Lo que explica el desarrollo de los países es la solidez de sus instituciones. Así de sencillo. No son entonces las mil circunstancias de su historia, geografía o de su gente. No es su tamaño, clima, edad, el color predominante de su población, tampoco su religión, idioma, posición en el planeta. No son sus próceres. Todo eso influye, por supuesto, pero no es lo determinante. Lo que sí importa es la calidad institucional. Un país es próspero si tiene buenas instituciones, si no es pobre.
¿A cuáles instituciones nos referimos? Unas son de carácter social como la confianza, cultura cívica, virtudes ciudadanas, participación comunitaria, voluntariado y otras formas de comportamiento de la población. Otras son de orden político como reglas claras, generalmente una constitución aceptada y respetada, un Estado organizado y transparente, con los poderes públicos fundamentales autónomos y separados, Estado de derecho, libertad y democracia, alternancia en el poder, responsabilidad de los gobernantes.
No estamos hablando de economía, como podrán ver. Una economía sana y próspera es consecuencia de esta calidad institucional. Tampoco hablamos de una ciudadanía perfecta ni de unos habitantes santos, que en ninguna parte los hay. Los habitantes se portan bien cuando existen incentivos para ello y castigos para los que se desvían. Tampoco de educación, pues un país puede ser muy educado y contar con muchos profesionales excelentes, pero si no existe libertad de nada sirve. «El hombre es un ser creador, más sabe que la creación no puede realizarse sino mediante la libertad y la cultura», escribió Mario Briceño Iragorry.
Un país de instituciones débiles, en el cual existe desconfianza entre la gente y entre las organizaciones, donde impera la ley del más vivo, o del poderoso, o del caudillo o el jefe; donde no existe continuidad y cada nuevo jefe cambia todo por capricho; donde no hay meritocracia y los empleos se dan a los familiares y amigos; se dispone de los recursos públicos o de la organización a discreción, sin control ni responsabilidad; en fin, donde no hay institucionalidad no hay progreso. Podrán darse casos exitosos aislados, generalmente a costa de grandes esfuerzos, pero al final fracasan.
El largo y difícil camino de la creación de instituciones virtuosas es el camino para el desarrollo humano integral.