A la memoria de Alicia Frailán de Araujo
En el portal de Facebook de Jajó encontré esta fotografía, inmediatamente tuve una regresión a mi niñez como decía Oscar Yánez “Los años inolvidables”. En esta oportunidad centraré esta escritura en la calle Páez de Pueblo Nuevo, en donde pululé mis primeros pasos, vivencias, juegos, alegrías, angustias, aventuras y desaventuras como la del joven Werther, al estilo de Goethe, padre del romanticismo corriente, literaria alemana que mira con mucho sentido de pertenencia y amor a la naturaleza.
Esta es una imagen que nos muestra bosque y neblina, Jajó es un pueblo mágico, digo yo en mi novela “El peso de la neblina”, que Jajó aparece y desaparece al capricho de la neblina. Continuamente al ir bajando la neblina de la montaña de “La Morita” y de otras latitudes lo tapa, lo desaparece hasta que ella decide marcharse hacia las alturas, mágicamente aparece el pueblo.
Rico en vegetación, entre eucaliptos, pinos, ricas moras silvestres, jumangues y sembradíos de hortalizas, tubérculos. Jajó es un pueblo fuerte como lo demuestra el tallo del árbol, se comprueba con sus 412 años de historia y tradición trujillana. Protegido por San Pedro Apóstol y la Virgen del Rosario del Talquito, una advocación propia de esa localidad, pues es una aparición mariana jajoénsse.
Jajó es atravesado por la calle Páez desde La Puerta Pueblo Viejo, Plaza Bolívar y Pueblo Nuevo, hasta el arbolón. La piedrota es un símbolo, es un lugar de origen, se debe su denominación a una gran piedra que está en toda la curva, que ha servido para descansar y por supuesto para tertuliar. El centro de Pueblo Nuevo y característica calle comprende unas cuatro cuadras con una gran prolongación hacia el arbolón en donde vivian: Che María, Antoniote, Aurora, Josefa (Chepa), los Sarmientos y otros honorables conciudadanos. En estas cuatro calles hay muy buenas viviendas es el reflejo de la arquitectura colonial una joya trujillana, un pedazo de pueblo que hay de todo, incluso esta una de las entradas del cementerio, ¡Ay, el cementerio!
Recuerdo que el día domingo, pues es era un día especial, esta la celebración de la misa, que nos recuerda semanalmente la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Por lo tanto hay que ir a misa, eso era una indicación de familia y también una obligación a ir. Pero otro gozo del domingo, eran las empanadas elaboradas por Doña Carmelita Carrillo de Frailán ¡Qué vaina pa’ buena!
Recuerdo como ahorita en esta regresión, que temprano salía a buscar las empanadas a la casa de Carmelita, que vivía diagonal al cementerio en un caserón de balcón. Entrábamos hasta cocina en donde la elaboraban, una veía ese arte de construcción que pronto devoraríamos, calmábamos el hambre o el deseo de comer una empanada dominguera como la misa, porque era un rito, el pueblo se encontraba ahí. Por lo general éramos niños.
La empanada la hacía con harina de trigo, una mezcla a base de garbanzo, combinado con carne mechada, si no mal recuerdo, la sellaban con un ruedo hecho a mano que frito quedaba tostado, muy sabroso. La fritaban en una perola grande con manteca de cochino, que había mucho, cualquiera en su casa criaba un puerco, lo pesaba, suministraba carne al pueblo, chicharrones y manteca animal. Si no utilizaban manteca vegetal marca los tres cochinitos y le echaban onoto, por lo tanto, salían con un color naranja, cada empanada costaba medio, es decir 0.25 céntimos de bolívar.
Nos echaban en una bolsa de papel, que el aceite manchaba, e ir rápido a casa para comerlas calientes, a veces se tardaba mucho por la gran venta. Pero había que estar pendiente con la misa, a las ocho tocaban primero, a las ocho y medio segundo y tercero a las nueve, inicio de la misa. Rápido se llegaba a la casa, a comer empanadas, nosotros los niños con recuelo y con café con leche.
La leche se traía en una botella o en una olletica de casa de Don Herminio Rodríguez, producto de sus vacas de los Horqueteros vía Montero, él también tenía trapiche. Pero había un problema, a veces, para comerse la sabrosa empanada, sí se tenía que comulgar, primero había que ir a recibir el Señor en pan y vino, porque se tenía que ir en ayunas y después de salir de misa de vuelta a casa a comerse las empanadas. Cosa de muchachos, a veces en silencio uno se arrepentía para estar en concordancia con el Señor.
Cotidianamente me decía por la tardecita mi hermosa madre, vaya y traiga la comida para mañana al negocio, se utilizaba la terminología negocio en vez de bodega, menos abasto o super… eso era en Valera, Trujillo. A donde el Sr. Daniel Carrillo, esposo de la Sra. Eloína.
Me terciaba en el brazo una colética, hecha por ella misma y traiga por ejemplo, real y medio de queso (era medio kilo, un kilo valía tres reales, es decir, un bolívar con un real), una sardina chaima en aceite, en salsa no, un pote de carne (tazajo), medio kg. de arvejas, o caraotas, arroz que valía a un real, una barrita de mantequilla, dos chimó, si era lunes una vela de a locha para las ánimas benditas y una de a medio si era para la Virgen del Carmen, San Antonio, San Marcos de León, de la cual era muy devota.
En una tacita manteca, un kilo de maíz pilón para sancochar y hacer las arepas, amasijo blanco y dulce y de vez en cuando, pero muy de en cuando, para usted, una paledonia, una tableta, (que era un cocada) o un suspiro, todo hecho artesanal, traiga también fideos o caracoles, todo era pasado en bolsas o en papel de envolver.
Con mucha dulzura se acercaba la señora Eloína, “hermosa mujer”, me dijo dígale a su papá lo deje venir para casa a ver la televisión, me terciaba la coletica y el cuaderno en donde se anotaba el fiao. Ya era el ocaso del día, y decía el mensaje, si mi padre no contestaba, pues, a dormir, el frío era comprometedor. Pero ese día me dijeron vaya, pero llegue temprano, ¡Qué alegría!, eso era una celebración celestial, más o menos recuerdo.
Cuando llegué a la casa de los señores Carrillo, en la televisión ya estaban pasando un programa musical, no recuerdo con precisión si era de Fiesta con Venevisión o Viva la Juventud. Recuerdo que presentaron la canción del momento “Eva María se fue buscando sol en la playa de la Formula V”. Con otras presentaciones finalizó ese programa, ya eran las nueve. Me despedí, aah me brindaron un sabroso fororo de habas que traían de Tuñame o de Las Polqueras, tostaban las habas y luego en una máquina corona la molían.
Me dijeron que me quedara a ver la novela, dije que me podían regañar, diga que nosotros se lo pedimos al ver a su papá hablamos con él. ¡Qué bueno, más diversión!. Pero la novela se llamaba “La loba”, protagonizada por Martín Lantigua, Adita Riera y América Alonso. En el inicio de la novela salía una loba aullando, que era la transformación de una señora con cara de bruja que a la media noche se convertía en loba ¡Escalofriante!
A las diez terminaba la novela, para mí el amargo entretenimiento, lo que debía ser un relax como se dice el tiempos modernos, para mí se convertía en pánico. Primero ya era tarde, frío, esa noche no había neblina gracias a mi Dios, estaba a tres cuadras y media en línea recta, buen alumbrado en los postes de la luz, pero al final también salía la loba aullando. Pero, eso no era todo, sino que tenía que pasar por la puerta del cementerio. Ahí estaba el meollo de la cosa, lo más seguro estaba el hombre vestido con un flux blanco en la puerta del cementerio. De paso salía «La Llorona», desde La Piedrota y se metía al cementerio.
Tantas cosas, todo era en silencio, padres nuestro y aves maría iban y venían, que angustia, yo estaba como la canción de Chiquetete “Esta cobardía”, más me tardaba para llegar, había peligro que al llegar a casa me dieran armadillo. Armadillo para ese tiempo en Jajó, era una cueriza. Una gran carrera acompañada con un padre nuestro, llegaba a casa muerto del cansancio, ahogado, juraba que más nunca volvería hacer esa desaventura. Aquellos años inolvidables…