De las figuras humanas
Pórtico:
Saliendo de una librería diagonal a la Plaza Bolívar de Trujillo, en un ambiente atormentado por el frenético piar de las golondrinas, denso de celebridad, de entretenimientos quijotescos y de las “deshechas hojas de evaporada desdicha”, se me ocurre preguntar de pronto:
¿Quién es un señor de clavel rojo en el ojal, o como ustedes lo llaman, “Señor de la Poesía, dónde vive? (…) Sigamos, pues, amigos míos, indagando por el señor del clavel rojo en el ojal.(…) En lo sumo, a Pedro Santini Ordóñez le acompaña solamente un bastón privado de lujos, un clavel rojo que se empecina por oler a jazmín, o una sonrisa insobornable que pesa menos que un suspiro y como un lirio puede caber dentro de una carta. Así no le faltan sombreros tan henchidos de rosas, cerezas y pájaros de cera que más que sombreros son pensiles y símbolos con pensamientos amorosos.(…) Ama el poeta Santini Ordóñez las formas gramaticales y la filosofía nunca superada en la cual ciencia es sinónimo de ciencia. Este es el caballero que no hace esfuerzos delirantes para incorporarse a la primavera. Aquí ama las tardes trujillanas, que se apagan perezosamente sobre cerros color ceniza. Aquí ama la tierra ancha, los callejones angostos, los corredores de las casas coloniales, avanzando siempre solo, con su contoneo de procesión, sin dejarse apagar por el invierno o el otoño la eterna juventud que le ha conferido el culto ideal de Platón. Mira poéticamente las cosas de la vida a través de la naturalidad de las noches trujillanas, donde el sol destila un resplandor de niebla y en donde la luna dibuja en el cielo paisajes de leyenda y de teatro.
(Salvador Macías M. 1950. Provincia)
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Por un relación natural con el concepto de moral que a veces se liga a la persona por siempre, es por lo que pensamos que José Manuel Salas Méndez usó permanentemente sus dos apellidos, el del padre y el de la madre. Sabia lección dada por su vida total, pues siempre firmó y se hizo apellidar así: Salas Méndez. Y así murió, anciano y lleno de merecimientos este ciudadano de Trujillo. Los dos apellidos como un compartir de familiaridad, llevados como un genética de sangre, como parte de la personalidad. El padre y la madre con uno. Y en Salas Méndez fue un ritual durante toda la vida, pues jamás dijo que su apellido era Salas, a secas; o Méndez, también a secas; sino en todas partes: Salas Méndez, con el orgullo de una devoción. Vivió mucho y ahora yace en el silencio de un justo descaso. “duerme en justo silencio” sentencia el verso. Pero está despierto, como una voz querida por la familia y los amigos. Y por la sociedad, pues el señor José Manuel fue hombre de una extensa jornada social en Trujillo. (…) Salas Méndez fue un reflejo ético muy importante para los trujillanos. Por eso, sustantivamente, dejó un vacío, aunque también lo dejó por otras razones valederas.
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De cuerpo presente aparece esta mujer virtuosa de intelecto en los predios de la Universidad, y fuera de ella; prodigando su propia luz, la bendecida luz de la conciencia plena, de su corazón palpitante, de su espíritu abierto, de su alma enfebrecida. Templó por años la verdad de su pedagogía de maestra y la concentró en sí misma para hacer una fuerza, que hizo luego una eclosión desparramada en lecciones encendidas, muchas que ha dictado, en las que ha proyectado como una consumada “cecilista” que entendió que el saber reprimido se convierte en daño, mientras que el que se reparte como si fuese pan, ayuda a alimentar a quien lo recibe porque vincula a la vida para la alegría, como un trino de ave cantora cuando llena de notas bulliciosas los aposentos abiertos de un paisaje natural. Sí, es cierto, la profesora María Electa Torres ha sido una motivación de vida para el Núcleo Universitario “Rafael Rangel”, o lo que es lo mismo para la Universidad de Los Andes en Trujillo. Qué bien entonces que esa Universidad venga motivada a devolverle el homenaje que ella misma ha sido en su seno. El NURR viene a devolverle todo su amor, todo el amor que la profesora María Electa le ha dado en el portento de su vida magisterial.
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Ganado desde siempre para esta causa noble, el doctor Manuel González Vale, viene laborando profesionalmente con idoneidad, técnica y con gran mística en favor de la naturaleza venezolana. Un quehacer creativo y transformador cualifica su personalidad de hombre de bien. Profesional de la ingeniería, consciente de sus responsabilidades, entendió la urgencia de un liderazgo social y lo practica como doctrina viva, lo que lo acrecienta ante el reconocimiento y lo distingue en el “modelo de la virtud y la bondad útil”. La misión de ciudadanos como el doctor González Vale, busca un país distinto, en el que la naturaleza y el hombre no sean una miseria, sino una actividad generadora de bienes en concordancia ambos, dentro de un equilibrio que lleva progresivamente al desarrollo y al bienestar social. González Vale es un gerente en la causa nacional, activo siempre y en disposición de colaborar para que el hombre y la comunidad contextual vivan como se tiene que vivir, con las garantías que ofrece este valor humano.
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Compartiendo ratos de alegre charla, y dispuesto a referir la crónica y la anécdota, pasa la vida actualmente un fino bohemio que es ya una institución en la cultura y el arte popular de este pueblo. Nos referimos al profesor Heraclio Torres, hombre de fina sensibilidad artística, que ha vivido largamente, y aparece ante sus conterráneos en distintas facetas de actividades concretas, en lo que a cultura se refiere. El profesor Torres estuvo contándonos la poca ayuda económica que las instituciones sociales le prestan, sobre todo para publicar “un sencillo libro”, único dentro de su producción literaria-musical. Nos dice que piensa publicar un libro, o al
menos un folleto, que contendrá en sus páginas, entre otras cosas suyas, hechos, actuaciones y las producciones poéticas (canciones) más señaladasde su vida. –“Sería un libro que llevaría en sus páginas tantas de las cosas que he escrito”, dijo, una pequeña razón estética de arte y de belleza, un mensaje de amor para mi pueblo. Y dijo: “-Y lo que es más notable, una proclama de esperanza para la juventud de esta provincia andina, que es culta tradicionalmente, pero que también es vieja de espíritu, porque no tiene la audacia y el optimismo necesarios para buscar un puesto en el mundillo del arte y de la composición poética”.
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Para César Colmenares, que acaba de morir en nuestra ciudad, a la larga edad de 83 años, ser llamado maestro fue siempre una manera de sentirse identificado con todo este pueblo, que se le metió en el alma apenas llegó a él, allá lejano el tiempo y los años, por 1936, una vez que sus condiciones ideológicas y artísticas lo trajeron a este lar. Entonces, establecido, abrió su vida trujillana este artista barquisimetano que con su esposa Pastora Quiroz, artista de las tablas como él, venían de un largo periplo que los había llevado por pueblos de Venezuela y de Colombia, buscando un ámbito propicio para poder desarrollar talento en funciones de actuación teatral. Pensamos en el extraño sortilegio que se hizo día infinito a esta pareja de juglares, que habiéndose podido quedar establecida en una de las grandes ciudades, se vino a este último solar, quizás porque el destino les asomaba a Trujillo como una pequeña patria para una mejor vida y sosiego, y entender esa idealizada condición de Colmenares, su sustancia identificadora que lo hizo llamar la atención y destacar, y que ahora, ya tutelar, por designios de la Providencia, se profundiza en la condición espiritual de la ciudad, que le dio con justicia el título de maestro con que le conoció y trató siempre.
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“Miradas Furtivas” se llama este breve libro, su segunda obra, del autor Don Paulo Briceño Hernández, escritor movido entre lo prosaico y lo poético, que ambos lenguajes dicen lo que un autor quiere decir desde su propio saber. La sabiduría es también múltiple cuando la palabra se coloca en el hilo del discurso con fines de manifestación, sea simplemente objetiva o que se quiera ir más allá hacia otros lugares de la comunicación. Aunque también se detiene el lenguaje en lo mera y exclusivamente vida interior, como un goce o un disfrute en plenitud. (…) El autor, según podemos ver en el transcurso del libro, no se compromete fielmente con una forma expresiva determinada, aunque trata de acercarse a la escritura poética.(…) Lo cierto es que en el texto hay una responsabilidad y gran dosis de ciudadanía constructiva, en la actitud de Briceño Hernández ante su propia vida, ante la existencia de una sociedad en la que no quiere permanecer impasible, sino que la analiza y conceptualiza con sus pequeñas creaciones, que bien pudieran ser sentencias o aforismos. Y nos las dice entonces con sus razones y sus fortalezas, con el carácter proveído por una formación de valores y con ética personal muy imbuida por ancestros y experiencias propias.
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La noche se llenó de luces para el homenaje. Nada había en el recinto sino una gran luz sobresaliendo en el ambiente. No podía ser menos porque el momento era de amor, de amplio y lleno amor por Gregory Carreño, por su persona, por su dolor, por su férrea voluntad para regresar a la normalidad de su plenitud humana. Una amplia concurrencia como fruto de querencia era la Concha Acústica, escenario propicio para esta gran demostración de amor, de una acción de amistad inexorable, como Trujillo lo sabe hacer cuando desgarra el alma en sus ofrecimientos. La noche con cicatriz de lluvia, pasó a ser nuevamente herida de luz plena con el gran Monumento de la Paz al fondo, en la cresta del cerro, con astros brillando en el cielo, todos expectantes esperando el momento en que apareciera el maestro Gregory, para ofrendarle ese que fue un homenaje memorable, un reconocimiento a su personalidad, una reafirmación de amistad, todo en medio de un estruendoso aplauso que se fue midiendo en minutos consecutivos, como de nunca acabar de aplaudir.
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Castellanos, Rafael Ramón, “Entre el Vitoró y Casaña. Crónicas para el Recuerdo de Don Efigenio en Santa Ana de Trujillo”… Emocionado testimonio de amor filial por el padre muerto, es este código afectivo que ahora escribe para memoria del padre hecho laberinto por la reciente muerte, pero que sigue siendo augurio de la familia y de la tierra. Libro anecdótico y sustancioso; contentivo de todo lo telúrico del lugar natal, por medio de los signos testimoniales de parientes y amigos que amalgaman palabras para nombrar al padre. Voces que se quedan en la palabra escrita con carácter de perennidad. Luego del homenaje al padre fallecido, en el libro se recogen crónicas sobre lugares, sucesos y personajes de Santa Ana. Son trabajos escritos por Rafael Ramón en tiempos distintos, aunque la temática queda reducida a una exaltación de lo telúrico, como que Santa Ana es para Castellanos “el maíz que es sangre y carne nuestra”…Y nadie mejor que Guillermo Morón para el “Digno Colofón” de este libro. Dijo: “En Santa Ana no le han quitado las tejas a las casas, ni han recortado los aleros…”
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Hacer a la ciudad es un patrón de conducta que está en pocas personas, pocas gozan de esa revelación. Dicen los códigos que en la ciudad, con insistencia, se mirará el pasado para aprender a vivir la historia que se mira para reconocer al hombre que la fue escribiendo con sus realizaciones y aportaciones; que fue resolviendo los problemas de su tiempo existencial y fabricándole herencia propicia al porvenir. En este sentido habló la cronista eximia de Boconó Lourdes Dubuc de Isea, de la familia Clavo, de Don Perpetuo Clavo, perpetuado ciertamente por haber dado a la ciudad una herencia patrimonial con grado de permanencia. El fruto de la herencia lo tenemos a la vista, la casona de la entrada, hoy Museo, y las donaciones para las construcciones urbanísticas que modernizaron la ciudad. Cuando habló doña Lourdes yo me encontraba muy lejos del lugar; y, sin embargo, percibí el perfume de sus hermosas palabras, el perfume boconés lo percibió mi corazón, como recibe el cristal la fina lluvia que lo puntea.
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Pedro Emilio Carrillo fue un prominente médico. Cuenta en su libro “crónica Médica Trujillana” que trabajó durante tres años en el hospital Reverend de Trujillo, “siendo actor de esta época de transición, modificando métodos e implantando procedimientos”. Y en aquella labor estuvo acompañado de otros prominentes y recordados médicos, como el doctor Rafael Pérez Rueda, “hombre de integridad excepcional que enaltece su figura (…) ejerciendo la medicina como verdadero e integral apostolado”. Cuenta que fue Pérez Rueda quien le abrió las puertas del hospital para realizar las tareas con entera libertad. Nombra igualmente al doctor Estanislao Núñez Carrillo, de quien hace una justa y verídica apología, ya que este médico hizo de su carrera un gran apostolado social, solidario con los necesitados, por lo que hoy es un personaje trascendido que se nombra dentro y fuera del instituto médico-asistencial que lleva su nombre. En su relato-crónica, el doctor Carrillo hace referencia de otros personajes que tuvieron mucho que ver con la historia del hospital en aquella época de la década del treinta, entre ellos Trinidad Olavarrieta Giménez, quien tenía un cargo administrativo en el referido centro, la Madre Josefina Matute, que condensa la historia de las monjas dominicas que desde 1918 venían prestando servicios en el hospital, y un célebre enfermero que allí hubo llamado Hipólito Peña Sánchez, a quien reconoce como “viejo enfermero cargado de merecimientos”.
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Tulio Núñez es un escritor. Un ciudadano en reposo hogareño ahora, aunque sigue siendo de muy firme palabra. Canta su lenguaje desde su propia casa, en la que se asoma a veces para vencer el olvido. Sus formas de conducta literaria son antiguas. Vienen desde el viejo edificio del Liceo “Cristóbal Mendoza”, en medio de la ciudad. Allí aprendió a decir la palabra al lado de Manuel Bermúdez, maestro en aquel tiempo de pocos estudiantes.
Iba poniendo cuidado el mozo en lo que el maestro le iba enseñando sobre el lenguaje. Y por allí se fue, por la palabra. Profesor de Literatura es Tulio. La palabra y el libro lo ayudaron a recopilar andanzas de hombres y de pueblos regionales, mientras estuvo de servicio en la Técnica Industrial y en el Ramón Ignacio. Y un poquito tal vez, aunque no mucho, en la Escuela de Comercio. Y ¿en dónde más? En toda aula abierta de la ciudad, pues vive todavía febril investigando, como el que más; recopilando vivencias y memorias para armar el portento de sus crónicas.
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Luminoso en el silencio fue Raúl Ignacio Valera, altivo creador de universos poéticos, cuya obra fue recogida en este título: “Sin un rastro de sombras”, editado por el Ateneo de Trujillo, en su colección “La mano del tirano” (1997). Valera permaneció en el mismo silencio bibliográfico en que permanecen muchos escritores venezolanos, por la inaccesibilidad de publicación de sus obras a que son sometidos por un país institucional que presta poco interés por la cultura del libro. Esta obra le fue publicada postmortem, como un tributo merecido a sus imponderables valores literarios, pues a decir de Douglas Bohórquez, fue la suya una “Poesía intensamente culta e intensamente vital”. El mundo de Raúl Ignacio (El gordo Valera) fue un mundo silencioso, que lo vivió con un quehacer intelectual de diversas fuentes, como un río fluyente de entre los boscajes de su propia existencia, pues nadie había de pensar, fuera del círculo reducido de amigos y colegas, que en él anidaba una fortaleza poética de magnitudes exquisitas, una orfebrería de signos y de imágenes; piedras pulimentadas acomodadas lúdicamente en sus sueños y desvelos.