José Antonio Pabón, el mártir de 1914 / Por: Oswaldo Manrique

Sentido de Historia

En todo periodo de tiranía, son silenciados los que se resisten y luchan por reivindicar los derechos del pueblo y de la Patria. En la segunda década del siglo XX, se hicieron públicos los actos rebeldes y armados de los varones de la Sierra de la Culata. La muerte de los colaboracionistas y quienes apoyan a los fugitivos, estaba anunciada. Sus familiares y amigos, tampoco se atrevieron a denunciar esa muerte injusta, por temor a la crueldad del dictador.

Vivía cerca de la plaza, en la calle 6. Cuando no quería derrumbarse en su camastro, de la sala común, luego de la labor en el campo, se iba a sentar en un pretil, a ver el viejo cementerio y las pocas líneas de humo de fogón que salían de los techos de fajina de las contadas casas que habían en aquel vecindario de La Puerta. En actitud reflexiva, quizás modulando una pellita de chimó, esperaba la anochecida y la aparición de las exóticas figuras del firmamento andino. Andaba solo, en silencio, meditabundo y contemplativo, era su forma de ser, hasta que se enteró del alzamiento de tropa del hermano de su buen amigo Pedro Mario. La rebelión de La Culata, la recordada «guerra de los 15 días”, en abierta confrontación a la reelección del general Juan Vicente Gómez y su descarada y corrupta rebatiña de concesiones petroleras y mineras, incluyendo la entrega a países extranjeros de la mitad del territorio del sur de Venezuela.

La campaña comenzó con el ataque a la ciudad de Timotes que fungía como símbolo y centro del poder político de los Andes, la conspiración estuvo liderada por el coronel Américo Burelli García. José Antonio, de extracción humilde, campesina, analfabeta, con su ímpetu juvenil y cercano a esta familia, sentía simpatía por aquellas ideas nacionalistas que escuchaba, y se disponía a participar en la lucha; ya se acercaba a la mayoría de edad.

 

José Antonio se va a Palmira

 

Antonio Lino Rivero, metódico recopilador de datos de personajes de La Puerta, en una nota que me envió, explicó de Pabón que, «era un joven que vivía en La Puerta y cuando don Pedro Mario que era hermano de José Américo Burelli, se mudó para San José de Palmira, se lo llevó porque era un joven de mucha confianza y muy trabajador» (Antonio Lino Rivero. Notas sobre José Antonio Pabón. Junio 2022).

Al reafirmar esta información, indicó que conoció y trató al hermano menor del mártir, «respecto a la persona de Jesús Pabón, en La Puerta todos le decían Chuy Pabón, su esposa era la Sra. Berta y tenían tres hijos, Reynaldo el mayor, vive en Valera, Ramón, murió hace años y Elsa vivía en El Vigía, tengo tiempo que no los veo, la casa de ellos está frente a la casa de Edy Sulbarán, en la calle 6 al lado del Abastos Gabriel; cuando vivíamos en La Puerta, teníamos una buena amistad con esta familia, tengo entendido que tenía parentesco con la familia Burelli, el joven que torturaron en Palmira era familia de él» (ídem). En efecto, lo cercanos que eran, es debido a que José Antonio, era hijastro de Umberto Burelli García, lo corrobora la escritora Ligia Burelli, «llegó a Monte Carmelo un muchachito de apenas doce años de edad. Lo enviaba Humberto, hermano mayor de Pedro –que aunque no se había casado, tenía algunos hijos. Este niño era suyo, se llamaba Jesús Pabón y venía de La Puerta, como su medio hermano, José Antonio» (Burelli, 97), este niño es Chuy, al que recuerda Antonio Lino, como su amigo personal.

Cuando Pedro Mario se fue a trabajar y vivir en una finca que había negociado con el señor Silvio Poggioli, en San José de Palmira, se lo llevó con él, por ser trabajador, y fundamentalmente por su lealtad con la familia y con la causa del Coronel. El nombre de este joven: José Antonio Pabón.

Los Burelli adquieren una fértil y próspera plantación de café en Palmira. Al asentarse Pedro Mario, en su nueva empresa, decidió abrir una escuelita para enseñar a leer y escribir tanto a sus peones como a gente del caserío, donde también tuvo oportunidad de aprender José Antonio Pabón, el de La Puerta, «Entre los alumnos de aquella escuela figuraba un muchacho muy particular, que había sido enviado desde La Puerta para que Pedro le diese trabajo. Era José Antonio Pabón y tendría entonces unos dieciocho años de edad…de ojos grises y mirada mansa» (Burelli, 54-55); seguramente, Pedro Mario vio en este muchacho, el talento necesario para asumir responsabilidades en grandes causas y emprendimientos, por eso su deseo de que se alfabetizara.

 

1914 y el alzamiento de La Culata

 

José Américo y su tropa de La Puerta, Mendoza y el Carmelo, junto con la que comandaba el general Golfredo Massini desde Tabay, la de los hermanos Paredes, y la de los Miliani desde Boconó, no pudieron sitiar y tomar Timotes. Al no lograr los objetivos planteados, y ante la fuerte respuesta militar del gobierno de Gómez, decidió huir, y esconderse en Palmira, donde Pedro Mario.

Un día llegó a la casa donde estaban los hermanos Burelli con sus allegados y algunos peones que atendían su seguridad, Cesáreo Parra, labriego nacionalista, más preocupado que cansado y ante esta reunión y conversación, les dijo: «apúrense que ya los Nacionales deben estar llegando al pueblo –les gritaba el hombre impaciente para que el gesto de aquel gallardo Padre Vivas y su propio cansancio no resultaran inútiles» (Burelli, 66). Varias horas antes de la galopa, Cesáreo se había encontrado con el padre Buenaventura Vivas, que se enteró de la cacería del gobierno, cuando la comisión pasó por Timotes, Antonio Lino, amigo de esta familia, difiere y señala que venían de Jajó. Cesáreo que era baquiano, se decidió dar aviso a sus amigos y compañeros de lucha, antes de que los sorprendieran.

 

José Antonio, es capturado y torturado

 

Se movilizaron sigilosos en la penumbra, abandonando concha, por las travesías de la boscosa tierra, pero ocurrió un imprevisto, «Como no hubo tiempo de acomodar el morral de Pedro en su caballo, José Antonio, el muchacho de los ojos grises, se lo echó al hombro y comenzó a correr detrás de los fugitivos» (Burelli, 66-67); el morral contenía documentos, dinero y otras pertenencias. Sin embargo, a pesar del sacrificio de Pabón, «No había pasado una hora cuando los militares le dieron alcance y regresaron con él a Palmira, a culatazo limpio y con las manos atadas a la espalda» (ídem). El fugitivo coronel Américo, y sus acompañantes subieron por «las intrincadas montañas de El Carmelo» (Burelli, 91), donde montaron campamento guerrillero, por un buen tiempo; Sabino Briceño y su arma de cañón largo, era jefe de la vigilancia.

En horas de la noche llegó a la casa de Pedro Mario, tropa del ejército de Gómez comandado por oficiales de Mérida, se observó una lamentable escena «la tropa mandada por oficialidad merideña. Traían por delante a José Antonio, con las manos amarradas fuertemente con una soga que sujetaba uno de los soldados de a caballo. Allí mismo en el zaguán, le aplicaron el cepo de campaña y lo dejaron acurrucado y sangrante mientras tomaban posesión de la casa» (Burelli, 69); era parte del trato despiadado que sufrió este joven mártir.

El compromiso con el coronel Américo y con la causa, estuvo a buen resguardo, José Antonio no «cantó», como se dice en el argot de los torturados, «no había dicho una sola palabra sobre la ruta que tomaría los señores, pero el general Olegario Salas esperaba que hablara después de algunas horas de tortura» (Burelli, 70). Cuando llegan las fuerzas del ejército de Gómez, al mando de este sanguinario oficial, y no consiguen a los hermanos Burelli, quien paga la furia de los soldados es el muchacho de La Puerta, lo torturan hasta dejarlo inconsciente, así manifestaron la impotencia y decepción de haber fallado en la captura del coronel Américo Burelli, el dirigente nacionalista.

 

La fuerte represión gomecista, lo lleva a la cárcel de Mérida

 

No sabía este torturador la pasta guerrera de los Pabón de La Puerta, y a los días se sabrá lo que estos bastardos de la vida, hicieron con él en la entrada de la vivienda de los Burelli García, aquel joven inerme y desmayado «los soldados trataban de levantarlo a puntapiés» (Burelli,74). En Palmira y en los pueblos aledaños, se sufrió una cruel represión. El ejemplo de lo siniestro de este episodio, lo protagonizó como víctima José Antonio Pabón, el joven prisionero, cuando lo enviaron a Mérida, «esposado y maltrecho, como para justificar aquella larga e inútil pasantía» (Burelli, 81); a la antigua y tenebrosa cárcel de dicha ciudad, donde las condiciones en que se mantenía a los presos y a presidiarios eran infrahumanas, insalubres. El maltrato físico y psicológico, y la escasez de comida, no hacían mella en la entereza y el compromiso de José Antonio, con la causa, a pesar del resentimiento que tenía por aquellas terribles condiciones de encierro.

En la escabrosa celda merideña, el prisionero comenzó a sentir fiebre y fuertes dolores intestinales, los retorsijones los aguanta como un varón, pidió asistencia médica y fue poco lo que hicieron por él, pasaron los días y eran más fuertes los síntomas de la disentería, que no trataron, llegando a vomitar y evacuar sangre, lo que terminó de vencer al débil cuerpo de este joven prisionero. Esta información le llegó al coronel Américo y a Pedro Mario, mediante «Una carta del compadre Abraham, quien le contaba que José Antonio, el mártir de Palmira, había muerto en la cárcel de Mérida a causa de una disentería» (Burelli, 96).

El preso de la tiranía gomecista, José Antonio Pabón, en una lúgubre madrugada, en la que no se notaron los cuerpos confinados, en la tierra ajena, se le apagó el corazón y le quitó la vida, murió en silencio.

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