Julia Blanco tocaba la puerta de la casa y gritaba: – “¡Niña Cecilia, Niña Emperatriz, necesitan un mandado!”. Y salía alguna de mis tías y le decía – “Vaya y le dice a Pedro Balza que nos mande una panela de dulce, media libra de sal y un poco de caraña para sacarle una estaca que se le metió en un dedo a uno de los morochos”. Recibía un bolívar y rápida salía para la Travesía donde quedaba la pulpería, en búsqueda de la encomienda. – “Llévele también a las Niñas Cruz estos garbanzos que me llegaron de Cambimbú y salieron muy blanditos”.
Julia Blanco era ya mayor y también era Niña, pero no le decían La Niña Julia Blanco, solo su nombre. Menudita era ella, de pelo largo y canoso, cara redonda y simpática, ojos vivos y brillantes, pies pequeños y calzaba cotizas. Llevaba siempre un vestido de medio luto y en la mano una varita de verbena.
Vivía como a media hora del pueblo a la vera del camino de Estapape, en una casita que tenía una sala con el altar de los santos y al lado el aposento y, aparte, el ranchito de la cocina con las tres topias, el budare y sus ollas, todo negro de llevar humo. Al frente estaba el gran patio para secar café.
Todos los días bajaba a La Quebrada Grande, un pueblecito acurrucado al pié de la Teta de Niquitao que es el pico más alto de estos Andes trujillanos, a ejercer su oficio de mandadera, siempre que no fuera el tiempo de cosecha. Llamaba en cada casa y cumplía los encargos que podían ser llevar o traer algo, decir un recado, buscar una persona, traerse un muchacho del pozo del río Mitifafé y llevárselo a la escuela, prender una vela a San Roque en el templo o a un difunto en el cementerio. Era muy útil y querida Julia Blanco, aunque los muchachos le temiéramos a su varita de verbena.
En estos tiempos de ahora vuelven los mandados con el anglicismo de “Delivery”. Y en esta pandemia que está adelantando el futuro en tantas cosas y regresándonos al medioevo en tantas otras, sobre todo en Venezuela, el negocio de los mandados es la tendencia más vista, no por otra razón Amazon es la empresa que más ganancias obtiene cuando muchas están en la ruina.
Con una llamado o una aplicación, el hijo que está en Perú le envía a su mamá que está en Biscucuy una pizza en una noche cualquiera. O en medio de la celebración se pide una botella de ron, unas sodas y hielo y a los minutos ya la están compartiendo. O compras el libro, lo pagas, lo bajas y lo lees. Ves la misa por YouTube y recibes en tu casa la comunión “Delívery” traída por el sacerdote o el diácono.
Una empresa pide el componente tal para el equipo “Acme” del producto “Coyote X3” y le llega en un Dron a la fábrica, que luego le envía el producto al cliente final, con lo cual es fácil adelantar que las tiendas detallistas están llegando a su fin, y con ellos esos no-lugares llamados Mall o Wal-Mart.
“Oye” – pregunta el encargado de la línea de producción del “Coyote X3” – “¿Cuál es la contraseña del Dron que me trae el componente Bip Bip 505?” – “Julia Blanco Delivery” le responden.