David Uzcátegui
Chile vuelve a vivir un momento político decisivo marcado por la tensión, la memoria histórica y una profunda polarización que parece repetirse cada cierto tiempo. Las recientes elecciones presidenciales dejaron un escenario altamente competitivo, pero también recordaron algo esencial: desde que recuperó la democracia, el país ha sabido resolver sus diferencias dentro de los cauces institucionales. A pesar de las heridas abiertas y los debates intensos, Chile sigue votando, debatiendo y negociando su futuro en las urnas.
En la primera vuelta, Jeannette Jara, candidata del oficialismo y militante del Partido Comunista, obtuvo casi el 27% de los votos. José Antonio Kast, referente de la derecha más dura, quedó muy cerca, con alrededor del 24%. La estrecha diferencia anticipa que el balotaje del 14 de diciembre será una contienda reñida, pero también estratégica: los pactos y las alianzas que se cierren en las próximas semanas serán determinantes para definir al próximo presidente.
La figura de Kast reaviva un debate que Chile no termina de zanjar: ¿qué tipo de derecha representa? Durante años, su proyecto político ha sido ubicado por analistas y adversarios bajo etiquetas como “ultra” o “extrema derecha”, diferenciándolo del conservadurismo tradicional chileno. Él rechaza esa clasificación. “Algunos dicen que soy extremo. Y siempre les pregunto: ¿extremo en qué?”, dijo en 2021, cuando también avanzó a la segunda vuelta.
Su discurso combina énfasis en el orden público, el control migratorio, la seguridad y la reducción del tamaño del Estado, elementos que lo acercan a las derechas populistas surgidas en otros países.
Al mismo tiempo, Kast ha mostrado afinidad con líderes que redefinieron el mapa político de sus naciones: Donald Trump en Estados Unidos, Nayib Bukele en El Salvador y Javier Milei en Argentina. Sin embargo, sostiene diferencias con cada uno y ha suavizado ciertos aspectos respecto a campañas anteriores.
El Kast de hoy no es idéntico al de 2021, aunque sus convicciones religiosas y políticas permanecen intactas. Ese matiz es parte de su estrategia para ampliar apoyos y atraer votantes que, cansados de la inseguridad o la crisis económica, buscan un liderazgo firme.
Por su parte, Jeannette Jara representa un proyecto de continuidad para el oficialismo, pero también un desafío: movilizar a sectores moderados que aún miran con recelo a la izquierda más ideológica.
Su pase a segunda vuelta demuestra que existe una base sólida para propuestas sociales y laborales, pero su margen de crecimiento depende de sumar a votantes que no necesariamente simpatizan con el gobierno actual.
En este contexto, las alianzas cobrarán un papel fundamental. Los pactos suelen construirse entre sectores ideológicamente afines, pero también mediante negociaciones concretas de poder: eventuales cargos, acuerdos legislativos o compromisos programáticos. Cada gesto cuenta. Cada declaración puede inclinar el tablero. Y cada movimiento de última hora podría modificar el rumbo político del país.
Aunque las próximas semanas están abiertas a sorpresas, los primeros análisis apuntan a una ventaja para Kast. No solo por el peso electoral del bloque de derecha, que fue mayoritario en la primera vuelta, sino porque los votantes de partidos conservadores y liberales suelen converger más fácilmente alrededor de un candidato único. La izquierda, en cambio, debe resolver tensiones internas y convencer a sectores independientes que observan con inquietud cualquier radicalización del debate.
Sin embargo, nada está decidido. Las campañas del balotaje tienden a ser volátiles, y el comportamiento electoral puede cambiar rápidamente. Lo que sí parece claro es que Chile está ante una elección que definirá más que un gobierno: un tono, un relato y un horizonte político para los próximos años. La seguridad, la desigualdad, la migración, el rol del Estado y la memoria histórica seguirán presentes en la conversación pública.
A pesar de la polarización, existe un elemento esperanzador: la fortaleza institucional. Chile ha demostrado que puede enfrentar momentos difíciles sin abandonar su compromiso democrático. Eso no significa que el país esté exento de riesgos, sino que ha sido capaz de procesar sus tensiones dentro de las reglas del juego. Esa tradición democrática es quizás su activo más valioso.
El 14 de diciembre será una fecha crucial. No solo se elegirá al próximo presidente, sino que se evaluará la capacidad del país para dialogar, pactar y avanzar, incluso en medio de sus contradicciones.
Chile ha mostrado, con heridas y con su diversidad, que sabe llegar a acuerdos y seguir adelante. Esa es la esperanza que debería acompañar al país en esta segunda vuelta: que, más allá del resultado, prevalezca la democracia.






