Jesús y su pasión por el Reino | Por: Antonio Pérez Esclarín

Por: Antonio Pérez Esclarín

Estamos en los últimos días de Cuaresma,  tiempo de conversión, de repensar nuestra vida y analizar si en verdad estamos siguiendo a Jesús  y nos comprometemos con Él a  construir el Reino, es decir, una sociedad justa y fraternal donde todos podamos vivir dignamente y nos opongamos a  las actitudes y   estructuras que causan la miseria, la exclusión y la opresión..

Lleno del Espíritu de Dios, con una pasión que convencía y atraía multitudes,  Jesús se lanzó por los caminos de Galilea a proclamar y anunciar, como un Maestro itinerante, la buena noticia   de un Dios compasivo,   que  quería  vida digna para todos, en especial para  aquellos a los que siempre se les había negado: los despreciados, los  pobres, los pecadores, los mendigos, los leprosos, las viudas, las prostitutas. No enseñaba doctrina, como los maestros de la ley, sino que comunicaba su experiencia, transmitía su pasión, su vida. A Dios, Jesús lo llama ABBA, Papi, y lo experimenta como un misterio de bondad. Lo vive como una Presencia buena que bendice la vida y atrae a sus hijos e hijas a oponerse a todo  lo que daña al ser humano. Dios es una Presencia cercana y amistosa que está abriéndose camino en el mundo para construir, con nosotros y junto a nosotros, una vida más humana. Jesús no separa nunca ese Padre de su proyecto de transformar el mundo. Por eso, pide a sus seguidores creer en la Buena Noticia de su proyecto, unirnos a él para trabajar por un país  más justo y dichoso para todos, y buscar siempre que su justicia, su verdad y su paz reinen cada vez más entre nosotros.

La gente se colgaba de sus labios, lo escuchaban con un asombro admirado, y sentían que sus palabras eran como una fuente de agua limpia donde podían lavar sus cansancios y suciedades y saciar su sed más profunda.. Sus corazones repicaban jubilosos y la vida empezaba a tener sabor a fiesta.  Escuchar que Dios los amaba entrañablemente,  que era su defensor frente a todos los que los explotaban, despreciaban y maltrataban,   los dignificaba y les llenaba de alegría, de esperanza y de valor. Jesús les anunciaba la llegada del reino de Dios donde los últimos serían los primeros. Comprendían que el reino que anunciaba ese nuevo profeta  no tenía nada que ver con los reinos que ellos conocían, donde los emperadores y los poderosos  oprimían  a los súbditos y a los trabajadores y llevaban una vida dispendiosa y derrochadora sobre las miserias  de los demás. Era más bien algo diametralmente opuesto pues, según les repetía Jesús,  Dios sólo quería liberar a las personas de todo lo que les deshumanizaba y hacía sufrir. Si Dios viene a reinar no es para manifestar su poderío por encima de todos, sino para manifestar su bondad y hacerla  efectiva.

Para Jesús, el Reino de Dios es la vida tal como la quiere construir el Padre. El Dios de Jesús es amigo de la vida, tiene pasión por una vida más sana, justa y dichosa para todos, y nos invita a compartir su sueño y su proyecto de amor. Eso es el Reino. Mientras no nos cambiemos  al Dios de Jesús, estaremos lejos del Reino. El Reino de Dios está dentro, no fuera, está en la disposición de servir. Cuando se lucha contra el sufrimiento, cuando se alivia el dolor, cuando se trabaja por una vida más sana, allí está actuando el Reino de Dios.  Si hoy reina la violencia, la opresión, la miseria, la injusticia, el egoísmo, la insensibilidad, la muerte, Jesús nos invita a construir el reino de la paz, la fraternidad, el servicio, la compasión,  la vida. Un  reino sin tronos, sin palacios, sin lujos ni pompas, sin ejércitos, ni grupos paramilitares.. Un reino que prefiere a los pobres y excluidos, a los despreciados y abandonados,   antes que a los  poderosos que viven de espaldas al sufrimientos de los pobres y oprimidos.

Jesús habla de reino, pero no llama a Dios rey, sino padre. Es un reino no de opresión, sino de compasión y amor. El Reino de Dios es el anti-reino de los reyes de la tierra. Como Jesús lo palpó y lo entendió con meridiana claridad, “los jefes de las naciones las gobiernan como dueños y los grandes hacen sentir su poder. No debe ser así entre ustedes. Al contrario, entre ustedes,  el que quiera ser grande, que se haga su criado, el que quiera ser el primero, que se haga su esclavo. Porque así sucede con el Hijo del Hombre, que no ha venido a ser servido sino a servir, y a dar su vida por todos”.

Por ello, Jesús fue el anti-rey por excelencia, un rey que tocaba leprosos, que prefería  a la gente sencilla  antes que a  los poderosos. Un rey que lava los pies de los suyos, un rey sin dinero, sin tropas. Un rey con una caña por cetro, una corona  de espinas, y un trapo ensangrentado y sucio por manto.  Un rey que reina no desde un trono de oro, sino desde la cruz de los condenados, porque ha sido capaz de llevar su amor práctico y su entrega al Reino hasta las últimas consecuencias. Un rey de la compasión y el amor.

 

 

(pesclarin@gmail.com)

@antonioperezesclarin    

www.antonioperezesclarin.com

 

 


¡Mantente informado!  Síguenos en WhatsAppTelegram,InstagramFacebook o X

 

Salir de la versión móvil