IONESCO, ‘LA CANTANTE CALVA’ Y LA INCOMUNICACIÓN ENTRE LAS PERSONAS | Por Ernesto Rodríguez

Por: Ernesto Rodríguez 

 ‘La Cantante Calva’ (1950) es una famosa obra de teatro del autor rumano-francés Eugene Ionesco (1912-1994), uno de los creadores del llamado ‘Teatro del Absurdo’.

En la Escena IV se desarrolla la siguiente conversación entre el Sr. Martin y la Sra. Martin. “Sr. Martin: Discúlpeme señora, pero me parece, si no me engaño, que la he encontrado ya en alguna parte.- Sra. Martin: A mí también me parece, señor, que lo he encontrado ya en alguna parte.- Sr. Martin: ¿No la habré visto, señora, en Manchester, por casualidad?.- Sra. Martin: Es muy posible. Yo soy originaria de la ciudad de Manchester. Pero no recuerdo muy bien, señor, no podría afirmar si lo he visto allí o no.- Sr. Martin: ¡Dios mío, qué curioso! ¡Yo también soy originario de la ciudad de Manchester!.- Sra. Martin: ¡Qué curioso!.- Sr. Martin: ¡Muy curioso!…Pero yo, señora, dejé la ciudad de Manchester hace cinco semanas más o menos.- Sra. Martin: ¡Qué curioso! ¡Qué extraña coincidencia! Yo también, señor, dejé la ciudad de Manchester hace cinco semanas, más o menos.- Sr. Martin: Tomé el tren de las ocho y media de la mañana, que llega a Londres a las cinco menos cuarto, señora.- Sra. Martin: ¡Qué curioso! ¡Qué extraño! ¡Y qué coincidencia! ¡Yo tomé el mismo tren, señor, yo también! (…) Sr. Martin: Yo iba en el coche número ocho, sexto compartimiento, señora.- Sra. Martin: ¡Qué curioso! Yo iba también en el coche número ocho, sexto compartimiento, estimado señor.- Sr. Martin: ¡Qué curioso y qué coincidencia extraña! (…) Yo ocupaba el asiento número 3, junto a la ventana, estimada señora.- Sra. Martin: ¡Oh! ¡Dios mío, qué curioso y extraño! Yo tenía el asiento número 6, junto a la ventana, frente a usted, estimado señor.- Sr. Martin: ¡Oh! ¡Dios mío, qué curioso y qué coincidencia! ¡Estábamos, por lo tanto, frente a frente, estimada señora!.- ¡Es allí donde debimos vernos!.- Sra. Martin: ¡Qué curioso! Es posible, pero no lo recuerdo, señor (…) Sr. Martin: Desde que llegué a Londres vivo en la calle Bromfield, estimada señora.- Sra. Martin: ¡Qué curioso! ¡Qué extraño! Yo también desde mi llegada a Londres, vivo en la calle Bromfield, estimado señor.- (…) Sr. Martin: Yo vivo en el número 19, estimada señora.- Sra. Martin: ¡Qué curioso! Yo también vivo en el número 19, estimado señor (…).- Sr. Martin (pensativo): ¡Qué curioso! ¡Qué curioso y qué coincidencia!. Sepa usted que en mi dormitorio tengo una cama. Mi cama está cubierta con un edredón verde. Esa habitación, con esa cama y su edredón verde, se halla en el fondo del pasillo, entre los retretes y la biblioteca, estimada señora.- Sra. Martin: ¡Qué coincidencia, Dios mío, qué coincidencia!. Mi dormitorio tiene también una cama con un edredón verde y se encuentra en el fondo del pasillo, entre los retretes y la biblioteca, mi estimado señor.- Sr. Martin: ¡Es extraño, curioso, extraño! Entonces, señora, vivimos en la misma habitación y dormimos en la misma cama, estimada señora. ¡Quizás sea en ella donde nos hemos visto!”

La Escena IV prosigue hasta que el Sr. Martin y la Sra. Martin descubren que son esposos y siempre han convivido juntos.

Ionesco caricaturiza genialmente la incomunicación entre los seres humanos a pesar de que se traten cotidianamente. En efecto, una cosa es conversar con los conocidos, los amigos, los familiares, los hijos, la propia pareja, etc., y otra cosa muy distinta es ‘comunicarse realmente’ con todas esas personas, es decir, poder contarse mutuamente con sinceridad los problemas psicológicos más graves que todos podemos tener. Por supuesto, una de las causas más frecuentes para la incomunicación, es que todos hemos aprendido, a veces de manera muy dolorosa, a no confiar nuestros problemas a otras personas aunque aparentemente sean confiables.

En muchos países esa labor de escuchar los problemas más íntimos de una persona la realiza un psicólogo clínico, un psicoanalista o un psiquiatra. Pero en nuestro país esa alternativa no es accesible para muchos ciudadanos.

De hecho, el psiquiatra austríaco Sigmund Freud (1856-1939) fundó la escuela llamada ‘Psicoanálisis’ y descubrió que cuando sus pacientes rememoraban experiencias traumáticas de su infancia, eso podía ayudar a comprender mejor sus problemas psicológicos durante la adultez.

Por otra parte, cuando una persona confía sus problemas psicológicos a alguien que sea de su más estricta confianza, eso puede ser beneficioso por varios motivos. En primer lugar, cuando se cuenta con sinceridad un problema psicológico, eso obliga a describirlo con precisión, y eso ya es un paso adelante. En segundo lugar, cuando cuenta su problema a esa persona de su confianza, entonces ésta última, le puede ayudar a ver el problema desde nuevas perspectivas y eso muchas veces puede ser muy beneficioso. Por supuesto, un pre-requisito indispensable es que esa persona a la que se confía un problema, tenga un cierto nivel y una capacidad de análisis, porque si no las tiene, entonces puede ser contraproducente y hasta perjudicial confiarle problemas, ya que no va a orientar acertadamente en nada.

Por otro lado, la incomunicación entre las personas también tiene implicaciones en la vida política, porque para que una población se organice exitosamente, primero tiene que haber una buena comunicación sobre los objetivos que se buscan, etc., etc.

En efecto, una buena comunicación es un pre-requisito para una ‘sinergia’ de la población.  El término ‘sinergia’ proviene del griego ‘sunergia’ que significa ‘cooperación’, y se refiere a la interacción de dos o más agentes o fuerzas de tal manera que su efecto combinado es mayor que la suma de sus efectos individuales por separado. En el caso de una población implica que se desarrolle una ‘mentalidad solidaria de grupo’

El autor alemán Stefan Klein (nac. 1965) en su importante obra: ‘La Ciencia de la Felicidad’ (2002), refiere estudios que evidencian la importancia de desarrollar un sentido cívico para lograr más dicha en una sociedad. Vale la pena citar textualmente un fragmento de lo que dice: “Allí donde los habitantes se asocian de buena gana para alcanzar alguna meta de interés común, generalmente la administración también funciona bien  (…) Cuando la sociedad civil tiene una vida activa, es difícil perpetrar nada a escondidas. De ahí que los políticos sean más honrados desde el primer momento, porque les consta que no se les va a tolerar ninguna extralimitación o irregularidad. En las sociedades peor articuladas, por el contrario, la corrupción prospera porque el individuo se siente desvalido frente a la prepotencia de los clanes y los grupos de interés creados. Entonces para no quedarse atrás, cada quien roba todo lo que pueda y esos que están en el poder cada vez roban más y más (…) Es importante que los altos funcionarios sean íntegros, que las leyes tengan fuerza para obligar, que las instituciones funcionen, pero nada de eso tendrá mucha eficacia sin una sociedad civil activa, que integre al mayor número posible de ciudadanos. Un espíritu de civismo es el fundamento en el que descansa la democracia (…) Donde hay un tejido social sano las gentes viven más felices” (1).

Vivimos una situación sumamente difícil, pero si la población desarrolla una buena comunicación, sinergia y sentido cívico comunitario, entonces quizás lograremos algo de felicidad. NOTA: (1) Pag. 245 en Stefan Klein (2002, 2006) ‘The Science of Happiness’. Marlowe and Co. New York

 

(ernestorodri49@gmail.com)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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