Hay hombres que transciende y perduran en el tiempo, Sócrates se quedó en el tiempo, porque enseñó, su conocimiento fue su gran recurso, fue la luz que alumbra en las tinieblas, luz y sabiduría que nos hace tanta falta dijo: “Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignorancia”.
En muchas ocasiones escuche decir, al Maestro Isidoro Requena, lo bien que se sentía vivir en la ciudad de Trujillo, esa pequeña ciudad con olor a historia. Le complacía también, estar en este palomar cerca de los dioses, recordando los dioses de Homero. Ese palomar, es el cuarto piso de la ULA NURR – Carmona, en la Maestría de literatura Latinoamericana.
También afirmaba reiteradamente como ponente en los “Congresos de Presencia y Crítica”. Que aquí en este pequeño lugar a muchas millas de su Granada natal en Andalucía. Conoció a un personaje inmenso, a través de su escritura, esté es: “Don Mario Briceño Iragorry”. Ustedes no saben lo tienen en Don Mario, nos decía a cada rato.
Inicio este trabajo partiendo desde el tiempo Socrático, porque eso significo para nosotros el maestro Isidoro, nuestro propio creador de la mayéutica, un hombre que le gustaba parir de las ideas. Cercano a las obras esculpidas no por el cincel del padre de Sócrates. Sino por nuestros escultores, El hombre del anillo, José Manuel Torrealba, Raúl Rabines, Rafaela Boroni, Alberto Manzanilla entre otros, recordemos que aquí funciona la sede del museo “Salvador Valero”.
Al toparse con el maestro en los amplios pasillos de casa Carmona, era obligatorio una conversación con esencia de academia, de enseñanza, de aprendizaje era una dialéctica como la creo Platón para educar. En los últimos tiempos nos hablaba, nos nutria y nos motivaba a conocer a los franceses recientes Paul Ricoeur, Jacques de Golf, Emmanuel Lévinas, los trabajaba y los leía en ediciones francesas.
Un buen día subiendo hacia el palomar para en cuarto piso, en el cruzar de esos anchos me tope, con los maestros Requena y Manuel Briceño Guerrero. De una vez entablamos diálogo, bueno ellos tuvieron la palabra, yo veía, oía y callaba fue uno o el último viaje del autor de “El Laberinto de los Tres Minotauros” a Trujillo. Yo tuve la certeza de dar una ponencia sobre el Primer Minotauro, en presencia del maestro Guerrero, me confeso que le agrado y se llevó el trabajo para publicarlo. Esto fue un encuentro con dos evangelista de la academia de la ilustre Universidad de Los andes.
Volviendo al maestro Requena la última vez que conversamos fue en Alto de Escuque, nos encontramos en la Iglesia Santa Rosalía la patrona del pueblo. Grato saludo, Isidoro leía todo, un ferviente lector de la prensa de los articulistas. En esa oportunidad comentamos, los trabajos míos que se venían publicando los domingo por el diario de Los Andes titulados: Venezuela: Historia y Política.
Isidoro Requena llegó a Trujillo y se sembró entre nuestras letras las muchas escritas por Briceño Iragorry, que fueron muchas. En ese trajinar nos esculco la narrativa Trujillana: “Mana Juana, Drama de Honor, La Brisas Viene de Lejos, Paula, Bolivita, Los Riberas, El Gallo de las Espuela de Oro, Los Hechos de Zacarías, Confesiones de un Esbirro, Adan y Eva se Odiaban” entre otras novelas. De ello nos regaló un libro cuyo bautizó fue “Trujillo y sus Novelas”.
A pesar que no fue trujillano de nacimiento, siempre tuvo una mirada, inmensa de Trujillo, optimista, de grandeza una mirada celestial como Dios frente a su creación. Admiraba el paisaje trujillano, al arte popular, a sus escritores de todas sus generaciones, el arte culinario, los hechos históricos. No tuvo una mirada de la filosofía decadente, fatalista, pesimista de constante caos. Como la teoría griega en la etapa sofista que dejo Pródico.
El maestro llegó como muchos otros españoles, que se han sembrado, en las letras fértiles de esta Tierra de Gracia como: Juan David García Bacca, Juan Nuño, Pedro Grases. Recientemente retorno a España, a su avanzada edad y por la situación país se fue con sus manojos de recuerdos trujillanos. El día jueves 05 de marzo a sus 92 años. Se encontró con la muerte, tema que tanto le apasionaba y cuando de muerte se trataba lo argumentaba en la filosofía de Lévinas. A su memoria Maestro.
“Más vale la sabiduría que las fuerzas; y el varón prudente más que el valeroso”. Sb. 6 (1).
(*) frailanp@uvm.edu.ve