Podría afirmarse que la calidad de un país es la suma sinérgica de la calidad de sus habitantes, de sus hogares y de sus lugares. En José Gregorio Hernández, en su hogar integrado por una familia amorosa, trabajadora y educada; y en Isnotú un pequeño centro poblado como cualquier otro, de gente humilde, trabajadora y solidaria, encontramos las virtudes que pueden hacer de toda Venezuela un país decente, trabajador y bondadoso.
El chico era como la mayoría de los muchachos del pueblo. Fue el segundo de la familia Hernández Cisneros, luego de la prematura muerte de su hermana mayor María Isolina de apenas 7 meses de nacida. Cuando tiene 8 años pierde a su madre quien muere del parto de la niña que lleva el nombre de su madre Josefa Antonia. Esas circunstancias determinan que asuma el rol de hermano mayor de los 5 nacidos en el primer matrimonio de Benigno, responsabilidad que continúa luego con sus otros 6 hermanos de los Hernández Escalona, y luego con sus sobrinos.
La formación la recibe de su madre, de la tía María Luisa que vive con ellos, de su papá y del maestro Pedro Celestino Sánchez en la escuelita unitaria del pueblo. Ese hogar era ejemplar, muy activo pues en la casa funcionaba una buena pulperíaque llevaba por nombre “La Gran Parada”, una pequeña posada, y además la familia tenía unas plantaciones de café y una finca con algunos animales. Aprendió el amor hogareño, el trabajo, el estudio y las prácticas religiosas.Todos constituían una familia armoniosa, espiritual, religiosa y muy comprometida con la comunidad local.
La escuela era modesta pero excelente, pues el maestro Sánchez había sidoun marino de profesión nativo de Maracaibo, que habiendo sufrido un naufragio se retiró a Isnotú y recibió autorización para fundar esa escuelita unitaria, con una metodología muy creativa, llena de anécdotas. Es quien alienta al papá del jovencito para enviarlo a continuar sus estudios a Caracas.
Isnotú tendría alrededor de 700 habitantes, calles de tierra, casas de bahareque con techos de palma y algunas de tejas, con una modesta iglesia donde se oficiaba la misa cuando venía un sacerdote. La mayoría vivía de las siembras y del procesamiento de la caña de azúcar y el café, del cultivo de maíz, caraotas, cambures y de la crianza de animales.
Los isnotuenses varias veces fueron sacudidos por los combates entre los caudillos trujillanos, incluyendo la del 8 de octubre de 1899 cuando Isnotú es el teatro de operaciones de la batalla más sangrienta de toda la historia del estado Trujillo, entre las fuerzas del doctor y general Leopoldo Batista y el doctor y general Rafael González Pacheco. En sus calles quedan 300 muertos y 700 heridos. Por esos días el Dr. Hernández estaba en Caracas curando enfermos, dictando sus clases, investigando en el laboratorio e ingresando en Tercera Orden de San Francisco en la Iglesia de Las Mercedes.
La calidad de las relaciones entre el hogar y los negocios de los Hernández y el pueblo de Isnotú, las comarcas aledañas hasta Betijoque, Sabana Libre y Escuque se pusieron de manifiesto cuando muere su madre, y más tarde su padre, que provocaron sentidas conmociones en todas esas comunidades, como consta en las masivas asistencias a sus sepelios, los acuerdos de duelo y otros testimonios.
Nada raro sucedió en las vicisitudes de ese niño, esa familia y ese lugar, en esos tiempos. Ningún hecho prodigioso o imposible en la vida de un niño, un hogar o una comunidad. Sincronicidades sí, circunstancias que el trabajo, la constancia y la claridad de objetivos pueden hacer. José Gregorio Hernández, esa maravilla de persona que es elevado a los altares de la Iglesia Católica, y que es un ejemplo para creyentes o nó, es fruto de una decisión personal de formarse con elevada calidad para ponerse al servicio de los demás, como consecuencia del amor recibido en su casa, en su escuela, en su comarca y en todo lo que vino después de esa impronta inicial.
Los primeros que da la madre, el padre, los familiares, los vecinos y los amigos, los maestros son los principales forjadores de la calidad de una persona humana. Los valores iniciales explican las virtudes que se despliegan a lo largo de la existencia. De allí la importancia superior de cuidar la calidad de la familia, de la comunidad, y de la educación inicial. La Venezuela decente se forja allí, donde nacen y se crían los niños, gracias a adultos responsables, trabajadores y educados.
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