A la memoria de Norca Pacheco Sarmiento
“Y considero que el cielo me escogió para abrirle al Doctor Hernández las puertas de la inmortalidad. Así lo quiso el cielo. Y quizás fue su voluntad para llevarse un sabio, que ha quedado inmortalizado por su santidad”. Fernando Bustamante.
Fue día domingo 29 de junio de 1919, día en que la Iglesia Católica conmemora a los apóstoles San Pedro y San Pablo, a eso entre las 02 y las 03 de la tarde, en uno de los primeros cuartos del Hospital José María Vargas, en una sencilla cama estaba inerme el cuerpo del Dr. Hernández, en eso, entró su sobrino Ernesto Hernández Briceño y le dice como era su costumbre, ¿Qué hay tío? Una persona que estaba cerca le informó está muerto.
Cuando lo toqué ya estaba frio, sus ojos estaban abiertos, tenía una pequeña herida en la sien derecha, sangre por la boca, las narices y en la cabeza, lo que era la corbata, el cuello, el paltó, el chaleco, estaban en un colgador, la camisa la tenía entreabierta. Estaban en el cuarto el Dr. Luis Razetti y los bachilleres Astorga y Otamendi. El capellán del Hospital Vargas, Presbítero Dr. Tomás García Pompa ya le había suministrado los Santos Oleos, al no más haber llegado en estado de coma al hospital.
Al poco tiempo llegó César Benigno Hernández, miró, se acercó, lo besó varias veces y comenzó a llorar, le limpió la sangre, le cerró los ojos, le cruzó los brazos sobre el pecho, con su mirada buscaba resignarse, aunque seguía llorando, luego llegó su otro hermano José Benjamín Benigno, entre otros familiares y amigos.
Como recordamos era el año 1919, justamente se vivía una pandemia llamada la “gripe española”, la situación era difícil, había cobrado muchas vidas en ese tiempo, las urnas estaban escasas y no se encontraban a la medida del Dr. Hernández. El señor Roberto González, tenía una con esas dimensiones y la cedió en condición como de reposición, ya que esa prontamente la podía necesitar.

El Doctor Rafael Requena junto a un grupo de médicos propuso a la familia embalsamar el cadáver, para tenerlo expuesto por tres días en capilla ardiente y rendirle homenaje, honores a un personaje que se lo merecía. Pero un hermano, César Benigno, reflexionando argumenta que su hermano era un hombre sencillo, pausado, prudente, tolerante, por tanto, sus exequias deberían ser sencillas.
Así que decidieron llevarlo a la casa de José Benigno, María Avelina y Hercilia Hernández Escalona, hermanos del segundo matrimonio de su padre. En la avenida norte entre las equinas de Tienda Honda y Puente de la Trinidad. Ya que el lugar era más amplio y céntrico para su velatorio.
Volviendo de nuevo a este día, por la mañana el Dr. Hernández se paró temprano como era costumbre, rezó el ángelus, esa alabanza que le ofrecía a diario a la Santísima Virgen María, llegaba hasta la iglesia de La Pastora, asistía a misa, comulgaba, regresaba a su casa N° 3. Entre las esquinas de San Andrés a Desbarrancado, en la parroquia civil La Pastora. Desayunaba como era costumbre amasijo, mantequilla o queso con guarapo de panela. Luego salía a visitar enfermos que tenían impedimentos para salir de su casa, él los visitaba.
Ese día estaba cumpliendo años de graduado de médico, a medio día llegó a su casa para el almuerzo, su cuñada y María Isolina, su hermana, que lo acompañaba desde hacía cinco años, le sirvieron el almuerzo, tomó en dos oportunidades jugo de guanábana, que le gustaba mucho. Después del almuerzo volvió a salir para asistir una emergencia, al poco tiempo se corrió el rumor que al Dr. José Gregorio Hernández, lo estropeó un carro. Pues aquí, es donde aparece Fernando Bustamante.
Fernando Bustamante era oriundo de La Guaira, que había nacido el 30 de mayo de 1893, para el año de 1919 rondaba por los 26 años, casado, con su familia vivía en la parroquia La Pastora, en la casa N° 70, entre las esquinas Gloria y Sucre. Era propietario de un pequeño taller de máquinas de escribir. Que por cierto, el Dr. Hernández era su cliente, además el médico de la familia. Ya poseía el título de “chauffeur” que concedía en hoja oficial el Gobernador del Distrito Federal para los de Caracas. Conducía un carro de lujo, Hudson Essex Super Six.
Este carro lo había adquirido gracias al Coronel Alí Gómez, uno de los hijos favoritos del Benemérito Juan Vicente Gómez, a quien enseñó a manejar y que mantenía una amistad con el hijo. Incluso llegó a visitar al General en Maracay y le decía, usted es el amigo de mi hijo, justamente Alí murió en su juventud a causa de la fiebre española.
Ese día domingo el destino le cambiaría la vida, narra Fernando, tomé la ruta de puente El Guanábano, vía La Pastora, pasando por las esquinas Urapal y Amadores, por esa calle iba subiendo, en el mismo sentido el tranvía eléctrico, que no tenía puertas, al ir subiendo perdía velocidad y la gente se bajaba por ambas partes, pasado el tranvía salió el Dr. José Gregorio Hernández.
“Quiso devolverse, pero el pie se le quedó por algunos segundos entre las piedras conque estaban hechas las calles. Cuando logró darse la vuelta y yo detenía mi auto, el guardafangos le tocó en el muslo izquierdo. Él perdió el equilibrio y trató de agarrarse de un poste, frente a la farmacia, pero se enredó y resbaló cayendo aparatosamente, golpeando su cabeza en el filo de la acera” (2015: 39).
Inmediatamente lo auxiliamos con unos vecinos que estaban cerca, ya el accidente fue cerca de su casa, a unos 130 metros. Al poco tiempo se confirmó su muerte. Quedando detenido, el mundo se me vino encima, con la muerte del Dr. que iba a ser mi compadre, ya que mi esposa Consuelo estaba embarazada y él iba a ser el padrino, ya eso lo habíamos conversado, al poco tiempo ese niño murió.
Meses después quedé en libertad, ya que los dos hermanos del Dr. José Gregorio, el también médico José Benigno Hernández y César Hernández entregaron al juez un escrito redactados por ellos a nombre de toda la familia, el 1 de agosto de 1919 donde me libran de mi culpa.
Nada fácil fue este caso en mi vida a medida que pasaba el tiempo, ya que la imagen del Dr. Hernández se hacía más famosa, de hecho en mi casa en el recibo colocaron una que la veía todos los días. De esa muerte se dijeron muchas cosas, en contra mía, muchas falacias me calificaron de alcohólico donde soy abstemio.
En muchas oportunidades periodistas me pidieron entrevista y nunca quise dárselas, ellos fueron muy severos conmigo, hasta hoy a los 58 años de muerto el Dr. Hernández y a mis 84 años de mi vida. Después de ese suceso me formé como optometrista en Curazao, tuve mis negocios aquí en Caracas y en algunas ciudades del país. Al año 1922 tuve que salir de Venezuela porque me acusaron de conspirador y traidor al régimen del General Gómez, sin serlo.
Nota.
Esta interpretación de este artículo parte de la base bibliográfica:
El Libro El Venerable. Escrito por su sobrino. Ernesto Hernández Briceño. Testigo presencial de estos hechos.
Entrevista concedida a José Emilio Castellanos. En el año de 1977. Texto editado por la Universidad Metropolitana.