JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ, CONSIDERACIONES INTERPRETATIVAS ENTRE LA HISTORIA Y LA FICCIÓN II | Por: Libertad León González

 

Los dialogantes convocados en el relato expresan criterios de valoración de la Venezuela de la época en que vivieron José Gregorio Hernández y Rafael Rangel, van desde personajes anónimos, como el testimonio de la abuela del narrador, que reconoce los acontecimientos propios de una Venezuela diezmada por las calamidades de la época: el cometa y la gripe española, en 1910; la langosta, en 1912; aunque las peores de todas las calamidades, referidas en la novela, hayan sido las dictaduras de Cipriano Castro (1858-1924), desde el 22 de octubre de 1899 hasta el 19 de diciembre de 1908 y Juan Vicente Gómez (1857-1935), desde 1908 hasta 1935.

También cuentan para el relato, las voces de dialogantes de la provincia, caracterizados por desempeñarse en diferentes oficios: el médico y escritor, personaje y narrador protagonista que enlaza el diálogo entre sus amigos: Guillermo Librero, periodista y el técnico e inmigrante italiano, Salvatore, en un primer momento; veinte años más tarde, los mismos dialogantes, a excepción de Salvatore que había muerto; se incorpora al grupo, el amigo apodado Sepelio.

Hablaran de la Caracas de la época, de ambos científicos, José Gregorio Hernández y Rafael Rangel, la reconocían como la Caracas de Hernández, Rangel, Gómez y Castro. Ciudad de luz y sombras para la ciencia, para el ejercicio del poder. En contraste, se contextualizan las tertulias de los amigos, en la Venezuela del siglo XX, desde la provincia, y más precisamente, desde la otrora muy concurrida fuente de soda El Campo, ubicada en la ciudad de Valera, desplazada por una sucursal de la famosa franquicia Mc Donald. Hablarán de los males de la Venezuela de las dictaduras personalistas, así como de figuras como Carlos Andrés Pérez, de la Venezuela democrática.

Veamos un ejemplo en la novela de Díaz Castañeda como referencia a la historia local. El personaje Sepelio, quien prefiere el juego de dominó, escucha con estupor las conjeturas sobre la muerte de Rafael Rangel como suicidio, prefiere referirse a la muerte como ‘autosuicidio’, vocablo para los anales de la historia anecdótica, particularmente presidencial, que provoca la risa de sus amigos, Guillermo El Librero y el médico escritor. Pues bien, el personaje Sepelio, – según un informante anónimo – es tomado de la memoria de esa historia anecdótica y local de la ciudad de Valera. Sepelio Matheus fue un gran jugador de dominó y barajas en el bar y hotel Récord, ubicado donde hoy se encuentra la sede del centro del Banco de Venezuela, frente a la plaza Bolívar. Lo más significativo de su vida, para la novela que nos ocupa, es que fue el primer presidente del centro de estudiantes del Liceo “Rafael Rangel”, en el año 1961.

La anécdota de la crónica mezclada al relato de ficción. Entrecruzamiento de discursos que coinciden en la novela de Díaz Castañeda. Reflexiones sobre la vida y la muerte de dos personalidades, Rafael Rangel y José Gregorio Hernández. La novela, se configura en un espacio que convoca a una “suma de desaparecidos”, sus voces recrean la certeza o falsedad de sus testimonios.

Víctor Bravo, inspirado en Wittgenstein dirá:

El hombre demanda un mínimo de certidumbre en el acaecer de la realidad; esa demanda es también la de la comprensión y el sentido; y la de lo que los lógicos llaman “la condición de verdad” por medio de la cual el lenguaje hace posible una inteligibilidad, una visión de mundo.[1]

Es decir, desde el juego narrativo que evoca elementos de la realidad, tomados de la crónica y la historia, el texto de Díaz Castañeda ubica al lector en ámbitos espaciales y temporales, propios de una tradición. Con la incorporación al relato de elementos anecdóticos de la historia local, la novela de Díaz Castañeda redimensiona, desde la parodia, la combinatoria de hechos del pasado y el presente.

A partir del primer capítulo de la novela de Díaz Castañeda, denominado “Cementerios solemnes”, en tanto lexía del texto, – según Barthes – el médico investigador, acucioso narrador protagonista, hilo conductor del relato, convocará a los actores de la historia para contrastar sus criterios en cuanto a hallar las causas de la muerte de Rafael Rangel y la santidad de José Gregorio Hernández.

La noticia sobre la muerte de Rafael Rangel, quien ha ingerido cianuro, no solo socava el cuerpo del sabio, se esparce como presencia maligna, se riega como sombra que enmudece y detiene el entorno frecuentado en la ciudad escogida por el científico para triunfar. ¿Cómo pudieron la soledad, la frustración, el abandono, el resentimiento o la indiferencia ser los motivos para que una vida brillante pudiera truncarse de esa manera?

La muerte como transgresión de un orden, la fuerza de la paradoja del hombre que entrega su vida para perpetuar la vida de los seres vivos, de los seres humanos, escoge suspender su propia vida, negación de sí mismo, enajenación; en términos nietzscheanos, la voluntad de poder en contra de sí mismo, transmutación de valores, la insostenibilidad de la existencia, nihilismo radical. La contundencia del relato en la novela de Díaz Castañeda así lo demuestra:

Se suicidó el día anterior, viernes, a las 3 de la tarde. En el silencio de esa hora de la siesta, un alarido de muerte salió del laboratorio del hospital y, con rapidez de reguero de pólvora, rodó por las escaleras hacia el corredor, petrificó a tres estudiantes que esperaban para entrar, penetró los vapores de yodoformo de las salas de los enfermos, se metió en el quirófano, los patios y los árboles del jardín, salió y rodó calle abajo, hacia el centro de la ciudad, de Caracas, [2]

“Suicidarse el día anterior…” es un gran comienzo para exaltar la finitud escogida, antes de…, la muerte que se propicia la víspera. Quien se suicida quizás se sienta extranjero del mundo, extranjero de sí mismo. “Tenía ya el sello de la derrota en la frente: Me busco y no me encuentro.”[3]

 

En la novela confluyen las referencias sobre la vida de destacados médicos venezolanos, ante la mirada de asombro, curiosidad y deseos de aprender del narrador, bachiller, aprendiz de medicina.

En el capítulo denominado, “Cola de ratón”, por ejemplo, el narrador protagonista tendrá entre sus amigos a Edmundo Chirinos, como avanzado y excelente estudiante de la facultad de medicina de la UCV, como buen lector, como político, otorga al joven estudiante, herramientas para su formación. A pesar de que al final de su vida, el famoso psiquiatra, haya tenido un declive estrepitoso.

Y ante la inminente caída de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, el joven estudiante, vive momentos inolvidables, imágenes que quedarán impregnadas en su visión de mundo. El relato tiene dos puntos de atención, las referencias políticas y la medicina desarrollada en Venezuela, esta última, tiene en Rangel un punto alto como científico, junto a otros grandes de la medicina, tales como: Humberto Fernández Morán (1924-1999) y a Santos Dominici (1869-1954).

“El testimonio de los ausentes” es la mayor certeza después de la muerte. Se puede aún hablar con los vivos porque estar vivo “es también pertenecer a la memoria”[4]. Rangel “Padre de la Parasitología en Venezuela, único científico verdadero del país a principios del siglo XX ¡un simple bachiller!”[5] muere y, aunque como sabio deja mucho por hacer, su legado lo hace inmortal.

Sin embargo, el verdadero ‘engolosinamiento’ – término utilizado en el relato – de la novela está en la conversación que sostiene el narrador protagonista con el sacerdote, Carlos Borges Requena (1867-1932). Será el testimonio de este controversial discípulo de la Iglesia, quien responde a toda las dudas acerca de las causas de la muerte de Rafael Rangel, la supuesta responsabilidad de José Gregorio Hernández en la decisión de Rangel al suicidio, así como, las causas de la santidad del médico de los pobres.

Se configura el discurso narrativo que evoca como epicentro de las conjeturas históricas, políticas, científicas y religiosas la voz y las aseveraciones dictadas por el sacerdote Carlos Borges. Se destaca la importancia que para el destino incierto de Venezuela han tenido el centralismo, los caudillos, los gobiernos personalistas, desde la Guerra Federal hasta nuestros días.

La influencia del poder político, inmersa en la vida de Rangel, de manera directa como colaborador del gobierno de Cipriano Castro, le otorga en un momento de su vida, poder y prestigio, aunque, luego, esta suerte se revierta en su contra. No soportó el peso de la derrota, por eso prefiere el suicidio como salida. Para Ricoeur: “La muerte violenta no se deja domesticar tan fácilmente.”[6]

En la vida de José Gregorio Hernández, aun cuando para la época, fue calificado de godo y oligarca, sus acciones, testimonios de una vida religiosa, apegada a hacer el bien en todas las facetas de su vida, le otorga la salvación y trascendencia a pesar de su muerte. El eterno presente de la eternidad divina agustiniana.

La novela plantea y niega la disparatada posibilidad de que José Gregorio Hernández haya influido en la atormentada decisión de Rangel. De allí la afirmación definitiva del testigo, sacerdote, Carlos Borges, convocado en la biblioteca de Guillermo Librero:

si hay tipos como yo, que he sido pecador incorregible, un péndulo entre la devoción cristiana y la mundanidad satánica, hay otros de corazón puro y dignidad irrenunciable como Montes de Oca, arrechos como Jáuregui o santos como el doctor José Gregorio Hernández.[7]

Entre tanto, la santidad de José Gregorio Hernández se configura como certeza.

 

Tras la exhaustiva indagación del personaje narrador, para llegar a cumplir su propósito, conocer las causas del suicidio de Rafael Rangel, descartar cualquier ápice de sospecha en contra de José Gregorio Hernández, se establece la resolución del leit motiv de la novela de Díaz Castañeda. La dilucidación sobre la inocencia de José Gregorio Hernández se confirma, a través del valor de los testimonios en dos de los hombres más cercanos a la vida del médico de los pobres, como lo fueron Jesús Rafael Rísquez (1893-1947), su exalumno, también periodista, a quien le concedió la única entrevista de su vida, publicada el 24 de abril de 1909 y Aníbal Santos Dominici (1869-1954), su amigo entrañable.

Las palabras de Santos Dominici testifican en la novela de Díaz Castañeda la santidad de José Gregorio Hernández:

José Gregorio se sostuvo sin transigencia en esa sumisión a la Iglesia que refiere Razetti, y en aparente derrota, hasta el final de sus días, calladamente, sin adoctrinar en la cátedra ni en la calle, sin buscar correligionarios, en total soledad, en puro ejemplo, como los santos verdaderos…[8]

Interpretar los vínculos que tuvieron Rafael Rangel y José Gregorio Hernández en el transcurso de sus vidas, concretiza esa circularidad de la comprensión, propuesta por Descartes. Más allá de la historia, la novela histórica ofrece esa revivencia hegeliana del pasado. Dilthey, en tal sentido dirá: “la revivencia de lo pasado no deja nunca de ser una pálida restauración de lo irrecuperable.”[9]. Para Ricoeur, en cambio, el problema del tiempo se resuelve en la memoria y la retrospección, a partir de las aporías del tiempo en San Agustín:

Pero lo que ahora es claro y manifiesto es que no existen los pretéritos ni los futuros, ni se puede decir con propiedad que son tres los tiempos: pretérito, presente y futuro; sino que tal vez sería más propio decir que los tiempos son tres: presente de las cosas pasadas, presente de las cosas presentes y presente de las futuras. Porque estas son tres cosas que existen de algún modo en el alma, y fuera de ella yo no veo que existan: presente de cosas pasadas (la memoria), presente de cosas presentes (visión) y presente de cosas futuras (expectación).[10]

Para San Agustín la fugacidad del tiempo se resuelve en la permanencia del presente. Desde la narración los personajes históricos trascienden los espacios del texto hasta el lector como ejercicios del lenguaje y la memoria y, en el caso específico del personaje José Gregorio Hernández, la trascendencia sea hacia la eternidad divina. Tal es, en definitiva, una de las posibles interpretaciones de la novela José Gregorio Hernández, un milagro histórico de Raúl Díaz Castañeda.

[1] Bravo, Víctor (2021). El hombre inclinado. Viaje del pensamiento y drama del sentido, p.40.

[2] Díaz Castañeda, Raúl (2014). José Gregorio Hernández. Un milagro histórico, p. 13.

[3] Ibídem., p.71.

[4] Ibíd., p.88.

[5] Ibíd., p.89.

[6] Ricoeur, Paul (2003). La memoria, la historia, el olvido , p.473.

[7] Díaz Castañeda, Raúl. Óp. Cit., p.146.

[8] Ibíd., p.224.

[9] Dilthey, Wilhelm (2000). Dos escritos sobre hermenéutica, p.196.

[10] San Agustín (2015). Confesiones, p. 122.

 

 

 

 

 

 

 

.

Salir de la versión móvil