Desde jovencito siempre resaltó entre los muchachos de su generación en el barrio San Isidro, donde fuimos vecinos. Muy estudioso. Amante de la naturaleza y del sector ambiental. Mientras la mayoría de los mozuelos andábamos con un bate y un guante queriendo llegar a las Grandes Ligas, el hijo de Enriqueta no perdía tiempo en esos menesteres y su compañía eran los libros, los estudios.
Se fue cultivando. Cabalgó en el mundo de las letras. Terminó como periodista o licenciado en Comunicación Social y además con certificado de locutor. Siempre estaba pendiente de las actividades gremiales. Lo vimos desempeñarse como periodista especialmente en la Alcaldía de Valera, donde se ganó el cariño de todos por sus dotes de buena persona. Una vez tuvo la responsabilidad de ser el Director del Cemdnna, organismo dedicado a la protección del niño, niña y adolescente.
El pasado viernes recibimos una llamada de una de mis hermanas, muy consternada por el deceso de Jesús Enrique Briceño. Murió muy joven, rozando los 55 años. Convalecía bajo el cuidado de su esposa, Helda, en su casa de Morón. Se había ido aquel muchachote de los lentes y los libros debajo del brazo. El pana del barrio. Un orgullo para San Isidro y su familia.
Útil luego de su partida
Después de su partida nos dio otra lección de su desprendimiento y ser muy especial. Donó su cuerpo a la Facultad de Medicina de la Universidad de Los Andes. Útil aun después de la muerte. Su organismo servirá así de mucha utilidad para el mundo de la ciencia.
Con esta breve nota quisimos recordar al buen amigo y colega que se marchó a la casa del Señor. Descansa en paz Jesús Enrique.