Por: Gregorio Riveros.
I
La historia es como una mirada hacia la buena memoria que atesora el pasado maravilloso de los pueblos y su gente; no es un secreto que toda esperanza, siempre, está hecha del pasado.
La crónica histórica y la historia sirven para el acto vital de pensar y recordar el pasado de nuestros pueblos (ciudades) y sus personajes. Recordar y pensar ese pasado nos devuelve la mirada hacia lo que fuimos, diría más bien, nos devuelve la mirada hacia lo que “somos en ese pasado” como gente y pueblo. Y diría, que la historia es como un hilo de la vida que siempre nos ayuda a tejer las posibilidades de reconocernos en nuestra identidad de pueblo en el pasado y en el presente. Nos ayuda a reconocernos en nuestra identidad local (regional), y nos ayuda a determinar con precisión lo que distingue, lo que caracteriza, lo que cierne, y signa, la firmeza de nuestra preciada identidad de la Trujillanidad.
Así mismo, la historia es una esperanza (luminosa) para satisfacer la necesidad de lo que aspiramos y queremos Ser. Los pueblos, al tener conciencia histórica, también tienen (o deben tener) conciencia del sentido de arraigo y pertenencia, y eso permite, que se puedan apoyar en su pasado para construir en el presente sus proyectos del futuro. Los pueblos no salen instantáneos, como por arte de magia: los pueblos, y su identidad propia (lugareña), su gentilicio pueblerino, con toda su carga, peso y contenido de identidad regional (como la trujillanidad), nace, se forma, y se acrecienta con sus hábitos, costumbres, tradiciones, y con el transcurso y devenir de la sumatoria de todas sus historias. Es aquí, precisamente, en la historia, donde se encuentra lo que nos identifica.
Por eso, siempre tenemos presente a la historia de Valera, como elemento esencial, para develar su propia identidad. Ella es una historia local sumada a otra mayor, la historia regional, y la historia nacional. Es una historia local que trasciende como un cuerpo identitario, inserto, en una identidad regional (como la Trujillanidad) que también comparte algunos factores comunes en la misma identidad nacional. Y esta, la identidad nacional, en lógica y solidaria correspondencia, también mantiene algunos elementos de la identidad local que se afianzan como un todo en esa identidad nacional, definida por la socióloga Maritza Montero (estudiosa del tema), como: “… ese conjunto de significaciones y representaciones relativamente permanentes a través del tiempo que permiten a los miembros de un grupo social, que comparten una historia y un territorio común así como otros elementos socioculturales, tales como el lenguaje, una religión, costumbres, e instituciones sociales, reconocerse como relacionados los unos con los otros biográficamente”. Sin lugar a dudas, se trata de reconocernos, y relacionarnos (con cierta permanencia a través del tiempo), en una misma biografía social del pueblo o de la ciudad; entonces, para eso es indispensable conocer los elementos de esa biografía social, y para eso está la historia. Ella es parte constitutiva de la identidad de los pueblos, la identidad de las ciudades, o la identidad nacional; y repito, allí está uno de sus elementos: la historia. Y hay que mirar la historia (con todas sus piezas del pasado) para saber y fortalecer la conciencia de lo nuestro y poder consolidar el sentimiento de arraigo y pertenencia, y además, mirar y comprender, qué caracteres de esa historia se mantienen hoy, o qué cosas o elementos han cambiado, y cuáles son los elementos históricos que nos identifican en el pasado (con algunos personajes, o con toda la colectividad). Para eso es que sirve la historia, nos ayuda a mirar, si esos elementos aún se mantienen para identificarnos en la actualidad por ser elementos del afecto y del sentido (o sentimiento) de la identidad valerana. Nos ayuda a mirar si esos elementos de identidad se han sostenido en el transcurrir del tiempo (y si ellos, aún nos identifican, y cuál es su intensidad). Es decir, la historia nos revela el tránsito, el paso, el trascurrir del pueblo (y de la ciudad) a través del tiempo, y nos permite, poder presenciar y establecer lo que siempre nos marca en la identidad valerana (y la Trujillanidad). Por esa razón, la historia es primordial como elemento que precisa y determina la identidad de los pueblos (y las ciudades), y también es indeleble, porque sucedidos los hechos y asentados en la misma historia, ya no se pueden borrar, ella es perdurable para siempre si se mantiene en la memoria histórica de los pueblos. Y es aquí en la memoria donde se refugia y perdura el amor y los afectos. Ya lo decía el Gabo (García Márquez): «Recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidar es difícil para quien tiene corazón».
Por eso, volvemos con la mirada del recuerdo, retornamos con la mirada al pasado, volvemos con la mirada hacia la historia: Valera o la Mesa de Valera (elevada a parroquia eclesiástica el 15 de febrero de 1820) no está para ser apreciada y contemplada con la mirada de un solo instante. Valera es un proceso de crecimiento que se ha dado a lo largo de generación en generación.
II
Hay una época en Valera muy especial donde comenzó a desarrollarse y a progresar. Esa época, tuvo resultados muy satisfactorios y fundamentales para la ciudad. Imaginemos, lo que identifica (la identidad) de los pueblos y ciudades venezolanas, en los años de 1800, ó 1900 (en el Siglo XIX, o principio del Siglo XX): pueblos construidos con casas muy sencillas (barro, cañabrava, bahareque, palma, o tejas), habitado por gente laboriosa y muy sencilla (vestida con telas de kaki, blanco, beis, y con sombrero, pantalones largos de liquiliques, pantalones cortos, y alpargata), pueblos donde predominaba la vastedad del verdor natural (mosaico de la multiplicidad del paisaje verde), que acompañaban ese colorido singular de las vestimentas que predominaban en esos tiempos, siempre bajo el portentoso azul del cielo. Y más allá de todo esto, la historia nos ayuda a pensar e imaginar a esos pueblos, sin medios de comunicación tan veloces, y efectivos como los actuales (sin Radio, sin TV, sin internet), con sus carencias de las vías de comunicación (sin asfaltado, y sin estar debidamente acondicionadas), pueblos con calles polvorientas, hechas simplemente de tierra (engranzonadas, o empedradas), que alumbraban sus noches de manera natural cuando surgían reflejos tenues de la luna, o con mechurrios, o lámparas del ingenio de sus moradores como los faroles de kerosén que hicieron los valeranos para su alumbrado público (allá, por el año de 1873); es decir, sin los beneficios de la luz eléctricas en la mayoría de los casos. Eran pueblos agrícolas (de escaso desarrollo), eran pueblos con pequeñas actividades agropecuarias, y muy poca actividad comercial y mercantil, a excepción, de algunos pocos poblados y ciudades. Así se mira esa época, así se identifican, como una época de carencias, y así se veían nuestras comarcas y aldeas de la época: brotando en su flor virginal de los principios, orígenes, y primeros tiempos de nuestros pueblos (trujillanos y venezolanos). Ahí está la grandeza de las generaciones constructoras de pueblos, generaciones que trabajaron en esas épocas tan adversas y de tantas carencias, que por supuesto, (carencias) que no deberían existir (en la actualidad) en ninguna parte de nuestro país ni del mundo.
Al trascurrir el tiempo, años después, otro de los personajes deslumbrantes de la historia valerana, aparece con su labor (a finales del Siglo XIX y principio del 20) es DON JUAN IGNACIO MONTILLA, quien marcó el ritmo de progreso en esta región que en lejanos tiempos, originariamente, estuvo ocupada por los indios escuqueyes (comunidad de Los Cuicas); y que luego, más tarde, fue ocupada por gente laboriosa de sembradío de caña, café, añil, cacao, y otros frutos (eran trabajadores que vivían en los fundos y múltiples haciendas de la comarca). Juan Ignacio, se constituyó, en una figura descollante entre un gran equipo de aguerridos constructores de un gran pueblo y de una gran ciudad. Ellos asumieron como objetivo primordial (impostergable) el desarrollo de la ciudad con un progreso firme, duradero, ordenado y desplegado hacia el futuro. Hoy, estas palabras conmemorativas, hacen referencia (especial) a este “Hijo Benemérito de Valera”: JUAN IGNACIO MONTILLA, como uno, entre los muchos personajes, que soñaron e hicieron posible a esta hermosa ciudad valerana.
JUAN IGNACIO MONTILLA, nació en Quebrada Grande (Municipio Urdaneta, estado Trujillo), el 1° de marzo de 1842. Así lo confirma el documento eclesiástico que hayamos, consultamos, y que reposa en el Archivo Diocesano de Trujillo (conservado en el Libro de Bautismos (Años 1840-1854), Nº 4, Pág. 49, Estante Nº 4, caja Nº 158, en el Tramo Tercero). Este documento contiene la siguiente información:
«En la Parroquia de La Quebrada a cuatro de marzo de mil ochocientos cuarenta y dos. Yo el Pbro. J. de los Ángeles Cano bautiza solemnemente a Juan Ignacio que tenía tres días de edad hijo de Juan Montilla y M. Rafaela Uzcátegui, fue su madrina Francisca Montilla a quien advertí el parentesco y obligación…»
Este documento de registro eclesiástico lo identifica: como nacido en La Quebrada (de Urdaneta), hijo de Juan Montilla y M. Rafaela Uzcátegui, que se trasladaron y se establecieron con su hijo en la ciudad de Valera en el año de 1850 cuando, el niño (Juan Ignacio), contaba con tan solo 8 años de edad. Esta referencia del traslado y llegada de Juan Ignacio a Valera (un pueblo que tenía escasos 30 años de nacido como parroquia eclesiástica) la tomamos de una fuente muy confiable, por tratarse de una información aportada por el distinguido y excelente cronista de la ciudad de Valera, Pbro. Juan de Dios Andrade, en su libro: “Imagen de Valera y Constructores de Valera”, donde registra esa presencia del “quebradeño” en la población de las siete colinas, y nos afirma que: «DON JUAN IGNACIO MONTILLA… se establece en Valera en 1850»
Y en palabras de otro gran cronista, extraordinario pensador y excelentísimo baluarte de la trujillanidad, don Mario Briceño Iragorry, lo nombra como uno de los más importantes “Padres de Valera” (un hombre de superación, hacedor de pueblo, y también propulsor de la cultura). Es que Juan Ignacio Montilla se convirtió en uno de los más importantes padres de Valera. Hombre de progreso y constructor de pueblo. Don Mario, lo menciona, junto a una gran generación de hombres que constituían una de las generaciones más destacadas y valiosas de Valera, y lo menciona, como fundador del Ateneo de Valera junto al: «Padre Mejías, José Antonio Tagliaferro, Américo Briceño Valero, Rafael Terán, Don Juan Haack, Wenceslao y Víctor Rosa Martínez Aldana, Julio Febres Cordero, el Bachiller Federico Vetancourt, José Amado Mejías, Abdón Briceño, Pompeyo Oliva, Ernesto Spinetti, Rodulfo Terán, Andrés Carradini, Anselmo Escalona, Abel Cifuentes, Manuel Briceño Valera, Miguel de Jesús Carrasquero, Máximo Barrios y Clemente Mannucci…» —Nos dice (textualmente) Mario Briceño Iragorry— que: «Ellos fueron también, junto con Don Juan Ignacio Montilla, los fundadores del Ateneo de Valera»
Es que de verdad, Juan Ignacio, despuntó sobresaliente en ese aspecto de empuje cultural y en los demás aspectos de empuje social de su época. Fue un hombre con una extraordinaria vocación de trabajo y servicio al prójimo. Lo demostró en el Concejo Municipal de Valera donde dejó estampadas sus valiosas huellas en este ámbito político-administrativo de gran importancia para la ciudad. Allí encontramos una labor (con una gran obra cumplida), marcada con la impronta del trabajo productivo, prolífico y eficiente:
*Aquí, en este punto, agradezco (públicamente), al cronista de Valera (en su época), el Prof. Rafael Ángel Espinosa, que nos permitió trabajar por 6 meses en los libros del Archivo del Concejo Municipal de Valera, para constatar la gestión (fidedigna) de Juan Ignacio Montilla en la municipalidad.
En 1875, Juan Ignacio Montilla, a la edad de 33 años, ya ocupaba el puesto de concejal de Valera. Así daba inicio a esa faena política-administrativa y de servicio al prójimo. Y en cumplimiento con ese destino, muy pronto fue nombrado (en ese mismo año, exactamente, el 15 de octubre de 1875) como Vice-presidente del Concejo Municipal de Valera junto al presidente de la Corporación Municipal el ciudadano Antonio Cerrada. Luego, años más tarde, ocupará la presidencia de la misma Corporación, desde el 1º de enero de 1890, año inicial de las gestiones pertinentes para adquirir El Llano de San Pedro.
Al año siguiente, ocurre, en 1891, el notable acto prodigioso de Don Juan Ignacio Montilla (ejerciendo la presidencia del ayuntamiento) cuando adquiere el Llano de San Pedro. Creando con esto, un acontecimiento que brindó un impulso colosal y portentoso al crecimiento y consolidación de Valera. El costo de los terrenos fue por un monto de 20.000 Bs. de aquél tiempo.
Miremos aquí, con más cuidado y atención, para conocer más de cerca, a una ciudad de Valera virginal, de principio de Siglo XX, y el acto trascendental de Juan Ignacio Montilla cuando, para el crecimiento y progreso de Valera, adquirió EL LLANO DE SAN PEDRO.
Nos dice Rafael Gallegos Celis, quien da prueba testimonial por excelencia, porque presenció y vivió, esa grandiosa época, y además, tiene el mérito de ser el primer cronista (de la historia) de la ciudad de Valera, nos dice lo siguiente {Año 1900}:«La ciudad de Valera es en la actualidad una de las más importantes poblaciones del Estado Trujillo, no obstante ser la más joven de ellas. // Consta de ocho calles largas y alineadas de Sur a Norte, y de diez transversales de Oriente á Occidente. // Hacia el oriente de la ciudad y más allá del zanjón del Tigre, hay un extenso llano denominado “San Pedro”, que es hoy propiedad del Municipio y fue comprado por el Consejo durante la Administración del ciudadano Juan Ignacio Montilla, en el año de 1891. Este llano le fue comprado á los herederos de Don Juan Pablo de Labastida Briceño, quien fue un rico propietario de este pueblo… // Allí en San Pedro se formará con el tiempo una gran población, pues el Consejo repartirá los solares entre las personas que puedan fabricar, con el objeto de aumentar la ciudad, que se unirá con aquélla por medio de puentes que pondrán, al fin de cada una de las calles transversales sobre el Zanjón del Tigre…// En el terreno del llano han fabricado ya algunas casas de palma… »
De esta crónica histórica que citamos, se infiere con suma facilidad, que para esta época de Don Juan Ignacio Montilla, había gente que estaba pensando (y actuando) en nombre del desarrollo de la ciudad de Valera.
Posteriormente, en 1901, Juan Ignacio, es otra vez electo para una nueva gestión municipal como concejal. Y formó parte de la comisión que midió el Llano de San Pedro para levantar el croquis de la ciudad (y el plano que demarcaba: las manzanas, cuadras, plazas y calles). Para el año 1904, dirige los trabajos de empedrado de las calles -junto con, Marco Aurelio Ibarra y Pedro Maya-. En este mismo año, recibe los agradecimientos del Concejo municipal, por la construcción del puente “17 de agosto de 1899”, que fue inaugurado el 9 de diciembre de 1904.
Ese día fue muy especial, porque el Jefe civil del Distrito, y el presidente y demás miembros del Concejo Municipal, y toda Valera, se trasladaron hasta las inmediaciones del río Motatán para inaugurar el puente. Era una obra construida por esfuerzo del Gobierno Regional y el Concejo Municipal de Valera. Y en ese mismo acto, circuló un Acuerdo de la municipalidad, distinguiendo “a los ciudadanos General Carlos Liscano {para el momento Presidente Provisional del Estado}, Dr. Santiago Fontiveros y General Juan Ig. Montilla con el título de “CIUDADANOS BENEMÉRITOS DE VALERA”. El presidente de la municipalidad, Don Ernesto Spinetti, presidió los actos con mucha alegría, que como ya hemos dicho, sirvieron como una oportunidad excelente, para declarar a estos tres ciudadanos: BENEMÉRITOS DE VALERA. Recordemos que la distinción de HIJOS BENEMÉRITOS DE VALERA ya había sido creada por la municipalidad en el año 1901.
Juan Ignacio Montilla tuvo una participación sumamente destacada en el Departamento Valera. Fue en aquel año de 1875, que se incorporó en los servicios departamentales de Valera. Integró la terna de la Tesorería Departamental; y al año siguiente, también fue nombrado Juez Departamental. Aparte de eso, participó en las actividades religiosas del Santo Patrono de la ciudad, como miembro de la Junta de las fiestas patronales de San Juan Bautista de Valera (en 1877).
Asumió responsabilidades significativas en esta estructura de poder local, denominado: “Departamento de Valera” (estructura que era una forma de gobierno local). Y fíjense que: “Para el año de 1875 a 1876, estaba la Tesorería a cargo de Juan Ignacio Montilla…” Y entre los años 1879 y 1880, es electo, en la terna de los Administradores de las Rentas del Departamento, junto a dos distinguidas personalidades: Rafael Gallegos Celis y Antonio María Vetancourt. También integró la comisión de peritaje (avalador) de los terrenos que se destinarían para la Casa de la Cultura de la ciudad.
Esas áreas (esos terrenos) pertenecían a los mismos terrenos que años después, el Sr. Alberto Maldonado Labastidas (Presidente de la Cámara municipal de Valera), propone que lleven el nombre de MUNICIPIO JUAN IGNACIO MONTILLA, propuesta que fue aprobada por unanimidad, el día 12 de enero de 1945. Era un reconocimiento, como lo dijo el Pbro. Juan de Dios Andrade: “…en honor de uno de los Padres de Valera”.
En verdad, esto fue un merecido homenaje de la municipalidad valerana, a don Juan Ignacio Montilla, a pocos días de haber cumplido tres lustros (15 años) de su expiración terrenal.
Juan Ignacio Montilla tuvo un admirable corolario en el ejercicio de sus funciones públicas cuando ocupó el importantísimo cargo de Jefe Departamental de Valera. Ese cargo lo ocupó en once (11) oportunidades, en los años 1877, 1879, 1881, 1883, 1884, 1885, 1887, 1890, 1896, 1897 y 1904. Juan Ignacio, realizó una gran obra social, y fue un gran servidor público. Fue miembro de la Junta de Salubridad de la ciudad; esta junta la integraban en el año 1890: Juan Ignacio Montilla, doctor Eladio A. Lugo, doctor Rodolfo Pérez, doctor Julio Febres Cordero, y los señores: Félix Terán, Donato Valdés, Ricardo Labastidas y Antonio Cerrada. También, participó en la solución de problemas de tipo educativo, agrícolas, laborales, comerciales, mercantiles, y en varias ocasiones, cedió los terrenos del solar de su casa para el funcionamiento provisional del mercado público.
Y de esa gestión, al ocupar ese puesto (Jefe Departamental o Jefe del Distrito) se observa, la consecución de una estupenda obra de Juan Ignacio Montilla: La Casa de Gobierno del Municipio. Era el llamado Palacio Municipal, que fue inaugurado el 24 de julio de 1883 a propósito del centenario del nacimiento del Libertador Simón Bolívar. Aseguraban que, era el mejor Palacio Municipal de los Andes, y se le calculó un costo de 80.000 Bs de la época; y comparado con el costo de los terrenos del Llano de San Pedro (que fueron 20.000 Bs), el precio del edificio para esa época era una grandísima fortuna. Este edificio fue derribado en el año de 1955, para construir uno más moderno, y así se construyó, y es, el actual edificio donde hoy funciona el Concejo Municipal frente a la plaza Bolívar de Valera.
Sabía Juan Ignacio Montilla, que el urbanismo, es uno de los elemento que forman parte de la identidad de los pueblos: sus plazas, monumentos, la humanización, el sentido útil de la distribución de los espacios y conservación de áreas verdes, el orden y disposición de sus calles y veredas, sus nombres, sus edificios públicos, o, de usos particulares. Y en ese sentido, impulsó esa obra formidable para la ciudad. Nos dice la crónica trujillana (de principios de los años de 1900) que: «La plaza actual de la ciudad (año 1900) es espaciosa y forma un cuadrado con un área de 82 metros por cada lado (…) En esta plaza hay algunos edificios de moderna construcción. Allí está la elegante casa de Gobierno del Municipio, famoso edificio de dos pisos con una linda portada, piezas espaciosas en el interior y un salón de recepción pintado al óleo. La parte baja de esta casa sirve de cuartel y de cárcel, y tiene suficiente capacidad y especialmente dos grandes patios para desahogo. // En el año 1883, siendo Jefe del Distrito el señor Juan Ignacio Montilla, fue fabricada esta casa, bajo su inmediata dirección, por el arquitecto José María García. El salón principal fue pintado por Don Luis Fontana (notable y afamado artista italiano)…». A todo esto, le agrega el cronista Gallego Celis, lo siguiente: «El Señor Juan Ignacio Montilla, incansable en el propósito de hacer progresar a Valera, ha dejado en todas sus Administraciones su recuerdo, sintetizado en una obra de pública utilidad. El empedrado de las calles principales de la ciudad se le debe á él y también las aceras, algunas de cimiento romano, los puentes, etc.» Así calificaba el cronista Gallego Celis, con su apreciación y concepto meritorio, a Juan Ignacio Montilla: un hacedor incansable del progreso de Valera.
En ese pasado urbanístico, de ambiente añejo y céntrico de Valera, ahí vivía Juan Ignacio Montilla, en ese año de 1900. A esas esquinas, en el centro de la ciudad, les pusieron nombres ajustados y alusivos al crecimiento y desarrollo de Valera. Encontramos nombres como: La esquina de Comercio, en la casa de corredores diagonal (con la de alto) de Juan Ignacio Montilla (fíjense, aquí aparece la casa de alto de Juan Ignacio, en pleno centro de Valera. Pero lo que destacamos, son los 5 nombres urbanísticos que ya existía para estas esquinas; eran las esquinas: “Atala” “Comercio”, “Cuartel” “Parnaso” y “Progreso”. Tenían nombres de lugares comunes, como la esquina del “Cuartel” (de acantonamiento del personal), o “Comercio”, (centro de actividad mercantil donde funcionaba el mercado público en plena plaza, -los días domingos-). Pero eran nombres seleccionados con bastante intención y en armonía con los ideales del desarrollo de Valera: el “Parnaso” (alusivo a la cultura y a la poesía), y la del Comercio, y la del “Progreso”: siendo este último nombre la guirnalda de los ideales de esta generación valerana de avanzada con su nombre virtuoso del PROGRESO. Sin lugar a dudas, estos nombres, eran indicadores de una buena intención de urbanismo pero también de pertenencia a un ideal y sentido local de identidad valerana que se inspiraba en el desarrollo y en el progreso. Un sentido de identidad orientado hacia los tiempos modernos.
Demás está decirles que para el año 1896, Juan Ignacio Montilla participa en las actividades de protesta contra la usurpación inglesa en territorio venezolano. Y en otra responsabilidad (dentro de la múltiples responsabilidades que tuvo), ocupó el cargo de Vice-gerente de la compañía anónima “Planta Eléctrica de Valera”, que buscaba el alumbrado moderno de la ciudad. Esta compañía había sido creada en 1901, siendo Rodulfo Terán Labastidas (su fundador y Gerente). La directiva electa por los accionistas de la compañía, la integraron: Rodulfo Terán Labastidas (Gerente), Juan Ignacio Montilla (Vice-gerente), Dr. José Amado Mejías (Presidente), Andrés Carradini (Vice-presidente), Abdón Briceño (Tesorero), y como vocales: Julio Ad. Troconis y José Antonio Tagliaferro. Y este emprendimiento progresista hizo posible (en el año de 1904) la inauguración fascinante del sistema de alumbrado público con luz eléctrica para la ciudad de Valera.
Pero así mismo, llegó también el día de rendir cuentas al Creador (al Gran Arquitecto del Universo). El 2 de febrero de 1930, en un ambiente luctuoso, triste, y lóbrego, sesionó el concejo municipal de Valera, con motivo de una muy dolorosa noticia: había fallecido el General Juan Ignacio Montilla. La sesión del honorable ayuntamiento comenzó a la nueve de la mañana, dirigida por el primer Vice-presidente Dr. Febres Cordero. Estuvieron presentes los concejales: Dr. Chueco Montiel, Casas Briceño, León S., Dr. Tagliaferro (hijo), y Briceño Villasmil. El presidente manifestó: «… que el objeto de la reunión de la cámara era ponerlos en conocimiento que el General Juan Ignacio Montilla declarado por la corporación “Hijo Benemérito de Valera” por sus relevantes condiciones de hombre público y valioso factor del progreso de Valera, acaba de fallecer y que propone que el concejo dicte un acuerdo pertinente al sensible suceso… »
Para esta ocasión, se declararon tres días de duelo público en toda la jurisdicción —del entonces— Distrito Valera.
Finalmente, destacamos, que la crónica histórica trujillana (a través del escritor Pedro A. Santiago), dejó reseñado para la posteridad, esa gran labor civilista de Juan Ignacio Montilla, donde deja constancia que participó junto con otros vecinos en «… diecisiete obras públicas, todas de ingente utilidad para el progreso urbano de Valera, fueron planeadas y dirigidas personalmente por Don Juan Ignacio Montilla, a cuyo entusiasmo civil y patriótico y acertada dirección, debe esta ciudad el rápido progreso material que alcanzó durante cuarenta años»
Ya para concluir, agradezco a la Universidad Valle del Momboy –U.V.M–, Voces de Valera, Escuela de Liderazgo y Valores, y la Comisión Bicentenario de Valera, por la oportunidad que me brindaron de expresar estas palabras, en este Congreso de La Trujillanidad, las cuales estaban urgidas por mi deseo de hablar de Valera como un ejemplo de tenaz y constante desarrollo social, cultural y urbanístico; y, constituyendo el mejor ejemplo de avance y desarrollo en la región, o mejor dicho, está entre uno de los mejores de la región trujillana (a veces, con un paso acelerado, y otras veces, lento). Y por eso, era esencial, para hablar de Valera, también hablar de Juan Ignacio Montilla, junto a su generación, y junto a esta gran ciudad; y así, sentir que estrechamos con seguridad y firmeza, una gran obra de vida, ejemplo de una obra excelente, cumplida con principios y valores por un grandioso personaje de la identidad valerana que sirvió (junto a la generación de los “Padres de Valera”) en beneficio y progreso de esta ciudad. Por eso, he querido, hasta el final de estas palabras, presentar de manera muy simple, para mejor comprensión, lo que creo que representa, la figura insigne de JUAN IGNACIO MONTILLA, tenido en las palabras aquilatadas de Don Mario Briceño Iragorry, como UNO DE LOS PADRES DE VALERA, o como bien, quedó declarado por el mismo Concejo Municipal de esta ciudad, con el titulo de: JUAN IGNACIO MONTILLA: “HIJO BENEMÉRITO DE VALERA”.
FUENTE DE CONSULTA ESENCIAL:
- BRICEÑO IRAGORRY, Mario. Gente de Ayer y de Hoy.
- GALLEGOS CELIS, Rafael. Valera Siglo XIX.
- GONZALEZ, Luis. Testimonios del Periodismo Trujillano –Siglo XX-.
- BRACAMONTE OSUNA, Pedro. La Valera Oculta.
- LA RIVA VALE, Alberto. Anales de Valera.
- SANTIAGO, Pedro A. Biografías Trujillanas.
- ROSARIO ARAUJO, José. Conociendo Valera. La Valera del Ayer.
- ANDRADE, Juan de Dios. Imagen de Valera y Constructores de la Ciudad.
- CONTRERAS, Benigno. Historia Trujillana.