Hace cerca de 23 años cuando el entonces mandatario, Hugo Chávez, elevó el monto de la pensión del IVSS, el país pensionado y jubilado, celebró en tono menor; sabía que el jolgorio y regocijo no sería por mucho tiempo.
Al término de unos cuantos meses, la inflación sacó sus garras e hizo añicos los incrementos decretados y la pensión comenzó a escurrirse entre los dedos de los venezolanos; muchas manos callosas por el duro trabajo de largos años, fueron las víctimas de la acción corrosiva de la espiral inflacionaria, que ya no cesó en atormentar a densos sectores de la comunidad nacional.
El régimen reaccionó con nuevos aumentos del salario mínimo y de la pensión; pero todo resultaba inútil, ante cualquier subida salarial y de pensión, la inflación era incontenible a raíz de la baja producción de bienes y servicios, confiscación de fundos y haciendas, ocupación de fábricas, la pérdida de puestos de trabajo, persecución de personas que se dedicaban a generar empleo, y el creciente control del estado sobre los medios de producción. Venezuela se fue empobreciendo y el país quedó en harapos.
De exhibir una de las economías más florecientes del continente, Venezuela pasó a ser un país de indigentes; una nación archipiélago como la describió el historiador Elías Pino Iturrieta, un territorio de la desolación, una especie de provincia de Bangadlesh, donde las hambrunas arrasan y devastan comunidades.
Hoy con una pensión mensual de siete bolívares, que representa un poco más de un dólar, quién podrá sobrevivir en circunstancias tan adversas que, hasta la fuerte divisa americana, ha sufrido la erosión inflacionaria. Creemos que el cinismo oficial raya en la insania al pretender decir que en Venezuela no pasa nada, que la OIT no tiene porque venir a hacer inspecciones aquí, que la masa trabajadora está satisfecha.
Se necesita ser descarado en extremo, cuando todos los venezolanos están enterados que somos el país con los salarios más bajos del mundo; de allí que no menos de siete millones de connacionales se fueron al exilio voluntario para tratar de subsistir ellos con sus grupos familiares. Somos un país repartido por el mundo, debido a la hambruna que estrangula a no menos de 80%; Venezuela debemos decirlo sin eufemismo alguno; da lástima, de país opulento ahora nos hemos trocado en menesterosos e indeseables; en más de un centenar de destinos exigen visas para dejarnos ingresar. Es el tiempo del desprecio, es el legado de un régimen que sepultó esperanzas, que pertenece a los terribles influjos del nazismo, stalinismo y fascismo, sistemas que hicieron infelices al ser humano.
Hoy es preciso volver a la prédica de la unidad; es la única posibilidad para desterrar el infierno dantesco que, como una peste, se ha entronizado en la República que tanta sangre costó a nuestros libertadores. La luz se prendió en los llanos, es posible que nos alumbre el camino más adelante para el bienestar de toda la comunidad venezolana; tengamos fe, conversemos sobre este y otros temas; el diálogo está abierto.
A propósito, la temática de la pensión y su bajo monto, nos puede unir a los venezolanos a exigir justicia para comenzar a recuperar la dignidad socavada. Pues, manos a la obra; a conversar.
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