Por: Francisco González Cruz
José Gregorio Hernández y Rafael Rangel representan dos figuras trujillanas del mayor relieve en el campo de las ciencias de la salud, pues ambos fueron pioneros en la medicina experimental de Venezuela, fundaron laboratorios, realizaron investigaciones científicas del más alto nivel, dictaron cátedras universitarias y formaron discípulos sobresalientes que continuaron su obra.
José Gregorio nació en Isnotú, Rafael Rangel en el centro poblado vecino: Betijoque. El primero en 1864, el segundo trece años después, en 1877. Ambos murieron trágicamente en Caracas, en circunstancias vinculadas a sus tareas profesionales y a edades tempranas: Rangel de 32 años en 1909 en su laboratorio luego de atender a sus estudiantes; Hernández, de 55 años, nueve años después, en la calle buscando una medicina para una paciente necesitada.
Ambos salieron muy jóvenes de su tierra natal a formarse en ciencias médicas, el primero se graduó como médico y ejerció como profesor, investigador y atendió sus pacientes, el segundo inició su carrera de medicina y luego se dedicó enteramente a la investigación y a la docencia. Hernández fue profesor de Rangel y ambos trabajaron juntos en el mismo laboratorio, el primero como director de la cátedra y Rangel como su brillante asistente.
Hernández fundó la cátedra de bacteriología de la Universidad Central y se considera el pionero de la medicina moderna en Venezuela. Rangel es el primer director del Laboratorio de Microbiología del Hospital Vargas y es considerado el padre de la Parasitología en Venezuela. Ambos realizan investigaciones de mucha importancia en el campo de la salud pública, publican renombrados artículos científicos, dirigen tesis de grado y postgrado y cada quien en su campo brillan en el ambiente científico.
El médico distribuye su tiempo entre la consulta a sus enfermos, la cátedra, la investigación y su vocación religiosa. Rangel se entrega por entero al laboratorio y a sus estudiantes. Existen testimonios de la austera vida personal de ambos, los dos impecables, correctos, de excelente porte, educados, estudiosos, cultos y admirados por quienes los conocían. Ambos un tanto tímidos.
Rangel decide acabar con su vida y en relación a la causa vaya su propio testimonio: “desde que la política vil y rastrera de mi país se introdujo en el laboratorio, me encuentro asfixiado, aislado y todo es hostil a mis grandes planes científicos”. Hernández también tuvo problemas con la política “vil y rastrera”, aquí está su testimonio por qué se fue de Trujillo en 1889: “Por fin como que va a suceder lo que tanto habíamos temido: me dijo un amigo que en el Gobierno de aquí se me ha marcado como godo y que se estaba discutiendo mi expulsión del Estado, o más bien si me enviarían preso a Caracas”.
Existen, por supuesto, notables diferencias en la vida de ambos personajes, pero un asunto sustantivo que los aproximan es que pusieron sus talentos y entregaron sus vidas, generosamente, al servicio de la salud. La ciencia al servicio de los demás.