En 1947 tenía yo 13 años. Se daba en Venezuela el primer proceso electoral nacional absolutamente democrático de su historia. Dos años antes Yolanda Leal, joven maestra de escuela, había sido escogida en elección popular madrina del equipo que representaría a Venezuela en el VII Campeonato Mundial de Béisbol Amateur. Este sencillo triunfo deportivo no sólo cerró el capítulo de la dictadura de Juan Vicente Gómez, el último caudillo de las montoneras del siglo XIX venezolano, sino fue la anunciación plena del comienzo de la democracia en nuestro país, tras un siglo de guerras y guerrillas, sembradoras de un nefasto militarismo que retardó el avance social de la nación.
Mi padre nos llevó, a mis hermanos y a mí, al Circo Arenas de Barquisimeto, a ver a Yolanda Leal. Aquello fue una fiesta del pueblo llano. Pero el triunfo del ya famoso escritor Rómulo Gallegos, ejemplo de dignidad ciudadana, en 1947, como presidente de la república, fue una apoteosis. En el mitin del cierre de su campaña en Barquisimeto, en medio de una regocijada multitud, sobre los hombros de mi padre lo vi, y su imagen se quedó imborrable en mi memoria. Desde entonces creo en la democracia como la única manera de avanzar sin demasiados traumas en el desarrollo social, económico y político de un país. Y en ella la participación del colectivo se ejerce por el voto directo, universal y secreto, en la escogencia de quienes por un periodo determinado dirigirán los asuntos públicos. Pero para que el proceso sea genuino, al elector deben dársele todas las garantías de la legalidad. En las elecciones venezolanas del próximo 21 de los corrientes, el elector, por experiencia de lo ocurrido en los últimos 15 años, tiene muchas razones para dudar de la transparencia de lo que ocurrirá en esa fecha. También yo dudo, pero iré a votar.
Probablemente hagan trampa y ganen con el fraude. Pero el que yo no vote no cambia nada. Si voto y el fraude «gana», queda el testimonio de mi rechazo sumado al de quienes como a mí robaron su voto. Mi participación no legitima a Maduro, porque eso no revierte la deslegimitación internacional. En el supuesto de que la oposición auténtica ganara algunas alcaldías o gobernaciones, el régimen, como ya lo ha hecho, pudiera reincidir en el nombramiento de «protectores», pero acentuaría su desligitimación.
En lo que hay que estar claro es que el proceso de cambio no será inmediato. Se ha dado en otros países, cuando la oposición aparta sus apetencias personales y se mancomuna en torno de la defensa histórica de la integridad del país y de sus valores fundamentales, y para esto es necesario un esfuerzo de gran aliento.
Por quién votaré? Por quien sea de la oposición que tenga más opción de una figuración significativa, porque lo imperativo es abrir salidas a la crisis que nos tiene al borde del colapso total. En el camino se enderezarán las cargas.
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