JGH, el sacerdote que no pudo ser  

La Iglesia venezolana tiene en José  Gregorio un modelo de vida cristiana, especialmente para los seglares; en él se conjugan armoniosamente la oración y el trabajo en el mundo, la vida de fe vinculada profundamente con el resto de las actividades cotidianas 

Una de las facetas nada trivial en la historia de José Gregorio Hernández, es su inclinación a la vida religiosa y el sacerdocio. Él experimentó fuertemente y en diferentes momentos, esa inquietud interior para discernir si Dios lo estaba llamando a consagrarse. Por ello decidió ingresar al monasterio de la Orden de San Bruno en La Cartuja de Farneta (Italia), a la cual llegó el 16 de julio de 1908 y de la que regresó el 21 de abril de 1909.

El presbítero del Santuario Niño Jesús de Isnotú, José Magdaleno Álvarez, en un artículo publicado en esta casa editorial (Diario Los Andes) detalla que en aquel lugar donde aspiraba a vivir como monje de clausura, permaneció nueve meses. A su regreso de Europa, a causa de su delicado estado de salud, recibió autorización del Arzobispo de Caracas para ingresar al Seminario Santa Rosa de Lima. Posteriormente y de vuelta a Italia junto a su hermana Isolina, ingresó en los cursos de Teología en el Pontificio Colegio Pio Latinoamericano, pensando así prepararse para el monasterio.

Como está documentado, la salud del doctor Hernández especialmente cuando debía enfrentar la dureza del clima europeo en el periodo invernal, no le permitió permanecer en aquel país donde deseaba dedicarse al silencio absoluto, la oración y el trabajo como monje enclaustrado.

¿Por qué él deseó tal vocación y por cuáles razones no se concretó su aspiración? 

En el mencionado artículo, Magdaleno indica que a la primera cuestión resulta relativamente fácil proponer alguna respuesta pero ambas preguntas sólo encuentran luces revisando el proceso de la fe desde el punto de vista de cualquier cristiano convencido.

¿Por qué aspiró la consagración? 

Recordemos que la espiritualidad cristiana católica tiene la profesión de votos religiosos y el sacerdocio ministerial como un estado ideal de servicio a Dios y a los demás. Esta consagración se hace en la vida religiosa (masculina o femenina) a través de los votos públicos de pobreza, castidad y obediencia y en la vocación sacerdotal a través del Sacramento del Orden que incluye también dichas promesas. Ello no contradice la dignidad del estado matrimonial o de soltería, ambas vocaciones son válidas como camino de perfección cristiana.

Hombre espiritual 

José Gregorio fue un hombre profundamente espiritual, algo presente en él desde muy temprana edad. Durante toda su vida se manifestó abiertamente como una persona practicante, incluso en los ambientes de evidente anticlericalismo como el universitario. El paso del tiempo le haría madurar sus convicciones espirituales. Hombre de confesión y comunión frecuente, unió a la práctica de la caridad cristiana una vida de verdadera oración, además de ocuparse en su formación doctrinal y espiritual.

El mismo empeño que puso en sus estudios y práctica profesional, lo aplicó al orden espiritual. Como ha dicho el padre Manuel Díaz Álvarez, José Gregorio Hernández fue serio en su ciencia y en su santidad.

Tal anhelo de santidad le condujo a buscar una consagración definitiva a Dios pensando que podía hacerlo por medio de la vida religiosa o sacerdotal. Evitó hacer alarde tanto de su devoción como de su inquietud hacia la vida religiosa, pero evidentemente su deseo de consagrarse enteramente fue siempre en aumento. Sin embargo, no pretendió ingresar a las casas de formación por mero capricho personal.

Nunca le faltaron la dirección espiritual y el acompañamiento de eclesiásticos entre ellos los arzobispos de Caracas Juan Bautista Castro y Felipe Rincón González. Fue Monseñor Castro quien envío una carta de recomendación al Prior, en donde le solicita la admisión del doctor Hernández a la Orden de La Cartuja. Allí José Gregorio tomó, como novicio, el nombre religioso de Fray Marcelo; y aunque no llegó a profesar los votos, aquella experiencia de duro ascetismo, oración, vida comunitaria y trabajo en el claustro, marcó positivamente su vida; ese anhelo de consagración nunca desapareció del Dr. Hernández.

JGH, el Fray Marcelo

“José Gregorio… bajo el manto negro, habría de llevar ahora el cilicio de piel de cabra que impone la Orden y la túnica blanca de los novicios. Además su cabello fue cortado al rape y le afeitaron el bigote que había conservado hasta el momento. Su nombre pasó a ser entonces el de ‘Hermano Marcelo’, y se le adjudicó una celda en el convento que ostentaba en la puerta en una tablilla la letra U y una sentencia en latín tomada de la Biblia. Con el nombre de Fray Marcelo nacía José Gregorio a una nueva vida de duras privaciones, pues las reglas de la Orden obligan al novicio a familiarizarse desde el principio con todos los rigores de la vida ejercicios espirituales, y 2 horas de trabajo físico. Las celdas cartujanas están compuestas de dos compartimientos, uno destinado a dormitorio y el otro destinado al estudio; cuentan también con un pequeño patio, donde a solas realizan los trabajos que consisten fundamentalmente en cortar leña con hacha.

De estos aposentos no pueden salir los monjes sino cuando el Prior o el Maestro de Novicios se lo piden. La comunicación está prohibida en todo momento pues hasta en los oficios religiosos deben permanecer con la vista baja. Si precisan de algo, tienen que escribirlo en un papel y colocarlo en el torno de la celda en el cual se le colocan los escasos alimentos.” (Salvador Antonio Pérez Nadal).

Su salud, ¿su verdugo? 

La salud de José Gregorio se vio quebrantada ante las duras reglas de la Orden. El padre superior D. Rene, consideró prudente el que Fray Marcelo volviera a ser el Dr. José Gregorio Hernández y que regresara por unos años a Venezuela hasta que su salud se viera totalmente restablecida. Por esa razón, y contra su voluntad, José Gregorio se vio precisado a dejar los hábitos y abandonar La Cartuja de Farneta nueve meses después de haber ingresado en ella.

Laico ejemplar 

“Así, como el cielo está muy alto por encima de la tierra, así también mis caminos se elevan por encima de sus caminos y mis proyectos son muy superiores a los de ustedes. Porque no son mis pensamientos sus pensamientos”. (Isaías, capítulo 55 versículo 9). Alguna idea nos proporciona esta cita bíblica – comenta Magdaleno –  para responder al por qué el doctor Hernández no fue fraile ni sacerdote. Si José Gregorio no se consagró en ese estilo de vida fue porque allí no estaba su vocación.

Dios lo quería para otra cosa y para eso la Iglesia le ayudó en el discernimiento; aquellos que se acogen sinceramente a su orientación actúan como lo hizo el entonces Siervo de Dios. José Gregorio Hernández fue un laico ejemplar. Ayer y hoy creyentes e incrédulos le reconocen sus enormes méritos humanos, profesionales y espirituales.

Su huella quedó grabada en la Universidad Central de Venezuela así como en importantísimos centros de salud que llevan su nombre. Su retrato quizá sea uno de los más difundidos en nuestra Patria. La Iglesia venezolana tiene en José Gregorio un modelo de vida cristiana, especialmente para los seglares; en él se conjugan armoniosamente la oración y el trabajo en el mundo, la vida de fe vinculada profundamente con el resto de las actividades cotidianas, la excelencia profesional con la espiritualidad y caridad.

Magdaleno insiste que con José Gregorio nos identificamos los clérigos, religiosas, matrimonios, adultos, niños, jóvenes, pero sobre todo los enfermos, los débiles, los pequeños; aquellos con quienes sentía especial predilección nuestro Señor Jesucristo. Con su ejemplo de vida, los católicos venezolanos, presentamos al mundo un auténtico modelo de creyente para los tiempos presentes y futuros.

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Por: Alexander González

Con información de: presbítero José Magdaleno Álvarez

IG: @AlexGonzalezDigital

Fotos: Alexander Viloria

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