bélica, y que significó la muerte a la mayoría de sus impulsores de manera especial para sus cabezas visibles, uno envenenado en Trinidad por esbirros de la corona y el otro, ejecutado y descuartizado en la plaza mayor por verdugos que usaron caballos haladores para hacerlo más cruel y atemorizar a los pobladores obligados a hacer presencia.
Ese evento marcó a mi juicio, la convicción colectiva en el país que cualquier propósito de liberación frente a la adversidad opresora, debía comportar un encuentro civil y militar para hacerlo realizable en el terreno de los hechos. Es así que el evento cívico realizado en el Cabildo de Caracas el 19 de Abril de 1810, el cual liquidó el mando al Capitán General de Venezuela, no habría sido posible sin la anuencia del batallón de milicias que aquel Jueves Santo permitió que Salias y otros le torcieran el brazo a Emparam quien iba a los oficios religiosos en la iglesia, para llevarlo a la sala del Cabildo, donde la sagacidad del dedo de Madariaga en la tumultuosa asamblea de conjurados y mirones, indujo al grito “No lo queremos !”, con el cual fue depuesto el representante del rey.
Este hecho determinó el paso hacia la voluntad declarada y firme de independencia y al largo proceso hasta Carabobo, que exigió a los pobladores de la extensa capitanía, convertirse en soldados para ser artífices épicos de ella; tuvimos que atravesar los terribles caminos de la guerra a muerte, hasta que el sentido humano de la libertad pudo regularizarla entre las reconocidas partes beligerantes, en Trujillo el año 1820. Con la inspiración de Angostura, desde Carabobo ese pueblo armado salió a consolidar libertad con propósito de república, en el enorme territorio de la patria grande. Ese pueblo-soldado con la conducción de Bolívar y Sucre, se batió contra los ejércitos del rey y también para enfrentar los propósitos realistas de muchos de quienes se presentaban como soldados de la república.
El camino para la construcción del proyecto nacional de la república en Venezuela, está lleno de episodios donde la alianza de generales y doctores, se apropió de los honores de la historia y la riqueza del territorio en detrimento del pueblo-soldado, con lo cual se engendró el dramático episodio de la guerra federal, al cabo de la cual doctores y generales, impusieron su historia con la revolución liberal. La derrota del mocho Hernández con el arrebato de las mesas electorales y en los caminos del combate armado, se constituyen en una referencia de frustración histórica nacional, en la ruta hacia la democracia.
Al final del SXIX campesinos alistados bajaron de la montaña andina e hicieron su vivac en la plaza Bolívar de Caracas para acabar con el liberalismo amarillo; en el camino, algunos se hicieron generales vencedores y a ellos se unieron los doctores “felicitadores”, como les llamó Pío Gil. Venezolanos dignos, también el mocho Hernández y otros rebeldes, fueron atados a los muros dolorosos de la rotunda o del olvido en el exilio; mientras el empobrecido y desarmado pueblo-soldado de la independencia y de la federación, fue volcado desde los sacos del café en las montañas y desde las redes de las barcas en el mar, hacia los barriles negros que los chorros de Zumaque y Los Barrosos derramaron hasta contaminar a las tierras, a las aguas, y al alma nacional.
Como lo dijo Mariano Picón Salas, el siglo XX en Venezuela, aconteció a la muerte del patriarca Gómez, lo que permitió una levantisca de la esperanza y voluntad de convocatoria democrática para la construcción del proyecto nacional. A la transición de la “paciencia y cordura” controlada por el único General en Jefe del SXX, cuando en Europa y otras latitudes se libraba la gran guerra, le sucedió el gobierno del concierto entre militares pro academia y civiles con luces, que al ritmo del “sin prisa pero sin pausa” del General Medina, iba impulsando un lento e interesante proceso hacia el proyecto nacional. Politólogos e historiadores han hecho recuento de ese período, destacando el sentido humanista hacia la democracia de esa alianza cívico-militar.
Ese proceso fue interrumpido abruptamente por otra alianza cívico-militar, Betancourt con AD y un grupo de militares, dieron un golpe de estado que llamaron revolución de Octubre, en nombre del pueblo quiso imprimir velocidad histórica en el proceso con una nueva ruta al proyecto nacional. Tres años después, la ruptura de la alianza por la parte militar le impone afinamientos a la ruta con el nombre del nuevo ideal nacional. De nuevo, doctores felicitadores se integran al ostentoso círculo militar del caudillo en el gobierno. Algunos militares y hombres de dignidad deben salir al exilio mientras otros, junto al pueblo inquieto, recorren los caminos de la clandestinidad, la tortura y la cárcel.
La famosa madrugada del 23 de enero del 58, trajo nuevos aires que levantaron banderas a la esperanza para el proyecto nacional democrático, entre civiles y militares. Pronto en ese mismo año, la sombra del mocho Hernández se dibuja en los caminos de frustración a la esperanza, la cual es sustituida por una ilusión de armonía, sostenida con la generosa renta del petróleo. Los nuevos pactos de élites, diseñan también nuevos modos de alianza cívico-militar más sofisticados, que permiten a aquellos en el poder, el desarrollo del sector militar orientado en la doctrina de ser guardia pretoriana a la nueva ruta del proyecto nacional nombrado democrático. Ese destino impuesto al país y a las fuerzas armadas causa durante esos años, no pocos problemas de diversa índole, lo cual motiva rebeliones, algunas muy fuertes y sangrientas; sin embargo las derrotas de los rebeldes y la abundancia petrolera, también permiten la ilusión de armonía en el círculo militar.
En la formación académica de los militares el concepto de la geopolítica, de la defensa integral de las naciones y el estudio de las batallas por la independencia y la federación, fortalece en muchos de ellos el espíritu nacional y defensa de la soberanía, frente a las enseñanzas de la escuela de las américas, lo cual motivó contradicciones y formación de grupos al interior de las fuerzas armadas. Adicional a ello, al comienzo de los 80, se introdujo un cambio con el llamado plan Andrés Bello orientado a la formación de oficiales con mejor capacidad crítica, lo que también contribuyó a esas contradicciones.
En la década de los 90 podemos distinguir tres grupos dentro de las fuerzas armadas, la mayoría, conformada con el rol asignado de guardia pretoriana; otro grupo, minoritario, de los que se veían a sí mismos como competentes militares de carrera que sin embargo no eran debidamente valorados a la hora de los ascensos a los grados superiores de la jerarquía; y un tercer grupo, más pequeño aún, que inconformes con el rol asignado y con los evidentes desatinos en la conducción política del estado, se proponen la transformación del estado para participar como nuevo liderazgo en su conducción política; para lo cual proponen una constituyente orientada a la refundación de la república. La situación política y la angustia colectiva por el destino nacional al final de esa década, abren las puertas a una nueva constitución para la ahora República Bolivariana de Venezuela; de allí venimos.
En esta unión cívico-militar de hoy, fundada en la constitución para defender un legítimo sentimiento de patria, hay un proceso enrevesado de confusión de roles y de graves contradicciones, también entre el discurso democrático y la práctica militar-civil, donde progresivamente la prevalencia de la autoridad arbitraria, se impone en las relaciones de la sobrevivencia civil de todos los ciudadanos, lo cual junto a factores externos, ahoga la existencia de la República bolivariana. Hay mucha reflexión crítica y cambio de timón por hacer, con urgencia.
Por ello el incidente entre la abogada y la teniente, es algo mucho más complejo que comienza por la interrogante: por qué un juicio en la jurisdicción militar ?.
Clemente Scotto Domínguez