El anuncio de la beatificación de José Gregorio llegó como una excelente noticia en momentos en que Venezuela está sufriendo una profunda crisis humanitaria agravada por la pandemia del Covid 19, que debemos enfrentar con un sistema sanitario destruido, sin los servicios esenciales, y con muchas personas sin alimentos, sin agua, y sin los medios higiénicos para combatir el virus apropiadamente.
Es oportuno recordar que, cuando en el año 1919, murió José Gregorio, arrollado por uno de los pocos carros que había en Caracas, Venezuela estaba siendo azotada por la gripe española, una terrible pandemia que ocasionó en el mundo 40 millones de muertos y en Venezuela, unos ochenta mil, el dos por ciento de la población de la época. Hubo días en que solo en Caracas, murieron mil personas. También entonces se prohibieron las concentraciones públicas, las procesiones, funciones de cine, ópera, teatro y corridas de toros. Se suspendieron las clases a todo nivel y colapsaron por falta de personal los servicios de tranvías, telégrafos y centrales telefónicas. Los médicos prohibieron besos y abrazos.
José Gregorio se incorporó a combatirla con su entrega habitual. Para atender a mayor número de enfermos, utilizó por unos días un vehículo con chofer, pues antes acostumbraba visitar los enfermos a pie. El gobierno dictatorial de Juan Vicente Gómez prohibió a la prensa hablar de la peste, pero José Gregorio y Luis Razetti tuvieron el valor de denunciar públicamente que lo que estaba matando a tanta gente no era la gripe propiamente dicha sino el estado de absoluta miseria en que vivía la mayoría de los venezolanos, mal alimentados y con escasa o ninguna condición de higiene, muchos con padecimientos crónicos de paludismo y tuberculosis.
En consecuencia, la celebración de la beatificación de José Gregorio debe impulsarnos a combatir la pandemia con su entrega y a trabajar como él por superar los gravísimos problemas que estamos sufriendo. Necesitamos reconstruir Venezuela sobre los valores ciudadanos y cristianos que José Gregorio practicó de un modo tan sobresaliente que le han hecho merecedor no sólo de la admiración y el cariño del pueblo venezolano, sino de su ascenso a los altares. Entre ellos, la responsabilidad, la honestidad, el esfuerzo, su dedicación al estudio y el trabajo, su desprendimiento y generosidad que le llevaban a atender a los más pobres sin cobrarles e Incluso les regalaba las medicinas, su fe valiente y encarnada en el servicio a todos, su respeto a los que pensaban de un modo distinto a él, la búsqueda del bien común, la piedad, el amor a la familia, a la iglesia y al país.
De muy poco servirá su beatificación y las celebraciones con ese motivo, si no nos esforzamos por encarnar en nuestra conducta y en nuestras vidas dichos valores y no los sembramos en nuestras relaciones y en las estructuras políticas, económicas, educativas y sociales. José Gregorio amó siempre profundamente a Venezuela y a los venezolanos, especialmente a los más pobres, se esforzó por modernizar al país y sacarlo del atraso y la miseria, practicó su profesión de médico como un apostolado de servicio, fue un investigador y eminente profesor universitario, y pocos saben que fue uno de los primeros en alistarse como voluntario para combatir a las fuerzas extranjeras cuando, en 1902, siendo presidente Cipriano Castro, bloquearon las costas de Venezuela.
Por: Antonio Pérez Esclarín
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