JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ CISNEROS,  expresión del Ser unificador de principios y realidades | Por: Alexis del C. Rojas P.

 

Por: Alexis del C. Rojas P.

 

Maestro, haced que yo no busque tanto ser consolado,

sino consolar; ser comprendido, sino comprender;

ser amado, como amar.

San Francisco de Asís.

 

Nuestras acciones  revelan nuestra forma de ser.

Rafael Echeverría.

 

El hoy renombrado pueblo de Isnotú, jubilosa y trascendente comarca trujillana,  hace 161 años (26 de octubre de 1864),  tuvo la gracia de recibir en el hogar Hernández Cisneros, la augusta llegada de una criatura: José Gregorio. Un provinciano que desde su sólida formación y firme caminar supo dimensionar su ser en los espacios de su mundo familiar, profesional, social y cultural. Espacios terrenales en los que, los influjos del Dr. José Gregorio Hernández Cisneros, dejó huellas impregnadas de un halo supremo. Su resonante presencia espiritual  siempre reinó en el sentir  del pueblo trujillano y venezolano, tanto en su práctica de vida como después de su muerte, cada día con mayor fuerza, hasta el reciente pasado 19 de octubre de 2025 cuando, oficialmente, con estremecido orgullo celebramos ese sentimiento inobjetable de su Santidad, que nos congregó a nuevamente exclamar: ¡José Gregorio Hernández es nuestro!, ¡nuestro universal Santo!

Su profundidad  intelectual y hondura espiritual unifica la trascendental existencia profesional y personal de José Gregorio Hernández, genuina expresión del humano Ser. La primera está en el reconocido servicio de la ciencia, al mundo del conocimiento en sus diversas etapas: la destacada formación académica, su práctica médica, la  investigación y contribución científica, y el trabajo catedrático. La segunda está al servicio de su religiosidad  católica, cimentada desde su formación familiar; impulsada en  la consagración espiritual, marcado en los refugios de reflexión y  de silencio; el apostolado en sus actos de servicio al prójimo;  y en sus sentimientos altruistas de benevolencia y  caridad.

Acción humana del  sabio filántropo isnotuense, que entre la ciencia y  la fe  forjó su extraordinario ser espiritual, que hizo posible, por encima del abrumante intelectualismo positivista, la irreconciliable unificación del mundo metódico de la ciencia y su cristiana ontología de vida, pues tal como lo enuncia Pedro Barnola, en el anteprólogo del libro Elementos de Filosofía: “se podía ser hombre de ciencia y estar al día con los más sabios progresos de la investigación material, sin necesidad alguna de acogerse bajo las tiendas de Comte, ni menos aún tener que renunciar al tutelazgo de la plurisecular y gloriosa filosofía cristiana”.(2021, p.20) . Estas dimensiones, unificadas bajo principios éticos y humanos,  sintetizan al Dr. José Gregorio Hernández como un ser excepcional, cuya “santidad -al decir del Cardenal Baltazar Porras -desborda los parámetros de su inabarcable personalidad”.

En esta armónica relación, que además se asocia a la, conocida, protección brindada a sus hermanos, a la generosa acción humana que hizo de su profesión,  y a la realización de una vida social, en la que disfrutaba de sus gustos artísticos (la música, el baile, la escritura, la  confección de sus trajes), se  tiene la presencia de una persona   unificadora de  realidades  y principios. Una integralidad del ser,  donde  en el proceso del devenir  conforma su extraordinaria personalidad. Este accionar identitario de José Gregorio, bien lo podemos afianzar  en el segundo principio de la ontología del lenguaje, que postula el   filósofo Rafael Echeverría: “No sólo actuamos de acuerdo a cómo somos, (y lo hacemos), también somos de acuerdo a cómo actuamos. La acción genera ser. Uno deviene de acuerdo a lo que hace” (2012, p.46).

El ser humano, sabemos,  manifiesta diversas maneras  de comportamiento en sus relaciones y acciones, que hacen posible distinguir un ser de otro, revelar lo que realmente somos  en la multiplicidad  de los seres, nos advierte Nietzsche, esto es el ser en su esencia.  Desde la perspectiva filosófica de Bergson,  referido por Ramos Samuel (1940), “el alma humana está constituida por dos capas que se corresponden  a dos diversos ‘yo’”:

Una capa periférica, en la que se deposita la experiencia adquirida por el individuo en la acción práctica…es el yo social. Debajo de esa capa, en el centro del alma hay un yo profundo, en donde están contenidas  las potencialidades individuales…son la parte mejor del sujeto, lo más suyo que tiene, y el núcleo de sus actividades más altas” (p. 22).

Esta concepción sobre nuestra alma nos define la autenticidad, la integridad y  la coherencia per se en la dinámica diaria del obrar, cuyo alcance es la trascendencia del “ser individual en su ser social” (Echeverría, 2012,  p.421).

 

 

Nuestro Santo José Gregorio Hernández Cisneros, tránsito con humildad, bondad, hidalguía e inteligencia,  cada espacio de realización  humana que le tocó vivir. Su forma de ser individual y su fuerza espiritual fraguó en el colectivo, profunda  admiración  y  respeto; principios que desde el mismo momento de su muerte se transformó en fe y devoción creciente para el pueblo venezolano. Un pueblo que desde entonces, 30 de junio de 1919,  le atribuyó sentimentalmente la noción  de santo, constituyéndose así, hasta el reciente presente histórico religioso y cultural en el que, para gracia de sus fieles creyentes, presenciamos oficialmente de la Iglesia Católica, bajo el proceso reglamentado, la elevación e inscripción al Catálogo de Santos, a  nuestro Santo, junto a la Madre Carmen Teresa Rendiles, como los dos primeros Santos de Venezuela.

Acto de canonización  que no solo ennoblece su pueblo natal de Isnotú,  al estado Trujillo y a toda la sociedad venezolana, sino que nos incita y compromete a generar profundos cambios encaminados a la conversión espiritual, los cuales implica voluntad en “la práctica reiterada” del bien y  la debida comunión con los otros. El deseo de servir y ser generosos  desde el genuino sentir de nuestros  corazones; de ello, sin duda,  estamos necesitados, y aquí es propicio la reflexión de Mario Briceño Iragorry, cuando nos dice en El Caballo de Ledezma: “Hay crisis de caridad porque hay crisis de espiritualidad (…) Solo la caridad puede transformar el presente y preparar la mañanera aparición de la justicia”. Por lo tanto promover en toda actividad humana, los más nobles sentimientos y virtudes es la mejor forma de edificar la personalidad espiritual (1942, p.p.84-86).

Ahora, más que en otro tiempo, con mucha vehemencia  podemos afirmar  que somos una tierra de Santos y sabios: José Gregorio Hernández, Rafael Rangel, Laudelino Mejías, Mario Briceño Iragorry, consolidados como extraordinarios  pensadores de finales del siglo XIX y mediados del XX. Hombres de grandes virtudes y voluntades inquebrantables, que modelaron conductas coherentes entre el pensar y el obrar. Dejarnos guiar por estos modelos de vida y labor profesional debe ser,  la misión consciente y/o  consecuente de cada venezolano; de lo contario sería abandonar  el deber del trascendental influjo  que imanta el presente milagro de San José Gregorio Hernández.

Qué su pueblo natal cultive el norte de su excelsa representación.  ¡Honremos!  Con fuerza y amor su Santidad.

 

 

Referencias bibliográficas

Briceño Iragorry, Mario. (1942). El Caballo de Ledezma. Caracas: Elite.

Echeverría, Rafael. (2012). Ontología del lenguaje. Buenos Aires: Granica.

Hernández, José Gregorio (1912). Elementos de Filosofía. Colección Bicentenario Carabobo. Caracas, Venezuela, mayo 2021.

Ramos, Samuel. (1940). Hacia un Nuevo Humanismo. Programa de una antropología filosófica. México: Fondo de Cultura Económica.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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